En plena recolección de mangos, precisamente procedentes del rancho “Los Mangos”, ubicado en la zona de cultivo de la laguna El Chairel, a unos veinte kilómetros del río Panuco, donde es el paso obligado de Pueblo Viejo rumbo a Tampico, y a las zonas petroleras. Este rancho es propiedad de la familia Montanaro, originarios del estado de Tamaulipas, al sur del río Bravo. La familia Montanaro vivía en McAllen, Texas, ahí pasaba la vida despilfarrando el dinero que producían las numerosas plantaciones que sembradas de mango; contenían en el rancho Los Mangos. Se exportan a varios países, Japón, China, Estados Unidos, Brasil, España y otros países de Europa; a Rusia se enviaban enlatados en almíbar.
Cesar Rojas, un hombre rudo, alto, moreno, cabello obscuro y ojos azules; ingeniero agrónomo, graduado en Inglaterra; es el administrador de “Los Mangos”, sus órdenes son enérgicas, pero respetuoso de los trabajadores a su cuidado. Como a quinientos metros de la plazoleta, está la casa grande donde vivía Don Cesar con su esposa Doña Ángela y su hija Rosa, una agraciada jovencita de 17 años, egresada de la preparatoria del estado. Como todos los meses en la primera semana, Don Cesar y Don Cornelio Montanaro estaban en el despacho de Don Cornelio, haciendo cuentas y entregando todos los depósitos que se hacían a la cuenta de Texas; se entregaba una relación de acontecimientos y solicitudes de los jornales, que en general se habían cumplido por orden telefónica del mismo Don Cornelio.
En esta ocasión, se presentó Don Cesar con un oficio de las autoridades, respecto a los depósitos que se están efectuando en la cuenta de McAllen, Texas el patrón sonrió y le dijo:
– No te preocupes Cesar, no nos van a meter a la cárcel.
– Comunícame con Jorge Ambríz, el contador de la SHCP, (Cesar marca un número telefónico).
– Jorge, ya llegó el asunto, mete hoy mismo la solicitud de apertura de la distribuidora en EUA para que mi amigo Cesar esté tranquilo, le envías una copia de toda la tramitación, pero que sea hoy mismo. La semana que entra nos vemos, hace mucho que no veo a la raza.
– ¿Entendido Cesar? Tú vas a capacitar a los jornaleros, prepárate.
– Como tú ordenes Cornelio.
– Bien, adelante; el resultado es muy bueno y compensaremos a los muchachos; dales el importe de dos semanas de jornales y tu pasa a tu cuenta la cantidad de $500,000.00 espero que elabores los documentos para firmártelos.
– Solo cumplo con mi deber; muchas gracias en nombre de todos los muchachos.
– No agradezcas nada se lo han ganado; a propósito ¿Cómo están tu esposa y tu hijita?
– Todos muy bien, gracias.
Una vez terminada la conversación de negocios, se tocaron otros tópicos, como los personajes del pueblo, acontecimientos personales de los jornaleros; que la esposa de Nicho, uno de los tractoristas había dado a luz una niñita y los habían invitado al bautizo. También Anselmo el hijo de Don Abundio, el mozo de la caballeriza, llegaría a la hacienda el mes próximo, se graduó de ingeniero agrónomo en el Tecnológico de Monterrey.
– Bueno Cesar, me voy a Nueva York a la Convención de Fruticultores, estaremos en contacto como siempre.
– Claro, feliz viaje.
Ese mismo día, después de terminar de recibir todos los reportes de los jefes de grupo de los jornales, terminó de hacer sus anotaciones en los libros respectivos, porque no le gustaba dejar nada pendiente. En el camino a su casa hay una distancia, como ya les dije de quinientos metros, más o menos a la mitad del camino hay un bosquecillo que mando reforestar el señor Montanaro, porque en el centro del mismo, existe una roca muy grande que no pudieron desenterrar los arquitectos; entonces pensó el patrón hacer un manantial artificial y una especie de kiosco con sillones de palma y la frescura del agua corriente, ya que la alimentación era por medio de una bomba centrífuga.
Al pasar por ese lugar, escuchó llanto y un grito pidiendo ayuda; repitiendo ¡Déjeme, déjeme!. Su mano derecha se contrajo de ira apretando el fuete que siempre cargaba cuando andaba vigilando los campos. En uno de los sillones del lugar estaban obligando a una muchachita a someterse, ya le habían rasgado la blusa y la falda; afortunadamente llegó Don Cesar con el fuete en ristre, dejó caer éste varias veces sobre la espalda del agresor hasta sangrarlo; era Lencho, otro de los tractoristas.
– ¡Lárgate, antes que te mate! No quiero volver a verte en este rancho, ya me encargaré de avisarles a los demás agricultores.
– Si vuelves por aquí, te meto a la cárcel, ¡Lárgate!
La jovencita, se fue llorando para la casa de Don Cesar, era una amiguita de su hija que fue a pasar unos días de vacaciones a “Los Mangos”, su nombre es Malú Ríos. Rosa la fue a acompañar a su recámara, fue a cambiarse, afortunadamente no sufrió daño físico, solo el susto; las dos amigas ya tranquila Malú, decidieron pasar la noche en la misma recámara. Al siguiente día antes del anochecer, llegó a Los Mangos un joven de unos veinte años, moreno de cabello abundante y medio chino, ojos intensamente negros, de nombre Ramón Ríos, medio hermano de Malú, indignadísimo por haberse imaginado lo peor; pero al enterarse del acontecimiento por medio de Don Cesar y su oportuna intervención, su enojo desapareció y agradeció profundamente el resultado. Rosa y Ramón se miraban con insistencia, ella muy callada no participaba en la conversación, él hablaba con alguien; pero veía a la muchacha; Cupido los había flechado con su inocente arma. El papá de los jóvenes Ríos les había ordenado regresar de inmediato, así lo hicieron. Ramón buscó la forma de despedirse personalmente de Rosa a quien le dijo:
– Voy a regresar para hablar contigo, si me lo permites. ¿Si?
– Si, estaré esperando.
En la primera oportunidad que tuvo de hablar con su padre, Don Claudio, dueño de la empacadora de frutas y legumbres “Rio Bravo”, sobre su proyecto de volver a visitar a Rosita, su padre receloso le preguntó:
– Fíjate bien lo que haces, es la hija del administrador, un don nadie venido a más.
– No me importa su dinero, sino ella.
– No lo voy a permitir, es una familia sin prestigio.
– ¡Ah! ¿Eso es lo que te interesa? Sabías que el ingeniero Montanaro es solo un prestanombres.
– Tú que vas a saber.
– Más de lo que imaginas.
Molesto por la conversación tan ríspida que sostuvo con su padre, no se despidió de su hermana, abordando su camioneta se lanzó por el camino que lo conduce al rancho Los Mangos. Al llegar a la puerta principal del rancho, hizo sonar el claxon y alcanzó a ver a Rosita; en el fondo del jardín; con un ramo de rosas rojas, inexplicablemente bellas y lozanas, por lo extremo del clima en esa región, nadie se imagina cómo le hace la niña para conservar su jardín tan bello, lo saludaba con su vaporoso sombrero de paja y encajes; completaba su atuendo con un vestido de color de cielo muy ligero, rodeando su cuello y mangas con un fino encaje tejido a mano por ella misma.
El corazón de ambos jóvenes latía con tal fuerza, que parecía que hubiesen participado en una carrera. Apresuran ambos el paso y se encuentran en el centro del enorme jardín y se abrazan con sentimientos limpios de entrega física y sin dobleces; tomados de la mano, van en busca de Don Cesar el padre de Rosa, Ramón abre la conversación:
– Don Cesar ¿Cómo ha estado?, mi padre le manda un saludo.
– ¿Seguro? Hace años que no me dirige la palabra, sólo en la firma de negocios; qué bueno, gracias.
– Vine a verlos por un asunto personal, relativo a Rosi.
– ¿Qué te traes tú con mi niña? (Dijo Don Cesar).
– Nada papá, nada. (Interrumpe Rosa).
– Le pregunté a él.
– Como usted sabe, desde chiquillos hemos sido vecinos y amigos en la escuela, pero ahora si quiero pedirles permiso para frecuentar a Rosi, con la mira de consolidar un buen noviazgo.
– Mira Ramón, hay cosas que tú no sabes y es necesario que estés al tanto, no te vayas a equivocar; que te parece si el lunes que regresen de la universidad, vienes a comer con nosotros, así estará Ángela; las mujeres tienen más tacto para decir que sí o no, así no me meto en líos.
– Mi mamá va a decir que sí, ya los conozco, no te preocupes Ramón, (Dijo la pretensa). Caminaron ambos jóvenes por el enorme jardín, Don Cesar enfiló sus pasos a las oficinas del rancho Los Mangos.
Ramón Ríos, hermano de Malú, salió de su última clase en la universidad a las doce horas y quince minutos, esperó más o menos media hora, porque Rosa Rojas sale a las trece horas. Al encontrarse los jóvenes, se saludaron con un beso en la mejilla y dirigieron sus pasos a la cafetería a tomar un refresco, entre frases dulces, caricias inocentes y promesas de amor, pasaron unos treinta minutos, abordaron su auto y se dirigieron a Los Mangos, en donde comerían junto con la familia Rojas Rosales.
Un fuerte abrazo y un caluroso saludo fue el momento del encuentro de Don Cesar y Ramón, con su característico tonillo al hablar:
– ¿Qué pasó muchacho por qué tan larga ausencia? Todo el año pasado no te vi, ¿Adónde andabas?
– ¿Qué tal Ramón? Bienvenido, (Dice Doña Ángela), pasen, siéntense.
– ¿Puedo saber por qué te ausentaste más de un año?
– Fue un problema de fuerza mayor, falleció un padrino mío en Texas y requerían mi presencia para leer el testamento, se suscitaron muchos problemas porque no tenía más familia que yo y algunos parientes gringos, impugnaron el testamento; llevándose mucho tiempo demostrar que yo tenía razón de estar ahí, los otros eran los colaboradores en el trabajo de su rancho. Mi abogado me aconsejó que lo vendiera y así lo hice, todo eso se llevó más de diez meses.
– ¿No te amenazaron o lastimaron?
– No afortunadamente, mi abogado, que es mi maestro aquí en la universidad, consiguió que me dieran el permiso de presentar exámenes a distancia y así, no perdí la secuencia de los semestres.
– ¡Qué bueno! Dijo la señora Ángela.
El resto de la conversación se desarrolló con detalle de los acontecimientos en su estancia en Texas y con los empleados en los juzgados y embajada de México, por la resistencia de ambas para efectuar los trámites correspondientes.
– Por favor pasen a la mesa, dijo la señora Rojas.
Pasaron a la mesa y compartiendo el pan y la sal, degustando una riquísima sopa de médula y un cabrito tiernito, jugoso; complementando las viandas con unas coyotas de harina de trigo y piloncillo, para chuparse los dedos.
– Bueno güercos, aquí están los dos y como creo que tienen deberes de la universidad, al grano ¿De qué se trata?
– Doña Ángela, Don Cesar, (dice Ramón tomando la mano de Rosita), solicito atentamente que me permitan visitar en calidad de novios a Rosita; mis intenciones son serias, la finalidad es llegar al matrimonio ya ven ustedes que nos conocemos desde muy güerquillos.
– Soy muy derecho, díganme la verdad ¿Han tenido relaciones?
– ¡Papá, como crees!
– No Don Cesar, le doy mi palabra.
– Como veo que Rosa está decidida, no tengo inconveniente. ¿Tú qué dices Ángela?
– No tengo nada que decir en contrario, pero les falta muy poco para terminar la universidad, ¿Qué planes tienen?
– Falta solo un semestre, una vez graduados, nos casaremos para irnos a vivir a los Estados Unidos, así podemos planear el establecer una empresa para encargarse de la importación de las frutas y vegetales de mi padre, es un plan que usted y él tienen hace años, ¿Qué no?
– Diablos de güercos, si ya lo tienen bien planeado; bueno dile a tu padre que estoy de acuerdo si él acepta, no tengo inconveniente, ¿Ángela tú que dices?
– Encantada, dile a Claudio tu padre que nos llame para platicar sobre la sociedad, que los invitamos a comer el día que ustedes fijen y nos reuniremos con mucho gusto; los esperamos con los brazos abiertos.
Fueron varios meses que los muchachos redujeron el tiempo en que se podían ver, en virtud que se dedicaban a preparar sus clases y se acercaba la presentación de su examen profesional sin abandonar las clases diarias; se veían y platicaban en los descansos de sus clases, ya que tenían diferentes grupos. Así pasó el tiempo y con ansias esperaban el final, que sería el principio de una nueva vida para ellos.
Al fin llegó el día, el jardín principal estaba ocupado por tantas sillas plegables como tantos graduados asistirán a la ceremonia. Desde media hora antes del inicio, empezaron a llenar en grupitos las sillas, haciendo una especie de corrillos hablando de los detalles de sus años de estudios y tantos recuerdos de su tiempo estudiantil. Al mismo tiempo se veían llegar algunos automóviles, en el primero llegó el gobernador y su esposa, atrás venía un auto con cuatro guardaespaldas, enseguida llegó un auto blanco, sus ocupantes son el presidente municipal y su esposa, tras de ellos algunos regidores, junto con el rector y el profesorado, ocupando la mesa de honor; el lado derecho lo están ocupado los padres de familia y la izquierda por los invitados en general.
Al tomar la palabra el señor rector, refiriéndose al esfuerzo por terminar sus estudios y ponderando las virtudes de los alumnos y sus maestros, agradeció a los padres de familia por el respaldo económico a sus hijos y diciéndoles a los alumnos que por mérito en sus calificaciones, el discurso de despedida de la generación lo dirán por primera vez los alumnos que alcanzaron la calificación perfecta, ellos son: Rosa Rosales y Ramón Ríos; alcanzando al mismo tiempo el premio estudiantil literario por la elaboración conjunta de la tesis “Expansión de las empresas estatales al extranjero”. Una ovación estruendosa se dejó oír hasta en las afueras del recinto universitario; al término del discurso volaron los birretes, abrazos y felicitaciones se vieron por todos los jardines, llanto de alegría de muchos padres de familia; los hombres también lloran aun siendo tipos rudos, la mayoría rancheros y uno que otro citadino.
Rosa, Ramón y los padres de ambos, se reunieron para celebrar el compromiso de matrimonio y la fusión de las empresas Empacadora Rio Bravo y el Rancho Los Mangos, convertida ya en una gran empresa internacional. La boda se llevó a efecto en la Catedral del Sagrado Corazón en la capital del estado, fue el acontecimiento más importante en muchos años, un gran banquete en los jardines del rancho Los Mangos, esa misma noche salían a su luna de miel a recorrer varios países de Europa. Al regreso de los jóvenes esposos, ya daba señales de estar consolidándose definitivamente, la empresa se denominaba: “Empacadora Frutos Mexicanos” S. A. su lema es: “Nuestro prestigio a su servicio”.
Jorge Enrique Rodríguez.
8 de marzo de 2012.