En un antiguo barrio de la ahora flamante y complicada Ciudad de México, a una cuadra de la Av. San Juan de Letrán y esquina de la calle del 57, está situada la Iglesia de la Purísima Concepción, a cargo de los padres paulinos, devotos de San Vicente de Paúl, en la que se venera a la Virgen de la Medalla Milagrosa y al Santo Niño de las Azucenas, puntualizamos estos datos debido a que será el centro de nuestra narrativa.

Era medio día y se escuchaba la campana del templo, llamando a los servicios religiosos del domingo. Invadido por la curiosidad de mis actividades de observador y escritor, me acerqué al vetusto y magnífico portón que fue construido hace dos siglos.

Me llamó la atención que, desde la parte de enfrente en la calle de Belisario Domínguez, un anciano me hacía señales de necesitar ayuda para cruzar la calle. Me apresuré a prestar la ayuda solicitada y tomando del brazo al anciano, cruzamos sin mayor problema, casi sin hablar, solo:

– Muchas gracias, Dios se lo pague.

– No hay nada que agradecer, ¿Puedo preguntar su nombre?

– Claro, me llaman Cleto. ¡Déjame libre la entrada!, (Estirando la mano que sostiene una charolita de mimbre, dirigiéndose a las personas que entran o salen del recinto). “Una limosnita por el amor de Dios”.

– ¿Qué pasa, por qué lo hace?

– No seas curioso, ahora ya vete. Ah muchas gracias. “Una limosna por el amor de Dios”.

Frente a la iglesia se veía una miscelánea, con la intención de comprar alguna golosina, ya que no había tomado nada en el restaurante del hotel que era la base de mis actividades. En la tienda vi que estaban preparando unas tortas que se veían regias, el olor de las milanesas que estaban friendo era muy sugerente y antojadizo, el dueño, creo que me vio cara de antojo, porque me preguntó:

– ¿Se le antojó verdad? Le voy a preparar una especial de la casa, ¡Vale! ¿Usted no es del rumbo?

– ¡Humm! ¡Huele riquísimo! ¿Son para vender? Véndame una, con chipotle.

– ¿Conoce a Don Cleto? Lo vi platicando con él en la iglesia.

– Lo conocí hoy, me pidió que le ayudara a cruzar la bocacalle, hablamos cosas sin importancia, es muy parco, habla poco, me da la impresión de que arrastra una gran tristeza.

– Para no conocerlo, lo analizó muy bien. Cuando necesita algo de lo que no vendo aquí, se lo consigo en el súper o en los tianguis, y a veces me pide tortas y las comemos en su habitación.

– ¿Vive solo?

– Si, nunca he podido saber si es viudo o separado, nunca ha hablado de hijos; solo tiene una gran fotografía de una mujer muy bella vestida de novia, mostrando una sonrisa angelical y unos ojos oscuros, divinos… Cuando le pregunté ¿Quién era esa belleza? Solo dijo: “Es hermosísima”, cambiando el tema de la conversación.

– Por lo visto es un gran secreto. ¡Oiga! La torta de “medalla de oro”, y por favor me da un refresco de cola bien frío ¡Humm! Súper.

– A todo esto, yo aquí de informante y ni siquiera sé quién eres.

– Don Joaquín, acuérdese que Don Roberto, de la librería Herrero, tenía un ayudante güerito de pelo chino, ¿Se acuerda?

– Si, si claro que me acuerdo, Max.

– Max Reyes, ese soy yo.

– Mira nada más, ¿A dónde te fuiste?, ¿Qué fue de ti después de que te fuiste a la aseguradora?

– Estudié en el Poli, me otorgaron una beca y me fui a Europa seis años, y el Instituto me mandó a México a realizar algunas investigaciones, voy a visitar Toluca, Guadalajara, Puebla y la Ciudad de México. Cuatro ciudades, tres meses en cada una y al final de cada ciclo, regreso a Italia a llevar los avances de mi trabajo, que va a ser el contenido de mi tesis profesional, y presentaré mi examen de titulación.

– ¡Te felicito chamaco! ¿Ya conseguiste donde vivir?

– No, estoy en el hotel frente al templo de San Lorenzo; pero no me agrada, parece que es de “paso” se escuchan muchas cosas, ya se imaginará de qué.

– Mira, aquí arriba tengo el departamento que era de mi jefa, ella murió hace cinco años; pero lo he mantenido limpio, tiene agua corriente, baño completo y lo mejor, ventana a la Plazuela de la Concepción y a la calle de Belisario.

– Me parece estupendo; pero tengo pagado diez días en el Hotel.

– En ese tiempo te lo tengo al puro clavo.

– No hemos hablado de pago, ¿Cuánto me va a costar?

– Cuando te instales hablamos, total no más de un millón…

– ¿Qué dice…?

– No hombre cómo crees, claro que nada. (Ambos ríen y se abrazan, iniciando una gran amistad).

Max, ya instalado en el pisito de la Plazuela de la Concepción, se dedicó a la realización de sus planes.

La personalidad de Don Cleto le llamó poderosamente la atención y pensó desentrañar ese misterio, ¿Cuál era su verdadero nombre?, ¿Por qué le decían Don Cleto? Quería saber la historia verdadera de aquella mujer del cuadro. ¿Qué edad tendría el día que le tomaron esa foto, que fue el día de su boda?

Max Reyes, siguiendo el programa que había diseñado, al término del primer trimestre, cuando solicitó audiencia para entregar el primer capítulo de su tesis, le comunican que acuda a la Convención y Feria del Queso y el Vino. Se le autorizó hacerse acompañar de dos personas. Gastos autorizados, ya habían hecho reservaciones en el hotel “El Relox” ubicado en Tequisquiapan, Querétaro.

Después de recibir la confirmación telefónica del encargo, de inmediato pensó en Don Cleto, dándose a la tarea de localizarlo de inmediato se fue a la tienda de su nuevo amigo el tendero y casero a pedirle la dirección de Don Cleto, pensando: “Al fin podré saber lo que busco”.

– Haber… Perú 44, enfrente de la tortillería de Columba, ¡Ah sí, ya sé dónde es!

Max consultó su reloj haciendo un gesto de aprobación, aceleró el paso y se encaminó al sitio que le indicaron, son cuatro cuadras, marcó un número en su celular…

– ¡Hola Ili! Dichosos los oídos que te escuchan ¿Cómo te ha tratado la vida?

– ¿Qué milagro Max? (Se escucha una voz de hombre), ¿Quién es?

– Max, es mi marido, te lo paso, adiós.

– ¿Qué traes tú con mi mujer?

– Nada, somos amigos desde niños, mi abuela era su madrina, ¿Tiene algo de malo?

– ¿Tu eres el güerito que estudió en el Colegio Militar?

– Si, ¿Qué con eso?, ¿Celoso? No mereces a esa mujer que tienes. Dale la bocina a la Sra. Iliana Escamilla, pon el altavoz para que escuches lo que le tengo que decir.

– Ili, ¿Cómo estás? Ya sé que nos está escuchando, solo te aviso que tu madrina falleció, te busqué hasta ahora porque me dijeron que te tienen encerrada, hoy conseguí tu número…saluda a tu… ¿Quién es? Soy Rulo Ramos, se escucha por el altavoz.

– Adiós Ili, no olvides, cuenta conmigo para lo que sea. “Que Dios te cuide”. ¿Te acuerdas quién me decía así?, algún día nos veremos. (Se escucha que cortan la comunicación).

– Vaya que es un energúmeno, qué bueno que no tuvieron hijos, si no, pobres niños, con ese padre.

Esa misma tarde fue Max a visitar a Don Cleto, e invitarlo a la Convención de Universidades Latinas y el gran tema será “Poetas Españoles”.

Cruzaba la Av. San Juan de Letrán, Max vio la panadería de la cual salía Don Cleto con una bolsa de papel, había comprado para su consumo, Max lo alcanza y saluda respetuosamente:

– Don Cleto, buenas tardes, ¿Lo puedo acompañar?

– ¡Ah! El joven de estudios europeos, ¿Cómo has estado?

– Bien, Don, vengo a hacerle una invitación, Me enteré de que usted asiste a festivales poéticos, cordialmente lo invito a una convención en Valle de Bravo, por una semana con gastos pagados por el Colegio Miguel de Cervantes Saavedra, en el que me voy a titular, ¿Qué dice?, sí ¿Verdad?

– No te aceleres chamaco, no sé si pueda, ¿Cuándo se realiza?

– Saldríamos el próximo domingo a las 18:00 hrs. Nos trasladarían en helicóptero y regresamos el sábado a media tarde, misma vía.

– ¿Tendré alguna obligación?

– No. Si le hacen alguna pregunta, responde si lo desea, si no, puede declinar ¿Qué le parece?

– Hace muchos años que no participo en esas reuniones, pero acepto.

– Gracias, muchas gracias.

– ¿Qué te parece si el domingo comemos juntos?

– Nos vemos después de la misa y comemos en el mercado, en el lugar de Doña Chuchis. A las cinco vienen por nosotros.

Durante la comida ambos amigos, abordaron temas varios, Don Cleto se interesó en el desarrollo de la vida de los estudiantes becados en Europa, existen varios comportamientos, unos que verdaderamente se dedican a estudiar y aprovechan íntegramente a absorber los conocimientos impartidos, otros van de antro en antro, desperdiciando su juventud y la oportunidad de la beca, que pudo haber sido aprovechada por otro joven.

Eran las dieciséis horas y cincuenta minutos cuando suena el celular de Max y responde:

– Que bien, en diez minutos estamos ahí; corta la llamada y se dirige a Don Cleto:

– Don, ya llegaron por nosotros, vámonos.

– Adelante caminante.

Se pagó la cuenta de la fonda y van al encuentro de sus anfitriones. El viaje a Valle de Bravo fue placentero y novedoso para los nuevos amigos, Max y Don Cleto.

Descendieron en el helipuerto del Hotel “Tierras Blancas”, un sitio muy agradable con amplios jardines, varias albercas, aparatos de ejercicios al aire libre, un bosquecillo muy hermoso, propio para la lectura o meditación, restaurantes de primera, comida regional e internacional. Les asignaron una cabaña con dos recámaras, también un pequeño auto eléctrico de dos plazas para ser conducido por ellos mismos.

Después de hacer un recorrido por casi todos los rincones del lujoso hotel, pasan por el restaurante “Cascada” percibiendo ambos el aroma de cabrito a las brasas, ambos se miran y como si adivinaran el pensamiento:

– Me encantaría un costillar; Se adelanta Don Cleto.

– Yo un pernil; dice Max.

Una vez frente a la mesa y con el coctel de bienvenida que les ofrece la administración, vino tinto del Mediterráneo y rebanadas de queso de cabra de los Apeninos, brindan por el nacimiento de la nueva amistad, que ya se adivina sería muy sólida.

– Por una amistad, por el resto de mi vida, Max bienvenido a mi corazón.

– Lo recibo con amor, no solo de amigo, sino de segundo padre, de quien quisiera saber su verdadero nombre para recibirte con los brazos abiertos.

– A su tiempo, te lo prometo, te lo prometo.

Se vio muy nutrida la conferencia; pero surgió un cambio sugerido por la mayoría de los conferencistas, a partir del segundo día se analizaron poetas como Amado Nervo, Sor Juana Inés, Julio Flórez, etc.

Al finalizar las labores del día, solicitaron comer en la palapa del jardín “La Chacha Micaila”; los esperaba un elegante mesero quien los recibió ofreciéndoles un coctel mexicano, una copa con licor de limón, licor de frambuesa y rompope, servidos sin mezclarse en la misma copa y dando la impresión de una pequeña bandera verde, blanco (el rompope) y rojo.

– Estoy a sus órdenes, pueden ordenar por el micrófono y el botón rojo es para que ustedes tengan privacidad absoluta, soy Ángel Águila, toda la tarde seré su asistente.

– Nunca hemos sido servidos de tan cordial caballero; gracias; expresó Don Cleto.

En el momento en que Ángel y otro asistente llegan con los manjares solicitados, Max narraba sobre su estancia en Europa y su afición a la Literatura y al agradecer el servicio recibido le pregunta con cierto tono de misterio:

– Don Cleto, ¿Cuál es su verdadero nombre?

– ¡Glup! (Tose repetidas veces). Muchacho de porra, casi me matas.

– No es para tanto. Ni que fuera de dinastía de Reyes y Príncipes.

– No, claro que no, solo que está ligado, para mí a un misterio que a la fecha no he desentrañado.

– Si cree que le pueda ayudar, con mucho gusto, estoy a sus órdenes.

– Te lo agradezco; pero… no lo sé, gracias nuevamente.

– Mi nombre es Alberto y el sobre nombre fue porque la primera persona que me enseñó la habitación se equivocó en el recibo escribió Cleto en vez de Alberto y como pagué un año, nunca me di cuenta, este casero “tan comunicativo”, en unos cuantos días todo el barrio me decía Don Cleto, la verdad no me molesta y me ayuda a que mis hermanos no me localicen; bueno, eso es historia antigua.

– ¡Qué sorpresa! Don Alberto. ¿Puedo llamarle así?

– Claro que sí; pero no se lo digas a Don Joaquín, es buen amigo, solo que muy comunicativo.

– Respetaré esa sugerencia.

La conversación entre ambos se prolongó tanto que no se daban cuenta que ya la luna había salido a iluminar el panorama. Max narró su estancia en Europa, sus amigos españoles, las ciudades que conoció y el inicio de su actividad como docente y como se ganó sus primeros euros. Hasta que le dan la oportunidad de ir a México.

– Bueno Alberto, y tú ¿Qué me dices?

– Me ganaste chamaco, me ganaste. Verás… era ya un adulto joven cuando conocí a una joven bellísima, como una Diosa Griega… (En ese momento son interrumpidos por la bocina de su estancia).

– Soy Ángel Águila, señores por favor preséntese en el helipuerto en media hora sale su vuelo a la Ciudad de México, los espero en su habitación para auxiliarles en lo necesario. Gracias.

– Don Alberto estamos pendientes.

– Sí claro, pareces mi hijo.

Cerca de las diez de la noche, descendían de un taxi frente a la casa de Don Alberto quien se despide y dice:

– Ven a desayunar mañana y seguimos platicando, estoy muy cansado. Te espero a las ocho, discúlpame.

– No hay nada de que disculparse. Descanse.

Max se retira lentamente y meditando:

– No sé qué me provoca este señor; pero he de saber más de su secreto.

El día siguiente a la hora señalada, se escuchó el timbre del departamento de Alberto, quien por la ventana lanza la llave de la entrada y al llegar Alberto lo recibe:

– Pasa Max bienvenido y gracias por aceptar.

– ¡Humm, que rico huele!

– Espero que te agrade, no soy cocinero.

Disfrutando el desayuno como dos viejos amigos que se cuentan sus aventuras y detalles de su vida, Max de improviso, pregunta:

– ¿Qué es de tu vida? ¿Te casaste, eres soltero, o qué?

– Nada de que, “¿o qué? Soy casado, tuvimos un bebé; pero sucedió algo horrible. Vamos a la salita, ahí cómodos platicamos.

Al entrar a la pequeña sala, bien amueblada de acuerdo con la época del ocupante actual. Al entrar Max quedó petrificado al ver en el centro de la pared una enorme pintura de una dama bellísima, vestida de novia, ojos obscuros, mirada penetrante y una sonrisa de ángel. Al pie de la foto una mesita de marquetería italiana y sobre ella un gran ramo de cincuenta rosas rojas, ligeramente lánguidas por no haber sido atendido en el tiempo que Alberto no les cambió agua. Max asombrado y con los ojos a punto de derramarse dos lágrimas, con un grito ahogado:

– ¡Alberto!, ¿Qué hace aquí la pintura de mi madre?

Ambos, inmóviles, dudando callaron, quedando con los labios semiabiertos, Alberto por lo fuerte de la pregunta soltó la canastita con fruta que llevaba en las manos. Max todavía incrédulo, dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.

– Dímelo Alberto, ¿Por qué la tienes tú?

– No es posible…los busqué por años.

– Por qué Alberto, ¿Por qué lo tienes tú?, ¡Dímelo!, ¡Dímelo!

– Si para ti es sorprendente, imagínate para mí. Siéntate y hablemos con calma.

– Bueno ya, lo que sea, que suene.

– Mira se ha echado a perder la fruta que traía…

– Ya, ya, ya.

– Tanta prisa tienes tú como yo, adelante.

– Gracias.

– Nuestro noviazgo fue muy problemático, porque nunca nos dejaron platicar solos, aun así duró solo un año. Fue por escrito y tomamos un apartado postal, una compañera de trabajo la auxiliaba depositando sus misivas. Por mi cuenta recogía y depositaba mis cartas.

– Debes tener una gran colección.

-No por desgracia, desaparecieron. Al fin nos casamos en una iglesia de la colonia Industrial, en la ahora Ciudad de México, antes del brindis, nos trasladamos al estudio fotográfico, fue ahí en donde posó para inmortalizarla. (Suspende su narración mientras se limpia la nariz y seca su llanto, emitiendo un profundo suspiro).

– ¿Eso es todo? ¿Dónde quedó la foto?

– Quedó con nosotros en la pequeña casita que compré para ella y para mí en el Estado de México. Nuestra tranquilidad duró más o menos un año, la segunda navidad que pasaríamos solos, mi esposa ya tenía un embarazo de cuatro meses, llegaron sus padres, el día veinticinco nos invitaron al balneario La Caldera, en el Estado de Michoacán.

En la sierra michoacana, pasando el pueblito “Contla”, rico en acontecimientos paranormales, existe una curva en “U”, el tramo como de tres km. La mitad de bajada y el resto de subida, en la cresta de salida, fuimos embestidos por un camión “torton” que nos sacó de la cinta de asfalto, la camioneta quedó con las ruedas hacia arriba. Cuarenta y ocho horas después desperté, tenía una pierna enyesada, me enteré de que mi suegro había muerto y mi suegra muy golpeada, Linda estaba en coma, el bebé no había sufrido daño alguno.

– Sigue por favor.

– Cinco días después, que Linda salió del coma, fuimos trasladados a un hospital en la Ciudad de México.

No supe cómo; pero estuvimos en el sanatorio “Médica Sur”, diez días más tarde nos dieron de alta a los dos, una vez que me entregaron la papelería, aún sin saber cómo iba a pagar pregunté cuál era el importe de los servicios, me informaron:

– No se preocupe Sr. Reyes, la constructora pagó con tarjeta de Servicios Médicos Mayores, incluyendo lo de su esposa.

– ¿Puedo verla?

– ¿Insinúas (Interrumpe Max) que eres mi padre?

– Déjame seguir, tienes que saber toda la historia. Después de solicitar verla me indicaron:

– No es posible Sr. Reyes, su suegra y el Dr. Echegaray firmaron la responsiva y dejaron como residencia en Tecamachalco, Fuente de Trevi No. 33.

– ¿Cómo lo permitieron? Debieron avisarme a mí, soy su esposo, los voy a demandar como cómplices de secuestro.

– Lo siento Sr, Reyes, el Dr. Santos Breton autorizó la salida.

– Sigue, sigue…

– Espera muchacho, que hubimos varias víctimas. En taxi me desplacé a mi casa en Ecatepec. Tenía que buscar a Linda, ya sabía que iba a tener un bebé. Para colmo de problemas, al llegar encuentro un sobre de la constructora de mi padre, y un mensaje que debería presentarme en el Departamento Jurídico, dejando un número de teléfono para hacer una cita. No dieron detalle del asunto. Hablé, me dieron cita en dos días.

– Dejaste la búsqueda, claro era más importante todo, menos mi madre.

– Si no interrumpes, te enterarás de todo. Menos mal que ya lo aceptas; pero si sigues interrumpiendo, tardaremos más.

– Mira, te estoy creyendo, apúrate.

– A las dos de la mañana del siguiente día, me dan la noticia de que Linda, ya consciente, su mamá y el médico habían salido hacia New York y después rumbo a Madrid.

– Mira qué mujer, raptar a su propia hija, ¡Qué “jija”!

La conversación de ambos se extendió hasta en la tarde cuando escucharon las campanas de “La Conchita” llamando a la misa vespertina.

– ¡Qué bárbaro! Primer domingo que fallo; pero valió la pena. (Exclamó Alberto).

– ¿Qué tarde es? ¿Tienes hambre? Yo no.

– Tampoco yo, seguimos si no te incomoda.

– No, adelante.

– Dos días después estuve en la oficina de la constructora y fue cuando…

La vida de Alberto Reyes cambió radicalmente, le informan, sin preámbulos que su padre había fallecido hacía ya seis meses; pero no lo habían localizado, hasta que salió publicado lo de su accidente y ahora por lo del secuestro de su esposa. La otra noticia de que era el heredero universal de una enorme fortuna, bienes inmuebles y tres constructoras, una matriz en el Estado de México, otra en Miami y la tercera en Madrid. Todas trabajando en plenitud económica y de operación.

– Teniendo todo eso ¿Por qué vives como limosnero?

– Esa es otra parte de la historia; mi prioridad era Linda y no tenía la experiencia y conocimiento de los mercados para intentar el desarrollo de un negocio de esa envergadura…

Alberto Reyes y el consejo de administración optaron por realizar mesas de trabajo para buscar soluciones. Alberto invitó a participar a dos de sus maestros, uno de ellos Director de Finanzas en “Harvard University”. Mientras ya había contratado a dos grupos de búsqueda, en los países según habían tenido información de grupos locales. Todos para buscar a Linda y su bebé.

– Creo que ya debes decirme el desenlace de la eterna junta. ¿No?

– Tienes razón. La reunión duró más de veinticuatro horas. Se llegó a un acuerdo muy bueno para todos, no era posible que yo la manejara por no tener experiencia en el ramo.

– ¿Qué pasó en la junta con los abogados de la constructora?

– Ya te mencioné antes. Me informaron de la muerte de mi padre y su testamento a mi favor. ¡Uff…!

– Por favor ya… ¿Qué pasó con mi madre?

– Calma Max, calma. Me asignaron una cantidad muy considerable en dólares y documentación para poder disponer de dinero efectivo en cualquier parte del mundo.

La conversación se alargó tanto que se fueron a cenar al mercado y degustar algún platillo típico, prolongándose tanto que abandonaron el mercado a las dos de la madrugada, y se trasladaron al cuarto de Don Alberto.

– ¿Quieres pasar la noche aquí? Hay una habitación desocupada.

– No gracias, son dos cuadras, ahí están mis guardianes, no los conozco, siempre que ando tarde en la calle, aparecen a mi espalda.

– ¿Qué vas a hacer mañana Max?

– Nada importante, que te parece si lo aprovechamos para que me sigas platicando nuestro pendiente.

– Es lo que te iba a proponer.

Al saludarse el día siguiente, ambos se saludan amablemente demacrados, señal inequívoca de que habían pasado una mala noche, ambos con un mismo motivo “Linda”, uno como esposa y el otro con el anhelo de saber de su madre.

– Mira Max, desde el primer momento empecé por buscar al Dr. Jesús Mireles, muy amigo de mi padre, el sería una gran ayuda para todo, entrevistar a sus contactos en todo el mundo…

La esperada conversación se prolongó prácticamente todo el día, interrumpida solo en el momento que encargaron el servicio de la fonda que está a unos metros por la misma calle República de Perú.

El primer contacto fue en Miami Hospital Monte Sinaí, residencia del Dr. Mireles, quien le dio la certeza de que iban a New York y de ahí a Inglaterra, boletos pagados por “Sinaí” reembolsados por una aseguradora.

La estancia de la Sra. Reyes y su acompañante, solo fue de una noche, mientras, se le hicieron algunos análisis y en la tarde del siguiente día fue trasladada a la Ciudad de Madrid, no supieron decirnos a que centro médico.

Empezando por lo más seguro, rápidamente por la Embajada Mexicana, para investigar la fecha de ingreso al país, no hubo indicio alguno de llegada ni destino, en la mansión de la familia solo estaban los sirvientes que ni siquiera sabían que el señor de la casa había fallecido, el esfuerzo en esta ciudad resultó un fracaso.

– Después de esto, (Max solo escuchaba en silencio) recorrer las propiedades de la Familia Reyes. Recorrí de norte a sur la Península Ibérica entera, para no dejar nada sin ver me salté a Portugal en la casa de vacaciones, ahí, el corazón se me hizo pedazos…

– ¿Qué pasó?, Dime ¿Qué pasó? (Interrumpe Max).

– Al solicitar ver a mi esposa y mencioné mi nombre, el encargado hizo un gesto de admiración, dijo:

– Lo siento mucho Señor, acepte mis respetos.

– Me dejó sin saber de qué se trata, llevándome a la terraza frente al mar, sobre una pequeña columna de alabastro y cubierta con una burbuja de cristal de roca, custodiada estaba una urna de “palo fierro” conteniendo las cenizas del cuerpo de Linda tu madre… (Ya no pudo seguir, soltó un caudal de lágrimas).

– No puede ser, no puede ser… (Max también llora).

Max y Alberto Reyes se quedaron en silencio. Max pensaba el porqué de aquel aparente abandono y desconocimiento de sus padres. Alberto por su parte pensaba en lo breve de su vida conyugal de lo cual habían engendrado un bebé. Después… el peregrinar siguiendo indicios inciertos hasta llagar a México a vivir de un pasado vacío, soledad que llenaba la imagen de Linda.

– Volviendo a ese detalle. ¿Cómo obtuviste el cuadro de mi Madre?

– Existe una antiquísima costumbre siciliana, que es colocar la imagen del ausente, ya sea al pie o a la cabecera del difunto, ahí estaba la pintura con la imagen de Linda. Sin tomar en cuenta al guardia, la tomé, miré hacia el vigía, solo cruzó sus labios con el dedo índice al tiempo que me guiñó un ojo, abandoné el recinto sigilosamente. …

Max Reyes se limitaba a escuchar la odisea de Alberto, una vez cumplidos los requisitos necesarios, pude sacar de Europa esa pintura considerada como parte de la colección “Limantur”, llegando a México en perfecto estado, con un valor comercial muy elevado. Max, muy serio y con voz firme, le pide:

– Véndemelo, pídeme lo que quieras.

– No, de ninguna manera.

– ¿Por qué?

– ¿No lo adivinas chamaco?

– ¿Cuánto…?

– NADA, es tuyo hijo mío. Eres mi heredero universal.

CINCO AÑOS DESPUÉS.

Los medios de comunicación a nivel estatal hacían sobre salir la noticia de que en una misma ceremonia se llevaría a cabo la entrega de un conjunto habitacional y la bendición de una parroquia donada totalmente por la Constructora Reyes Limantur. La Iglesia sería la advocación a María Auxiliadora.

En la banca del frente. Estaban el Ing. Alberto Reyes, el Lic. Max Reyes Limantur, su esposa, un pequeñín de tres años de edad, todos elegantemente vestidos, destacaba con un grande ramo de rosas rojas la pintura de Linda Limantur, que, con sus grandes y hermosos ojos, que parecía que brillaban más de felicidad al ver reunidos a sus amores.

Jorge Enrique Rodríguez.

5 de junio de 2016.

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