¿Existe en la vasta capacidad de su memoria la remota idea de jugar con la fantasía?
Los primeros días de primavera toda la naturaleza comienza a despertar de su letargo invernal y se escuchan trinos de pajarillos de todas las especies y comienzan a darles de comer a sus polluelos. Los pastizales comienzan a reverdecer, los trigales a regalarnos sus doradas espigas, las flores primero serán botones y después bellas corolas que adornarán altares a las vírgenes y santos, y las testas de bellas jóvenes enamoradas, en fin cuando todo es el inicio de una temporada de paz, amor y felicidad aconteció algo verdaderamente notable.
En la casa de la familia Rossy, era una casa de estilo campestre antigua, en perfecto estado de conservación, rodeada de floridos jardines, una familia muy honorable y respetuosa de sus creencias religiosas, muy apreciados por los habitantes de La Toscana, provincia de Italia. En el jardín del frente se empezó a notar una luz dorada muy tenue, que poco a poco aumentaba en brillantez y tamaño, era muy extraña la forma en que iba aumentando en claridad y volumen hasta que casi es del tamaño de la propia casa. Se escuchó un llanto de bebé a cuya estridencia la esfera de luz se esparcía por toda la comarca, quedando en el jardín en medio de flores, una cunita posada en el césped con una criatura haciendo pucheros. Todos los habitantes de la comarca lo conocerían en el futuro como el niño Rossy. Por la vereda que lleva al centro del bosque, se alejaba una anciana, usaba ropa delicadamente bordada, pelo muy blanco y se apreciaba con ligeras ondulaciones, perdiéndose entre los árboles.
El desarrollo de la vida del niño Rossy, fue tan normal como todos los niños de La Toscana, jugaba con sus compañeritos de escuela, entraban a jugar en el bosque denominado “El Bosque Azul”, conocido con ese nombre porque en el centro del bosque existe una enorme laguna de aguas tan transparentes que reflejaban el bellísimo color azul turquesa del cielo, tan hermoso y majestuoso como el creador mismo.
Junto al lago había una casita muy singular, con un jardín precioso y como característica está sembrado de puros lirios de color azul; en frente existe una cantarina fuente, en ese instante esta atestada de pajarillos de varias clases, gorriones hermosos y presumidos cardenales con su espectacular copete rojo, coconitas y muchos canarios, pero de una variedad de colores, que parecía que algún arco iris de cristal se hubiese roto y sus fragmentos volaban alrededor de un unicornio azul; que como un sueño apareciera, muy joven, era un espectáculo para plasmarlo por un genio de la pintura clásica.
Existe una leyenda sobre la casita y la dueña; dicen los lugareños, que fue contada por un hada. Propagan las consejas que el día que nació el niño Rossy, llegó al bosque, una señora mayor de unos 60 años y se estableció en el lugar donde está la casa a la que nos estamos refiriendo. Nunca nadie se ha podido explicar cómo fue que la construyeron. La primera vez que se dejó ver la anciana, fue cuando nació el niño y la vieron muchas personas que se alejaba hacia el centro del bosque azul. Después de que nació el niño, a los pocos días el guardabosques, Don Franco, se dio cuenta del hecho y decidió no avisar a la comisaría porque decían que era una casa embrujada; pero el resultado fue todo lo contrario, es una casa muy hermosa, con su jardín y fuente escrupulosamente limpios, como dije, cuando la mirada de algún curioso o paseante se cruzaba con la de la dama, ésta obsequiaba una dulce sonrisa.
La dulce mujer, dueña de la casa, es una persona, como he dicho antes de 60 años de edad aproximadamente, de piel muy clara, no pálida, cabello blanco, su vestimenta siempre muy limpia y bien planchada, delicadamente bordados a mano en encaje de seda italiana, adornada con aplicaciones de un gusto exquisito.
Nadie se acerca a ella, solo los niños cuando andan jugando cerca de su casita, cuando platica, los niños nos han contado que su voz parece que hablara un ángel, bajito y dulcemente, siempre sonríe y los pequeños siempre están gustosos además les ayuda a realizar sus deberes escolares. Los padres de familia están celosos, no saben qué hacer y tampoco se atreven a increparla; cuando se miran a cierta distancia, ella les sonríe con su carita que parece de una virgen madre. Los señores Rossy, estaban inquietos, debido a que el niño, fuera solo o acompañado de sus compañeritos, a visitar a la ancianita todos los días sin faltar uno; conversando ambos deciden ir a ver a la citada persona.
Casi desde que los pequeños frecuentaron a la dulce habitante de la casa del bosque azul, salían corriendo de la escuela y corrían en tropel hacia la casita, el pequeño Ángelo Rossy como siempre, corría al frente de su pequeño regimiento, gritando, cantando, correteando mariposas; en fin mil cosas y de repente se encuentran con la dama y el niño grita con todas sus fuerzas: “¡Abuelita Celeste!”, y los niños a coro con total falta de coordinación gritaban “¡Abue Celeste, Abue Celeste!” y desde entonces se le conoció en toda la campiña y vecindario ribereño se extendió el grito de los niños, “Abuelita Celeste” Nunca se investigó de dónde sacó Ángelo el nombre “Celeste”.
En una soleada tarde del mes de abril, en plena primavera, hablaban ambos, el niño y la abuela, sentados en el borde de la fuente, sobre la creación de la humanidad. Como el Ser Supremo había creado el mundo en seis días. El niño Rossy, Ángelo atento y fascinado por la musical voz de Celeste, en su corazón guardaba todo aquello que escucha por medio de la sabiduría de la abuelita. Precisamente cuando hablaban sobre la creación de los animales en la faz de la tierra: cuadrúpedos, aves y peces; por la parte derecha de la casa salió con paso firme, elegante y seguro un bellísimo unicornio de un color tan parecido al cielo, que si hubiese sido pegaso, volaría y se confundiría con la bóveda celestial.
La reacción del niño fue tan expresiva, que su rostro parecía haber tomado las facciones de los ángeles que pintaban los grandes maestros italianos. Todo su ser era la expresión viva de la inocencia, castidad y se impregnaba de una indescriptible felicidad.
– ¿Por qué nunca lo había visto antes? ¿Cómo se llama?
Con voz pausada le dice su abue:
– Poquito a poquito; no lo habías visto porque no se deja ver por nadie que no seas tú, tus amiguitos no lo pueden ver, con el tiempo vas a saber cuál es la razón, se llama Ángelo, como tú.
Ángelo Rossy y su unicornio se volvieron inseparables; pero había un detalle, que sólo él podía verlo y los demás no. La comunidad empezó a decir que el niño estaba perdiendo la razón, porque lo llegaban a ver moviendo las manos como si platicara con alguien, movía la boca por lo mismo. Ya sus compañeritos no se acercaban a correr y jugar con Ángelo, se los prohibían.
En una tarde como siempre, se fueron los dos Ángelo al recodo del río a pescar, poco después de tener la pesca suficiente para una opípara cena, Ángelo niño, resbala y cae al río, gritaba y gritaba “socorro” “ayúdenme”; extrañamente de quién sabe dónde, salió un hombre de aspecto de leñador y vestido con ropas de trabajo con un singular y largo rizo dorado que le colgaba sobre la frente; se tiró al río y sacó al niño, al tenerlo entre los brazos a éste personaje, le brillaron sus claros ojos azules y correspondió al agradecimiento del pequeño.
Al salir del río aprovechó Ángelo, para extender su ropa al sol, y buscando al hombre para ocultarse de él y poder desnudarse, no lo vio por ningún lado, sólo a unos metros estaba Ángelo, el unicornio, le llamó la atención al niño que estuviera húmedo y aún le caían gotas de agua de su único cuerno, como un rizo de oro apuntando al firmamento. Se miraron fijamente, como si fueran una sola alma, como si se conocieran de siempre, igual que fuera uno mismo. El unicornio dobló las patas delanteras e invita al niño, con un movimiento de la cabeza a que montara en su lomo, el niño, sin tomar en cuenta su desnudez, montó presto al lomo del noble animal; caminaron, caminaron por todo el bosque, recorriendo muchas partes de la rivera que el niño no conocía, se pasó el tiempo, ya el crepúsculo adornaba con su dorado matiz, regresaron al punto de partida, rápidamente el niño, vistió sus ya sacas ropas y precisamente en ese instante, escuchó el grito de su papá que lo andaba buscando, venía su mamá y una docena de vecinos, todos ellos angustiados. Ya habían ido a la casa de Celeste y ella les dijo dónde estaba Ángelo; pero que el niño estaba muy bien acompañado.
Con su carita tan dulce e inocente y con grandes muestras de felicidad, Ángelo narraba a sus padres la aventura con el unicornio, la caída al río y la aparición de aquel joven tan fuerte y bien parecido que lo sacó del agua. Sus padres, angustiados y con los ojos brillantes por causa de sus lágrimas que pugnaban por salir, lo escucharon atentamente, y al final de su narración le hicieron ver que no contara cosas de su fantasía porque la gente lo tildaría como demente.
– No es mentira mamita, yo lo viví y me siento muy feliz, de verdad; papito, es cierto.
– Te creemos Ángelo, te creemos; replicaron los señores Rossy, Doña Nélida y Don Franco se abrazaron cálida y dulcemente, arropando al pequeño entre sí.
Ángelo Rossy contaba ya con quince años de edad y su comportamiento nunca había tenido el más mínimo cambio, sino al contrario, ahora era el centro de todas las actividades infantiles y juveniles, incluyendo a las niñas, y a otros jóvenes aún mayores que él. Organizaba grupos para hacer los deberes escolares, para cantar, o divertirse, hacían paseos y días de campo, a los que también asistían los mayores. Celeste y el unicornio siempre acompañaban a los grupos; pero nadie más que Ángelo los podían ver, solo intercambiaban sonrisas y uno que otro relincho del corcel, que ya era todo un ejemplar digno de cualquier concurso equino y seguro sería el vencedor.
En lo más profundo del bosque, habitaba el guarda bosques Flavio y su hijo Néstor, un muchacho de la misma edad de Ángelo, más alto y fuerte por su labor de ayuda a su padre a cuidar del bosque y las labores pesadas del mismo, brusco y grosero, es decir mal hablado. Por razones extrañas que desconocemos, le tenía odio al niño Rossy, siempre que va al almacén del pueblo por provisiones, se expresa mal del niño, y lo insulta, la gente no se junta con este joven, porque aman a Ángelo, amenazando que lo lastimaría.
Una ocasión que andaba un grupo de niños cerca de la casa de Celeste, Néstor; como siempre, siguiéndolos a distancia, levantó del suelo un guijarro del tamaño de su puño, amenazante llevó el puño hacia atrás y lanzó el objeto en el mismo instante en que soltara el guijarro, este desapareció, esparciéndose en el aire un gran número de pequeñísimas luces doradas, se escuchó un fuerte relinchido y el unicornio se dejó ver amenazando a Néstor, éste recibió una fuerte impresión de tal magnitud que cayó sin sentido. Al escuchar el relincho, Celeste salió de la casita y alcanzó a ver que el guijarro daría en pleno rostro de Ángelo, ahogó un grito. Ángelo, presuroso se acercó a Néstor, aquel lo toma por la nuca y trató de reanimarlo, cuando le empezó a hablar, Néstor le pidió perdón, que no lo volverá a hacer.
– Ven a nuestro grupo, le contestó Ángelo y así podrás ir a la escuela, ¿Qué dices? Ambos se levantaron de la hierba del bosque y se dieron un fuerte abrazo.
El día exacto del aniversario décimo quinto del nacimiento de Ángelo, como siempre, el alegre grupo regresaba a sus hogares; llenos de júbilo, corriendo, fuertes risas y cantando; en el grupo iba Doña Celeste y el unicornio, que ya sabemos que nadie podía verlos, sólo el pequeño cumpleañero y la ancianita. A la entrada del pueblo cada quien se dirigía a sus casas, algunos parientes ya los estaban esperando en los portales de las estancias, como la de los Rossy, era la última del camino; se quedaron solos, Celeste, el unicornio Ángelo y el niño Ángelo, quién llegó al frente de sus papás y lo saludaron muy cariñosamente, las preguntas de siempre, ¿Cómo te fue? ¿Se divirtieron? Recordemos que ellos no pueden ver a sus acompañantes.
En ese momento, se empezaron a distinguir las siluetas de Celeste y de Ángelo, el unicornio y los señores quedaron mudos de asombro, no sabían ni que pensar ni que preguntar; Celeste se adelanta y habla, con aquella tan especial voz, clara, dulce:
– Todo en la vida tiene un principio y un final, y el accidente del bosque, marcó el final de la estancia de Ángelo, su hijo, en la tierra. La reconciliación con Néstor, fue un ejemplo para que los niños aprendan que no debe haber rencores entre ellos, lo hemos logrado, esta generación en La Toscana, será diferente.
Ángelo parte hoy mismo, no derramen lágrimas, él será muy feliz, lleva buena compañía. Al decir esto último, el niño sube al lomo del unicornio azul, que se arrodilla para que Ángelo Rossy suba a su lomo y parten, junto con Celeste, paso a paso, sin levantar polvo y sin pisar el camino; poco a poco se pierden en el horizonte y Nélida y Franco abrazados dan gracias a su creador por haberlos hecho vivir tan maravillosa experiencia, viéndolos desaparecer confundiéndose con los reflejos azules del lago y del cielo.
Jorge Enrique Rodríguez.
18 de abril de 2009.