Era la noche de luna llena en el mes de octubre, pero extrañamente el infinito estaba cubierto de una gruesa nube, que hacía ver más lóbrega la noche. Los carruajes detenidos en las puertas de los prostíbulos esperando a los parroquianos, indigentes dormitando imaginando seres noctámbulos en jamelgos, acompañados de las ruedas rechinantes de madera, recubiertas de gruesas tiras de hierro oxidadas y faltas de alguna grasa que apague sus gemidos fantasmagóricos. En ese momento rompe el nocturnal silencio los gritos de un sereno vociferando:

¡Hombre muerto! ¡Un descuartizado!

Llegaron los carabineros, la escena era horrible, un ser humano de unos 46 o 48 años de edad, con la ropa desgarrada y llena de sangre, desnudo del tórax hacia abajo, abierto de un tajo el vientre, desprendidas sus partes pudendas y esparcidas en más o menos diez metros cuadrados, con un rictus de dolor y espanto, sus manos sostenían en algún momento los intestinos que salían de su cavidad, ahora escurriendo y sangrando, manchando ropa, manos, piernas y pavimento. ¡Qué horror! Algo llama la atención: en el pavimento está escrita la letra “L” ¿Qué significa?

Los curiosos vomitaban a diestra y siniestra, inclusive el jefe de los guardias, no pudo disimular y le sucedió lo mismo. Llamaron al médico forense para que se encargara de lo conducente. El alguacil y sus ayudantes, ya repuestos del espectáculo, empezaron a buscar algo que los llevara a conocer al culpable.

La viuda Sra.Cuautle, mujer de más de cuarenta años, sin experiencia en los negocios empezó a tener problemas, sobre todo al vencimiento de los pagos de la hipoteca, nadie quería ayudarle; el chismorreo era que a su marido lo había matado el fantasma del risco. Juraban que lo habían visto gritando sobre la caída de agua. Mientras esto sucedía, la investigación que realizaba Pancho Pinto y su gente no avanzaba, todo lo querían resolver con preguntas y creencias sin fundamento, solo tenían la “L” pintada en el suelo, incluso a la bruja del río le preguntaron si estaba dispuesta a ayudar.

El día en el que habría luna llena, toda la gente del pueblo empezó a guardarse muy temprano, se sentía el nerviosismo en el ambiente, tal vez mucho miedo; esa noche la luna estaba hermosísima, no había nubes, ningún indicio de fenómenos atmosféricos. Llegó la media noche y nada anormal ocurría, solo soplaba un vientecillo muy agradable. En la esquina de la calle del Indio Triste y la calle de bodegones, apareció un borrachín, hasta las manitas y con una botella en la mano, en ese momento gritó con estridencia:

¡Lo mató! ¡Lo mató! ¡Yo lo vi!

Salieron de la cantina dos parroquianos, ya a medios chiles y contemplando la misma escena del crimen: un hombre semidesnudo, rasgado del abdomen hacia abajo, desprendidos sus genitales y esparcidos alrededor del cadáver, el testigo dijo a los que llegaron:

– Fue él, tenía una túnica azul que le llegaba hasta los pies y se metió ahí en esa reja, dijo señalando la puerta del Cementerio “El Descanso Eterno”. En el suelo estaba pintada la letra “U”.

En ese momento cayó muerto. El médico dijo que fue un paro cardíaco, agravado por el exceso de alcohol ingerido.

Pancho Pinto y el médico forense que llegó de la cabecera municipal, se hacían preguntas: ¿Quién? ¿Y por qué tanta saña? y en especial ¿Por qué esa parte del cuerpo? La herida se inicia junto al ombligo, son cinco orificios a diferente altura y al parecer, el arma fue una herramienta o una garra, a la altura del pubis, y se supone que la extracción de la parte reproductiva fue de un jalón, esparcidos con asco, siendo esta la deducción del forense. Lo que llama la atención es la letra “U” pintada con sangre.

El Presidente Municipal y jefe de la Guardia Rural, Don Francisco Pinto, agobiado por los crímenes e incapaz de adelantar algo sobre los decesos ocurridos tuvo que pedir ayuda a la policía estatal. Hundido en esos pensamientos estaba cuando le anunciaron que llegó una dama que deseaba hablar con él. Ante él se presentan dos personas:

– ¿Sr. Francisco Pinto?

– A sus órdenes, pasen.

– Soy Manuel Montes, representante de la Sra. Gladis Monasterio.

– A sus pies bella señora. Ella no respondió ante éste saludo.

– La Sra. Monasterio no puede hablar, soy su vocero.

– Cuanto lo siento. Estoy a sus órdenes.

– La Sra. Monasterio acaba de llegar del extranjero y desea realizar algunas construcciones como escuelas, un centro comercial y un hotel de lujo, pretende atraer a turistas extranjeros, tratando de ayudar a levantar el atractivo de San Buenaventura; pero los acontecimientos trágicos que han estado sucediendo la hacen pensarlo dos veces. Desea saber si es posible, si ya tienen algún plan para acabar con ese problema. ¿Qué nos puede decir Sr. Pinto?

– Estoy actuando ya sobre ese asunto, tenemos más vigilancia, estamos siendo ayudados por la policía estatal, y el gobernador nos apoya con personal de inteligencia para dar con el criminal.

– Esperamos que esto quede resuelto antes de enero, es para cuando se planea iniciar las obras.

– Seguro pasaremos muy tranquilos la Navidad.

El fin de semana antes de la celebración de la Revolución Mexicana, tendríamos luna llena, la mayor parte de los habitantes ya no temían a ningún acontecimiento trágico, otros todavía temían al fantasma del risco. La plaza estaba pletórica de habitantes del lugar y había también algunos extranjeros, lo cual se notaba porque su vestimenta no era adecuada al lugar. Había puestos de alimentos como carnitas y tlacoyos, algunas lugareñas vendían prendas hechas a mano, que ahí mismo estaban tejiendo; la banda municipal estaba en su apogeo, cuando al filo de las nueve de la noche, se escucharon los cascos de un caballo alejarse rápidamente, el jinete vestía una túnica azul muy pálido, la capucha amplia que con el aire le hacía ver la cabeza enorme, nadie le dio importancia. Juvencio el sereno, a las seis de la mañana hora en que termina su rondín nocturno y de entregar información de la jornada, fue rumbo a la casa del Regidor Municipal y al llegar al portón… ¡Oh! Ahí…encontró a un hombre, con los ojos saltados, el abdomen rasgado hacia abajo, las vísceras esparcidas sin ton ni son. Apenas tuvo tiempo de llamar al portón, estaba pálido, y resoplaba como bestia, un olor muy característico indica que le sucedió algo sucio por el susto que le provocó el hallazgo.

Cuando el Sr. Francisco Pinto supo de este acontecimiento, solo exclamó “Me lleva… patas de cabra”. Se presentó de inmediato al lugar del descubrimiento, ¡qué destino el del Güero!, nadie se imaginaba como terminaría. El Comandante Pinto tenía ya un caso de asesino serial; ahora veían la letra “Z”; pero ¿quién es? Pinto se hace varias preguntas:

– Son cinco heridas de un centímetro; pero no a la misma altura, según el dibujo el trazo es idéntico, entonces ¿Es algo como una garra? ¿Gancho de despepitar?, ¿Gancho de jardinero? ¿Un tridente? No, es muy grande, ¿Picahielos? No, son muy exactos.

El pueblo llamado San Buenaventura fue fundado por los frailes franciscanos en el año 1790, llegaron en una peregrinación encabezada por el Padre Pío, acompañado por un jovencito de doce años, quien decía era nieto de un hermano del padre, este niño quedó huérfano a la edad de diez años, su nombre era Manuel Montes. Tardaron casi dos años en construir el monasterio, algunos frailes se dedicaron a la evangelización en los municipios aledaños, Manuel acompañaba al Padre Pío, quien le había enseñado a evangelizar niños y niñas. Este jovencito resultó ser muy hábil para aprender y transmitir conocimientos.

Durante los casi veinticuatro meses de transmitir la palabra de Dios a los adultos y adolescentes de esos lugares, tenían que pernoctar a veces en las casuchas de algunos de los catecúmenos. Una noche, el mal tiempo los obligó a pedir posada en la casa de la viuda de un personaje que nunca, nadie supo de dónde llegó. Esa noche Manuel y el padre Pío conocieron a la señora Tules vestida en traje de montar color negro y a su hija de cinco años; la señora, morena de ojos ligeramente rasgados y negros, labios gruesos; la niña era también morena de pelo muy largo y negro; pero el color de sus ojos eran intensamente azules, verdaderamente increíble, faltaba la otra niña gemela idéntica. Su forma de hablar era un español casi perfecto, medio español, mezclando al Otomí. Esa noche se enteraron de su dolorosa historia.

Una mañana de los primeros días del invierno una bella joven campirana bajaba de recolectar leña para su casucha, al pasar por la ribera del río escuchó el leve quejido de una persona, solo que no entendía lo que decía; era un hombre herido, lo primero que se le ocurrió fue llevarlo a su jacal, la herida en la pierna se veía muy infectada, corrió a llamar a la señora yerbera, quien atendió al herido. Detuvo la infección; pero el enfermo no despertaba, pasaba el tiempo y Rita la yerbera se ocupaba de ir a atenderlo, poco a poco la infección sanaba. Tules le daba de comer en la boca, lo aseaba en todo lo posible, sin embargo él aún no despertaba.

Tules, en su diario caminar por el monte recolectaba leña, frutos y yerbas comestibles y medicinales.

Una vez conseguido lo necesario para unos tres días regresó al jacal en donde se encontró con una sorpresa, encontró al paciente despierto y sentado en el camastro; se quedó con la boca abierta, él estaba sucio, barbudo, con el bigote desaliñado; pero con los ojos abiertos intensamente azules. Tules pregunta en su dialecto:

– Gracias a Dios que ya despertaste. ¿Cómo te llamas? ¿Te duele la pata? ¿Qué no me oyes?

– ¿Qué dices? No te entiendo.

Este parece un diálogo de sordos, ninguno de los dos se entiende.

– Te voy a preparar un caldo de malvas, te hace falta, hace muchos días que no comes, te debes estar muriendo de hambre, ojitos de cielo. Así se dirigió Tules al enfermo.

– ¡Oh! ¿Quién eres tú muchachita? Yo soy Antonio Monasterio.

El enfermo, con sus dos dedos índices señala su tórax, luego la señala a ella, sin tocarla le hace una seña con la cabeza, tratando de hacerse entender para que le diga su nombre.

– ¿Antoño? Lo señala ella llevando sus manos a sus insipientes pechos y dice:

– Tules y vivo en el monte.

– Tules, qué bonito nombre.

El diálogo se desarrolló en forma muy jocosa, no se entendían, lentamente las cosas y diálogos se fueron dando.

Antonio Monasterio se dio a la tarea de buscar un mejor lugar para establecerse, mientras tanto, el conocimiento de ambos se fue haciendo más cordial, uno le enseñaba al otro su forma de entenderse. Antonio se dedicó a buscar lugares donde poder empezar a sembrar legumbres, frutas y a construir un lugar para poder guarecerse y no vivir casi a la intemperie. Pasaron doce lunas llenas y el avance del lugar donde vivirían, iba ya muy adelantado, además la recolección de frutas y legumbres era tan significativa que habían empezado a vender en el tianguis de San Buenaventura, solo que tenían que caminar un día entero para llegar de la casa “Monasterio” hasta el tianguis de los domingos.

Antonio Monasterio era un hombre que llamaba la atención por su corpulencia, pelo rizado, rubio y el color azul de sus ojos, pronto llegó a oídos del cura del pueblo y rápido se dejó ver por donde Antonio y Tules, en pocas palabras los convenció de unirse en matrimonio, por convenir así a Tules ya que pronto la traerían de boca en boca y la comunidad era muy despiadada. El matrimonio se llevó a efecto, el sacristán y un acólito fueron los testigos.

Cuando la cosecha de esa temporada había sido entregada, tenían ya unos quince peones, además de algunas mujeres que ayudaban a Tules, quien había dado a luz a unas hermosas gemelitas de bellísimos ojos azules.

CUATRO AÑOS DESPUÉS.

La ahora próspera Hacienda Monasterio, estaba en pleno crecimiento, las gemelitas celebraban sus cuatro años de feliz vida en el seno de la familia. Tules mandó a traer a las niñas Luz y Gladis que estaban en el invernadero, el padre empezaría la misa. Pasaron diez minutos y la enviada no regresaba; la celebración se suspendió pues las niñas no aparecían; avisaron al patrón quien de inmediato organizó la búsqueda. Todo el personal masculino y femenino se movilizó por todo el monte. Más o menos a las seis de la tarde, encontraron a la niña Gladis, en su carita había una sombra de pánico terrible; pero ¿Y la niña Luz?. Se miraban unos a otros como preguntándose: ¿En dónde está? Tules y sus mujeres se dedicaron a revisar los terrenos de siembra y las bodegas de semillas y accesorios, mientras a Gladis, Antonio la llevó a la clínica, acompañado de los guardias; sus peones y gente de ranchos vecinos, se dieron a la búsqueda de la niña Luz. Cuando llegaron al risco de la sierra, junto al derruido convento de los franciscanos abandonado hace muchísimos años, gritó el capataz:

– Acá patrón… ¡por aquí!, pero no pase… no…

– ¿Qué…? Antonio siguió andando ¡Oh nooo!!! Quedó impactado, pálido como el papel, inmóvil, no creía lo que veía. Tenía a la vista el cuerpo de la niña, con su vestido de fiesta levantado hasta arriba de la cabeza y amarrado con sus listones, el resto de su cuerpo desnudo, destrozado y su sangre en el suelo; se apreciaban huellas de varios pares de huaraches y de unas botas, la terrible escena es indescriptible.

Don Antonio Monasterio, con todo dolor y respeto acomodó las ropas de su hijita, en el regreso no pronunció palabra alguna. Al acostar a la niña Luz en su camita, Don Antonio cayó al suelo, sin vida. La señora Tules no estaba en ese momento en la hacienda, ella estaba en el hospital, donde atendían a la niña Gladis. Clodomiro, el ayudante de Pancho Pinto, se encargó de llamar al médico para que se encargara de los dos cadáveres, la niña Luz y Don Antonio Monasterio.

– Buenas Noches. ¿Clodomiro?

– Pase doctor, mire no los hemos tocado.

– Bien hecho. El doctor tardó más o menos una hora, tomó algunas muestras del cadáver de la niña, incluyendo sangre.

– ¿Qué pasó doctor?

– ¿Don Antonio, cuánto tiempo tiene de estar así?

– Cuando le avisamos a usted doctor.

– No puede ser, el rigor mortis es de dieciocho a veinte horas, más o menos murieron al mismo tiempo.

– Doctor, no puede ser, lo vi caer yo mismo.

– Veré a la Sra. Monasterio en el hospital. Ya vienen en camino por los cadáveres. Hasta luego, por favor preséntense a declarar en el Ministerio de Guardias Estatal. Muchas gracias.

Al llegar al hospital, de inmediato buscó a Doña Tules, ya viuda de Monasterio. Informándole que acababa de entrar a ver al Dr. Rivas, quien insistió en estar ahí, ya que tenía datos sobre el caso que se lleva.

– Adelante Dr. Brown, ¿Qué nuevas trae?

– Desafortunadamente no son buenas. Disculpe señora, sé que no es adecuado; pero es necesario, su niña y su esposo…

– Dr. Brown, no se moleste, ya lo sé, mi señor y mi niñita han muerto.

Ambos médicos se quedaron mudos de… terror, miedo, dudas. Ni ellos saben qué.

– No se asombren, acuérdense de quién soy hija.

Después de que el Dr. Rivas explicó a Tules el resultado de los análisis practicados a Gladis, le informó que la niña sufrió una impresión tan grande que le afectó su cerebro y las cuerdas vocales estaban extremadamente dañadas por efecto probable de gritar sin tener respuesta… según el Dr. Brown.

– En Florida está un hospital en donde puede ser atendida con muchas probabilidades de éxito, mi maestro en neurología es el director y la ayudará, Dr. Rivas ¿estaría usted de acuerdo?

– Me parece de maravilla, el Dr. Brown y yo le prepararemos la historia clínica del caso para que usted o quien usted asigne la internen.

La viuda Monasterio, dejó a la niña en el hospital para que la prepararan de acuerdo ya con el médico del hospital “Monte Sinaí”, el Dr. Shumsky. El aspecto casi infantil del que Don Antonio, que en paz descanse, presumía de su esposa, había desaparecido, ahora era una persona seria, ausente totalmente de sonrisa, vestía traje de montar, chamarra y botas negras, haciendo parte de su atuendo un fuete forrado también con piel negra. Eso sí, conservó la cualidad que distinguía al matrimonio Monasterio, la bondad y la justicia.

Dos semanas después de aquella tragedia, Tules, Gladis y una enfermera, partían hacia Florida, ahí las estaría esperando una ambulancia del hospital; ya instaladas la niña Gladis y Tules, platicó con el Dr. Shumsky en perfecto inglés, lo cual pareció muy raro a Lula, la enfermera; el doctor describió el problema y el tratamiento, el tiempo no era posible definir, pues todo sería cuestión de la reacción del organismo de la pequeña, era imposible establecer algún tiempo fijo por lo que no le recomendaban permanecer en Florida a menos que tuviese residencia ahí.

– No doctor, debo regresar; me lo recomendaron y yo creo en las personas.

– Señora usted ha vivido en el monte, en donde están sus propiedades; pero nunca ha salido, sin embargo, su inglés es perfecto…

– Efectivamente nunca he salido; pero mi esposo me enseñó a pronunciar el español y el inglés, él era ciudadano estadounidense.

– Disculpe Sra. Monasterio.

– No se preocupe doctor, estoy acostumbrada.

La pequeña Gladis Monasterio estuvo en el hospital seis meses, durante los cuales la Sra. Tules la visitaba periódicamente y era informada por el Dr. Shumsky sobre el avance del tratamiento. Exactamente a los ciento sesenta y cinco días la chiquita fue dada de alta. El resumen del tratamiento fue doloroso, el cual decía: “…la paciente está físicamente bien para su edad, habla perfecto, pero se niega a hacerlo. Se recomienda no insistir en que lo haga, en su momento ella lo hará. Nos ponemos a sus órdenes”. Dr. Meyer Shumsky.

Al llegar a la hacienda lo primero que hizo la Sra. Monasterio fue destinar una enfermera para que atendiera a la niñita las veinticuatro horas del día, pensaba también en protegerla enviándola a estudiar al extranjero. Platicó con la enfermera, le expuso el plan y la invitó a que se fuera con la niña, pagándole un sueldo y los gastos por cuenta de Tules Monasterio, la enfermera Sara aceptó, ya que no tenía familia.

Por intervención del actual Prior de los Frailes Franciscanos, consiguió Tules que la pequeña y su tutora fueran admitidas en la casa de estudios de las aspirantes religiosas, lugar en donde estudió hasta los propedéuticos. Gladis era ya una señorita muy guapa, de cabello negro y hermosos ojos azules. Hablaba perfectamente bien, pero solo con Sara y con su mamá. Los profesores sabían del problema y no la obligaban a pronunciar alguna palabra.

En los últimos años de estudio, Gladis conoció a un compañero que no la molestaba preguntándole el porqué de su silencio, su nombre era Manuel Montes, estudiante de Derecho al igual que Gladis, los últimos semestres tuvieron una limpia y gran amistad, jamás se habló de noviazgo o acercamientos físicos de ninguna clase. Terminaron sus estudios, la fiesta de graduación fue grandiosa; cuando le avisaron a Tules de su regreso, les preparó una gran fiesta en los jardines de la Hacienda Monasterio, la cual tenía ya en sus terrenos una empacadora con la concesión para procesar los productos de varios ranchos aledaños, haciéndola con esto la más importante de varios municipios.

Al llegar los jóvenes, antes del convivio se reunieron en el saloncito que Tules usaba para descansar durante el día, cuando podía, conversó con los recién graduados para conocer sus planes y saber también ¿Qué había entre ellos?

– Para tu tranquilidad mamita, entre Manuel y yo, solo existe una gran amistad. Sin embargo, va a ser nuestro asesor jurídico en los trámites de construcciones, diseño y permisos correspondientes.

– Así es señora Monasterio, Gladis y yo empezaremos los bosquejos, mientras llega el arquitecto Gaxiola compañero de la universidad, él vive en Hermosillo.

– Ya mandé instalar un lugar para que trabajen. Cuando necesiten algo me avisan para conseguirlo.

– Gracias mamita.

– Buena suerte abogados.

Los jóvenes como muchos otros querían triunfar lo más rápido posible, se dieron a la tarea de trabajar de inmediato, después, en el mes de octubre, pensaron en llevar el plan al presidente municipal y conseguir así la autorización del gobernador. Un acontecimiento muy dramático los hizo reflexionar. Se divulgó el asesinato tan cruel del trabajador Rito Cuautle en el mes de octubre, Tadeo Zitle en noviembre, y del Güero, antes de Navidad, trabajadores todos ellos de la finca Monasterio, razón por la cual los abogados se entrevistaron con Don Francisco Pinto. Solo quedaban un par de preguntas:

– ¿Quién es el asesino? ¿Por qué lo hace? No hay pruebas, solo tres letras: “U-Z-L”.

Se preparó la colocación de la primera piedra del conjunto habitacional “L U Z”, había personajes del gobierno municipal y estatal, llamaba la atención el área estudiantil. El gobernador andaba muy solícito y amable con la Sra. Monasterio. En esos momentos Don Francisco Pinto, no había dejado en el olvido los crímenes del año anterior; los expedientes seguían abiertos, veía los dibujos dejados por el asesino; Z-L-U, de repente exclamó:

– ¡Eso es! “LUZ”, es mucha coincidencia, hablaré con la Sra. Tules, para informarle mi idea.

Una vez terminada la ceremonia de la inauguración, agradecimientos y el inicio de la posible venta de locales y departamentos, todo volvía a la normalidad y un gran número de trabajadores empezarían la construcción.

El Sr Pinto concertó una cita con la Sra. Monasterio, platicarían sobre la idea para revivir el caso del asesinato de su hijita.

– Sr. Pinto, ese acontecimiento tiene ya veinte años. ¿Qué caso tiene encontrar un culpable?

– Con todo respeto Doña Tules, ¿no se le ocurre que sea una venganza, precisamente ahora que regresó su otra hija?

– ¿Está acusando a mi hija Gladis? ¡No se lo voy a permitir!

– Sra., es una idea solamente.

– Es mucha coincidencia Sr. Pinto; pero haga su trabajo.

– Disculpe usted Señora, es solo una línea de investigación, aún no se cierra.

– Vaya usted con Dios, Sr. Don Francisco.

Pasaron siete días, la bóveda celeste presumía una luna llena bellísima, no había una sola nube y el otoño hacía palpitar los corazones haciendo que los románticos suspiraran por un amor lejano y otros temblaban de terror por el recuerdo de las tragedias acaecidas. Extrañamente un relámpago iluminó el convento del risco dejando ver a un jinete con una gran capa, bajar a todo galope hacia el pueblo, todo el mundo se encerró en sus casas, los negocios cerraron, durante el tiempo de la carrera del jinete desde que tronara el relámpago y la carrera de la visión, nadie se atrevió a salir, pasó y se detuvo en los sitios en donde habían muerto los desdichados peones; se dio una vuelta por la nueva construcción y luego salió como alma que lleva el diablo; a la altura del cementerio, esa “cosa” desapareció.

A las siete de la mañana del día siguiente, Don Pancho Pinto recorría a pie y con la vista fija en el suelo, llegó al sitio en donde se detuvo el penco infernal, se llevó una sorpresa al ver en el suelo el guardapelo con el nombre de Luz M., lo recogió y sin limpiarlo lo entregó a Doña Tules, con un solo comentario:

– ¿Todavía no cree que puede ser una venganza?

– Se lo agradezco Sr. Pinto.

La Sra. Monasterio caminó directamente a las caballerizas. Revisando visualmente los caballos notó que la yegua “Luz”, aún sudorosa y llena de polvo, con una manta de montar color azul, el vestidor estaba abierto, aún con un aroma semejante al perfume que usaba la Srita. Gladis, quien tal vez por el cansancio no cerró bien; Tules lo abrió y vio tirada en el suelo una capa con una capucha muy grande, y un traje de montar, todo color azul.

– No… Gladis, no debiste hacerlo. ¡Que Dios te perdone! Antonio, perdónala tú también.

La Sra. Tules Monasterio con sus ojos llorosos, bajó la vista y enfrente de sus enormes tierras en plena producción, de sus manos cayó el fuete, y de rodillas, sentada sobre sus talones, abrió los brazos y lloró a gritos diciendo:

– Señor Dios de Antonio ¡Ayúdame!

El astro rey sorprendió a Tules aún dormida, agotada por los acontecimientos del día anterior; un hecho extraño fue que la acompañaba una figura de hombre con unos ojos muy brillantes. Cuando Tules despertó vio la figura, la cual desapareció al instante; Tules solo dijo en voz baja:

– ¡Antonio!

Jorge Enrique Rodríguez.

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