Hace muchos, pero muchos años, tendría yo como quince años, acababa de salir de la secundaria, perdí la beca que tenía para todo el curso propedéutico, reprobé matemáticas con calificación de 4.5; uno de mis ascendentes me condujo a un lugar para mi totalmente desconocido, era un teatro; según supe tiempo después, en el foro había una mesa cubierta con un mantel de color morado, hacia el lado derecho (izquierdo para mi), tenían un botellón con un vaso tapando el orificio de salida; un micrófono y un pequeño florero con tres rosas, una roja y dos blancas, se veían muy frescas. Unos segundos después, llegan tres personas, dos de ellas custodiando a una tercera con actitud de esperar que algo bajara del espacio, con la vista en la misma dirección; llegando a la silla colocada al centro del recinto, la persona custodiada toma asiento y se pone en actitud de oración, con las palmas de las manos una junto a la otra y las puntas de los dedos índices en la barbilla, permaneció en esa actitud por unos minutos, respiró profundamente y colocó sus manos sobre una carpeta de piel que está sobre la mesa, iniciando su mensaje:

– Queridos hermanos en el espíritu, soy la hermana Luz, una vez más estoy con ustedes por sus necesidades espirituales al alcance de nuestra ayuda. La primera pena que detecto es una hermana que se duele de un malestar en la espalda; “Mira hermanita, lo que te dice ese doctor es mentira, quiere seguir sacándote dinero; lo que tú tienes es falta de fe. Acércate a los consejos del patriarca Hilario, que ya siento su presencia. (En este momento la hermana Luz comienza a contorsionar el cuello y a fingir una voz gruesa).

– Pobre hermana Juana (habla Hilario), lo que te pasa es que el golpe que te dio el mísero céfalo del “pegote” que duerme contigo hace un mes, te astilló el omóplato derecho, ese es tu dolor.

– ¿Cómo lo supiste?

– No olvides, soy Hilario “El Patriarca”. Pasa con los hermanos de administración para que te den fecha y hora de consulta, la próxima vez vendrás a darme las gracias y te llenaré de bendiciones.

Al terminar la conversación, la hermana Luz volvió a sacudir la cabeza y la voz volvió a cambiar de tonalidad; la conversación con el auditorio prosiguió:

– Hermanos en el espíritu, una petición de ayuda muy especial; ustedes saben que la meta de esta asociación es la de ayudar a los hombres del mañana, vamos a proceder; pide que se le ayude a conocer a su ángel protector.  (En ese instante Luz vuelve a sacudir la cabeza, cambiándole la voz a otra semejante a la del varón maduro).

– Acepto pequeño; un camino limpio y sin obstáculos te llevarán a mí, me reconocerás, estaré vestido de blanco, mi cabalgadura será del mismo color, me llamo…

En ese instante la hermana Luz se desvaneció perdiendo el conocimiento, un total silencio reinaba en la sala, se escuchó un característico ruido de una fuga estomacal, los asistentes cercanos percibieron un olor muy conocido. “¡Muchacho! ¡Vámonos!” (En forma brusca una mujer como de cincuenta años, toma del brazo a un niño y salen del lugar apresuradamente).

Aldo, el niño del escape, se presentó con su progenitora a los quince días de su visita al recinto de “Las Esperanzas”, en busca de la respuesta a la ayuda solicitada. Al llegarle su turno; sin preámbulo la hermana Luz exclamo (previa sacudida de la testa y cambio de voz:

– Te confirmo Aldo soy Petronilo, el árbitro de la elegancia, mi círculo se desarrolló en Roma durante el reinado de los Césares, me tocó Nerón; estaré siempre a tu espalda, nunca me vas a ver pero ahí estaré cuando me necesites.

El eterno caminar del tiempo no se detiene por ninguna razón humana, solo sería posible por mandato divino; pero en este caso, pasaron los años y Petronilo brillaba por su ausencia, la pobreza y la desgracia se establecieron en la familia de Aldo; quien se había convertido en un adulto joven con veintidós años y excelentes calificaciones en sus estudios universitarios.

Un día domingo, Aldo y su mamá Chuy, salían de la catedral metropolitana después de dar gracias a su poder superior por el resultado de sus estudios; esperaban un taxi, van a celebrar ellos dos solos a un sitio modesto, tal vez en un mercado; en ese instante se detuvo una limosina color blanco bajando un conductor, vestido de negro, muy elegante dirigiéndose al joven ya abogado.

– Señor abogado, un momento por favor.

– ¿Qué pasa, quién es usted?

– No tema, mi jefe desea invitar a usted y a su señora madre a su mesa y degustar juntos su triunfo.

– ¿Quién es su jefe? (Doña Chuy temerosa se acerca a su hijo Aldo).

– ¿Quién es su jefe, no escucho? (Se abre muy lentamente la puerta del auto blanco).

– Petronius Lombardi Ricci.

Bajó de la limosina un caballero totalmente vestido de blanco, el corte de la ropa era vanguardia; Aldo y su madre se miraron mutuamente después de ver las facciones del recién llegado; son idénticos hasta el color de los ojos. ¿El destino escribe renglones torcidos?

Jorge Enrique Rodríguez.

4 de enero de 2014.

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