Un día de visitas en una clínica en el sur del Distrito Federal, fui a visitar a un amigo Bruno Trenti, que le habían practicado una cirugía muy delicada, estuve con él, platicando de todo, menos de su malestar, tanto de él como de mí, nos disgusta hablar de las enfermedades. Al ir saliendo por el pasillo, vi mucho movimiento en todas las habitaciones menos en la No. 612, no se ve ninguna visita, tal hecho me llamó la atención. Me atreví a llamar discretamente, toqué suavemente con los nudillos y pregunté:

– ¿Se puede pasar?

– Pase, no hay nadie. (Contestó una voz cansada).

– Mi nombre es Jorge, ¿puedo acompañarte un momento?

– ¿Eres médico?, se te olvidó la bata.

– No, no lo soy, solo vengo a visitarte.

– ¿Acaso vienes por dinero para mis hijos?, ¿Sabes dónde están?; hace mucho que no los veo, solo me buscan cuando necesitan dinero.

– No, ni siquiera los conozco, no te voy a pedir dinero, solo quiero que platiquemos. ¿Qué opinas?

En ese momento entra en la habitación una enfermera con una charola conteniendo los alimentos del paciente Don Bulmaro Luna, quien era propietario de un ranchito dedicado a la cría de pollos y huevo de postura (llamado de plato), se lo expropió el gobierno estatal, con el pretexto de ampliar un distribuidor de la carretera federal. ¿El precio de “compra”?, ridículo.

Los alimentos presentados a Don Bulmaro Luna, son dignos de un hotel de cinco estrellas, en el curso de la conversación, me di cuenta del porqué de este detalle.

– Don Bulmaro, ¿No tuvo problemas para cobrar su dinero?

– Claro que sí, con eso de valerme por mi mismo, me traían de aquí para allá, lidiar con burócratas carroñeros, para todo querían “moche”, así pasaron seis meses.

– ¡Qué barbaridad!, ¿Qué hizo entonces?

– Como ves ahí tengo mi silla de ruedas; pero para llegar a ella, me tienen que cargar, por eso era mi dificultad para andar en los trámites.

Jorge dejó a Don Bulmaro tomando sus alimentos; en esos momentos platicó con la enfermera, quien pregunta al visitante:

– ¿Eres su hijo?

– No señorita, no tengo ese privilegio.

– Entonces, ¿Qué haces aquí?

– Fue un impulso, vine a visitar a un amigo, al retirarme, vi mucha gente en las otras habitaciones del piso, al pasar por ésta, la vi vacía y decidí entrar y cuando menos desearle una pronta recuperación.

– Qué bueno, porque ni sus hijos lo visitan, qué ingratos.

– ¿La Sra. Luna lo visita?

– Es viudo; solo recibe una visita el último domingo de cada mes, retirándose el lunes después del desayuno.

– ¿Cómo te llamas?

– Brígida, me dicen Bicky.

– Mi nombre es Jorge, ¡Qué bonitos ojos tienes!

– Muchas gracias. (Contesta la joven, sonrojándose).

– Bicky ayúdame por favor. (Le pidió Don Bulmaro).

La enfermera de los ojos bonitos se dirige a la cama del enfermo, retirando el servicio de comida, con la destreza de su oficio, cambia la ropa de cama, efectuando un baño de esponja, cambio de ropa y lo deja perfectamente atendido, recoge la ropa sucia y al salir ve a Jorge diciéndole:

– Listo, te espera Don Bulmaro.

– Muchas gracias. ¿Nos volveremos a ver? (Bicky, de soslayo mueve la cabeza, aceptando).    

A las veinte horas en punto, salía de su turno Bicky Ontiveros, la auxiliar médica que atiende a Don Bulmaro. Lo primero que vio frente a ella fue al escritor con un pequeño bouquet de orquídeas blancas, cuyos pétalos parecían plumas de ala de ángeles en la mano; a la muchacha le temblaron los labios y sentía que el corazón se quería salir por la garganta, ambos empezaron a caminar para encontrarse a medio arroyo; pero el sonido de un claxon los despertó, pasando ya lentamente el auto y con una gran sonrisa el conductor repetía:

– ¡Amor, amor, amor… viva el amor! (era el Dr. Bermúdez).

– Pensé que no vendrías tan pronto.

– Despertaste algo en mí que no había sentido antes.

– No exageres, así le has de decir a todas.

– Claro que no, solo quisiera pedirte que lo intentemos.

– No, discúlpame; pero no te conozco, vas muy rápido, ¿No crees?

– ¿? (¿Rechazarme a mí?, pensó Jorge).

– ¿Te quedaste callado?, ¿Qué pasó?

– No, nada, ¿Te llevo a tu casa?

– No gracias, vivo a una cuadra. Ah, gracias por las orquídeas, están muy lindas.

– No me lo agradezcas, eso y mucho más te mereces.

– Mira, aquí vivo.

– Muy bien, bueno nos vemos, hasta luego.

Bicky se sorprende de la despedida tan seca de Jorge, solo se encoge de hombros y entra a su casa.

Jorge, el escritor y periodista, va conduciendo su auto pensando en el rechazo de Bicky, pensaba sin tomar en cuenta a donde se dirigía, hasta que escuchó el ruido de un auto que frenaba en forma inesperada y el grito soez de un conductor enojado, recordándole a la venerable autora de sus días. El susto fue mayúsculo, volviendo a su realidad.

 La vida de los nuevos amigos sigue su curso, la enfermedad de Don Bulmaro ya no tenía manera de mejorar, la leucemia avanzaba sin remedio, tenía un sitio de preferencia en la lista de espera para una donación compatible, ya que ni sus hijos o parientes se acercaban a solicitarles hicieran prueba alguna.

Entre estos dos personajes estaba naciendo una amistad que prometía llegar muy en lo profundo de sus corazones. Cuando Jorge y Bicky se encontraban en la habitación del Sr. Luna, o se cruzan en los jardines o pasillos del hospital, sus miradas tan expresivas queriéndose decir tantas cosas; pero algo les cerraba la boca, con brillantes miradas ambos se querían fundir uno en otro. Quien se había dado cuenta de esta situación fue Don Bulmaro, diciéndole a Bicky:

– Bicky, ¿Puedes hablar conmigo unos minutos?

– Desde luego Sr. Luna, voy a la ropería por su cambio, enseguida regreso. (Se tardó diez minutos).

– A sus órdenes Don Bulmaro.

– Mira Bicky, ya soy viejo y capto cosas que los jóvenes no ven dime, ¿Te gusta Jorge el escritor?

– ¡! (Se sonroja intensamente). Don Bulmaro que cosas dice.

– Tienes unos ojos muy expresivos, cuando tú y él se miran al encontrarse, casi se te salen de las órbitas y tu respiración se torna más acelerada.

– ¡Ay Don Bulmaro qué pena!

– No debe darte pena, el amor verdadero no es un delito y mucho menos un pecado.

– No me ha dicho nada, ya ve como viaja y conoce gente y mujeres por todo el mundo, tal vez mujeres muy hermosas.

– ¿Lo amas?

– Si lo que siento es amor, lo amo tan intensamente. Solo temo que esté casado, no usa argolla; pero eso no es una señal.

– ¡Esta juventud!

– Voy a seguir mis rutinas, si me necesita toca el timbre.

Don Bulmaro Luna se acomodó en su almohada y siguió leyendo uno de los cuentos que le facilitó Jorge, titulado “Jaula Galvanizada”, es la historia de un joven que por una falsa acusación pasó ocho días en prisión y un año en el infierno del juicio por un juez mexicano, manipulador y corrupto.

Diez minutos después, regresó Bicky con ropa limpia y la provisión de medicamentos para el día y comenta:

– Don Bulmaro, ¿Qué le parece el cuento de Jorge?

El Sr. Luna no responde y el cuento yace sobre su abdomen, el señor ya no respira.

– Don Bulmaro, Don Bulmaro.

– Dr. Rojas, (Dice Bicky por su celular al mismo tiempo que toca el timbre de emergencias). Don Bulmaro no respira, llamé a emergencia.

Al llegar el Dr. Rojas, lo único que pudo hacer fue, es dar la hora del deceso.

Al salir de la habitación se presenta un joven de unos 25 años preguntando por su papá:

– Don Bulmaro Luna estuvo esperando a sus hijos y durante tres años nadie lo visitó, ahora se presenta usted; pero ya es demasiado tarde, su padre acaba de morir.

– ¡¿Qué?!  No puede ser, no puede ser.

–  Lo siento Sr. Luna, dentro de veinticuatro horas, puede recoger su cuerpo. Nosotros no podemos hacer nada más.

Bicky recoge el cuento y empieza a preparar el cuerpo para su traslado al SEMEFO. En esa labor estaba cuando llega Jorge, la joven le dice:

– Ya falleció. Espérame, en media hora salgo y nos vamos.

Los jóvenes, Bicky con Jorge salen juntos del nosocomio tomados de la mano, (Ella recargada en el hombro de Jorge y él, recordando a su amigo desconocido).

Jorge Enrique Rodríguez.

24 de marzo de 2015.

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