Jamás había tenido la sensación de silencio como en este momento, tanto que ni mi propia voz escucho. ¿Qué está pasando? No puedo creerlo, parece un tiovivo fotográfico, el cuadro anterior un ramo de rosas, luego una calle con autos y semáforos mandando señales; pero… no escucho nada. La neblina no cede. Ahí está un par de jóvenes, ¡Ella se ve muy guapa!, el… no sé, me parece conocerlo. ¿Qué pasa? No oigo nada; ¿Qué pasa? o ¿Dónde estoy?, ¡Hola muchachos!, ¿Me escuchan?, Dios mío, ¿Qué sucede? Aún esta él ahí, sin el ramo de rosas, mirando hacia donde se aleja un auto blanco convertible conducido por la joven que hace unos minutos estaba con el caballero.
Es tan extraño lo que estoy sintiendo, como si estuviera preso; pero no toco pared alguna, no veo techo o piso de ninguna clase, no puede ser, ¡No puede ser!
¿Qué hago aquí? Me siento muy ligero; pero no veo mi cuerpo, en fin. Recuerdo esta esquina es Av. Insurgentes esquina con Rivera de San Cosme. Están llegando muchas damitas de diferentes edades, todavía usan velo al entrar a la iglesia que está a media cuadra de la esquina. El cuidador de autos anda muy apurado acomodando los autos que van llegando, mira entra un auto compacto verde metálico, ¡Mira quién desciende!, el chavo de las rosas de la damita tan linda de aquella vez… ¡Ándale mira quien llegó! La chiquilla de los hermosos ojos. ¿Esto fue una cita? Tal parece que sí. Le atiné.
Al término de la misa y la homilía, los jóvenes salen tomados de la mano, dos mujeres vestidas de negro los miran, no sabemos si los ven por curiosidad, pienso yo que de envidia. El hace una llamada en su celular y ambos suben al auto blanco, habla con el cuidador y le indica que alguien va a recoger su auto, le entrega un billete. Aborda el auto y toma el volante, la damita ya había tomado el lugar del copiloto. ¡Que incómodo! Con esto que no se escucha nada. Alguien me llamó Ángel.
– ¿?
– ¿Quién me dijo Ángel?, ¿En dónde estoy?, ¡Escuché a alguien!, (Grita con desesperación el ente).
– ¿A dónde van este par de…? ¿Qué estoy diciendo?
– ¡Ángel!, (Se escucha fuerte y claro). Déjate de cosas ajenas, ocúpate de ti, vas a cansar al jefe.
– A poco, ¿Ya?
– Estas advertido.
– Vaya, ¿Quién soy yo para enojarme?, ¿Celoso…? (Una voz “in profundis”).
– Creo que… quién sabe, no. ¿Entonces…? no, no, que no.
– ¡Cuidado Ángel, estas a prueba!
– Perdóname, no me acostumbro aún.
– ¡Cuidado!
– ¿Quién eres? Dime en dónde estoy…
– Lo sabrás a su tiempo.
– Total no supe nada ¿Verdad?… ¡Hey! ¿Dónde te metiste?
– Prepárate Ángel, ya vienen por ti. Tu amor tendrá su premio, cuando a esa muchachita le toque venir, tú le darás la bienvenida. El amor siempre es recompensado.
– ¿Cuándo? Dímelo…
– No lo sé, nadie sabe, aquí el tiempo no existe.
Jorge Enrique Rodríguez.
17 de junio de