Eran las últimas semanas de otoño, el domingo siete de diciembre del año 1959, en la zona industrial Colonia Santa Coleta de la Delegación Gustavo A. Madero, se preparaba una celebración eucarística anual de la fábrica de Cintas Elásticas Fournier, S. de R. L. Destinado ya el sitio de la celebración, con adornos y flores, preparado por las empleadas y empleados de producción y supervisados por el gerente Edgar Galicia, un joven adulto de veintiséis años, ocupándose de impartir órdenes en relación a los últimos toques del recinto que ocuparían los ministros de la iglesia. En ese momento llegaba el sacerdote, un sacristán y un niño acólito. Justo en ese momento se detuvo un taxi seguro en el que llegaron, la secretaria Gladis Veles Huerta, y su mamá Doña Olga además una prima de nombre Nuria Veles Montes, quienes le fueron presentadas al joven gerente, ambos, Nuria y el joven, se quedaron inmóviles tomados de la mano con las miradas de uno fija en la del otro, Gladis dijo:
– ¡Despierten! Le habla el Padre Alfonso. En ese momento llegó la mamá de Gladis, tía de Nuria.
– Perdón Padre, ya está la gente esperando por usted, pase por favor.
Al iniciar la celebración, Edgar colocó un disco con música apropiada para el acontecimiento que se iniciaba, se empezó a escuchar “El Mesías”, cuyo autor es Georg Friedrich Handel, iniciando el celebrante Padre Alfonso como sigue:
– Queridos hermanos en Cristo, con verdadero regocijo me uno a su celebración anual y espero que la prosperidad llene los corazones de todos los participantes en el crecimiento de esta empresa, desde el más humilde trabajador hasta los directivos y representante, que Dios los bendiga a todos.
– En el nombre del Padre y del Hijo y del Espirito Santo.
En el Evangelio correspondiente a ese día, el Padre Alfonso habló sobre la fidelidad de los trabajadores para con sus patrones y su devoción a Cristo Jesús y su Santísimo Padre. Todos los asistentes rebosaban fervor. Para el Celebrante no pasaron desapercibidas dos personitas que se miraban ambos de soslayo acompañadas las miradas de una sonrisa candorosa y fresca, eran Nuria y Edgar; estaban tan absortos uno en el otro que si les ofrecen un millón de euros para qué recitaran el evangelio, seguro lo pierden. La tía de Nuria, que ya había llegado, al darse cuenta del intercambio, le pellizca un brazo y se coloca entre las dos miradas, al darse cuenta Edgar del cambio hizo un gesto de caricatura y dijo en voz audible:
– ¿Qué se cree esta… señora? (Siguió la celebración).
Al terminar la celebración, se inicia el acomodo de los invitados en las sillas y mesas, la comisión de atender a los empleados de inmediato se dio a la tarea de servir, ¿Quién creen que era el más activo? Claro, Edgar y su mesa preferida, en la que estaba Nuria y su “Tita” Doña Olga, con Gladis la secretaria de Edgar, ocupaban una mesa para cuatro personas, tenían un cubierto desocupado.
La señora Olga y Gladis se dijeron algo, casi al oído, y ésta se levanta y va directa hacia Edgar y le dice:
– Dice mi mamá que si gusta acompañarnos, enseguida pido su almuerzo y vamos a nuestra mesa. ¿Qué dice?, ¿Verdad que sí?
– Bueno ante tanta insistencia y tan poca resistencia, está bien, en un minuto estoy con ustedes. Va directo a la mesa de la familia del dueño de la fábrica para checar que nada les falte y luego va a la mesa donde se encuentra Nuria. Al sentarse a la mesa dice:
– ¿Las atienden bien? Con permiso, ¿Qué les parecieron los tamalitos y el atole? Me los hicieron especiales, con una receta de mi abuela.
– Edgar (Habla Doña Olga), quiero invitarlo al cumpleaños de Gladis, es en la casa de usted, el sábado en la tarde, lo esperamos.
– ¡Señora, muchas gracias! (Volviendo el rostro hacia donde está Nuria, la ve seria con las cejas apretadas, como si no estuviera de acuerdo).
– A propósito Edgar se me olvidaba presentarle a mi sobrina. Saluda niña.
– Ya la conocí señora es Nuria Veles Montes. ¿No?
– ¿Cómo y cuándo la conoció?
– Cuando usted va por la leche, yo voy de regreso con el queso. (En eso suena el teléfono de la oficina y Edgar se despide para atender la llamada).
El convivio se efectuó en agradable charlas entre Edgar y Nuria, con la consiguiente interrupción de Doña Olga, quien osaba interrumpir las respuestas de Nuria; pero…
– Ahora sí Nuria podremos platicar con calma. Eres muy jovencita, creo que no cometo una indiscreción si te pregunto, ¿Cuántos años tienes?
– ¡Edgar! Eso no se pregunta a una dama. (Exclamó Olga).
– Tengo diecisiete años.
– Niña eso no se dice.
– Ya lo dije es muy jovencita, no creo que tenga prejuicios. (Edgar vuelve a preguntar).
– ¿Qué carrera fue la que terminaste?
– Es secretaria bilingüe, con especialidad en contabilidad. (Arrebatando la palabra contestó Doña Olga).
– Perdón Doña Olga, ¿Por qué no le deja contestar a ella?
Edgar busca los ojos de Nuria, encontrándolos llenos de angustia y desviando la mirada hacia la tía.
– Perdóname, entiendo perfectamente. Me tengo que retirar, gracias por tu invitación Gladis. (Se retira evidentemente molesto y sigue atendiendo a los invitados).
La siguiente semana, Gladis y Edgar salían a comer como era su costumbre, tenían tanto tiempo de hacer lo mismo, que la dueña del restaurantito en donde comían creen que son esposos y aprovecharon esos tiempos para platicar sobre su prima. Un día se desarrolló la conversación así:
– ¿Desde cuándo vive tu prima con ustedes?
– Más o menos un año, cuando salió del internado, mi tío la trajo porque viven separados sus papás, es decir mi tío y mi tía, Nuria está trabajando con mi mamá.
– ¿La dejan salir sola?
– Ni esperanzas, la cuida mucho, sólo sale conmigo cuando vamos a misa los domingos.
– ¿Cómo le haces para ver a tu novio?
– Salimos los tres, pero Nuria va de malas, mi mamá no sabe que va Alberto con nosotras.
– Escucha Gladis, ¿Te ha preguntado por mí? ¿No sabes si le caigo bien o no?
– Se puso muy nerviosa, cuando le pregunté, tiene miedo de que se dé cuenta mi mamá y la acuse con su papá, si le gustas. Necesitas hacer algo si quieres relacionarte con ella.
– Por lo pronto, en dónde nos podemos ver el domingo y voy con ustedes a misa.
– Es buena idea, a ver si se la cree.
– Me estaciono en la orilla opuesta a la entrada de la iglesia y cuando lleguen me hago el aparecido, a ver qué pasa.
– Bueno ahí nos vemos antes de la misa de doce.
Esa semana se le hizo eterna a Edgar, pensaba que le iba a decir, cómo le contestaría, qué era lo que estaba sintiendo por Nuria, ella le aceptaría, sus pensamientos eran una revolución. Al fin llegó el esperado día eran diez minutos antes de las doce cuando aparecen las muchachas, Edgar estaba en el puesto de periódicos comprando una revista, al verlas, se hizo el sorprendido, mirando a Nuria, saludó a las dos chicas.
– ¿Qué alegría Nuria, qué tal Gladis? Es una verdadera sorpresa el encontrarlas aquí, ¿Me permiten acompañarlas?
– No, (Contesta Nuria), usted es novio de Gladis y no quiero hacer mal tercio.
– ¿Quién te dijo semejante cosa?, eso es mentira.
– Mi tía y ella no miente.
– Esta vez si te mintió, si quieres se lo voy a decir personalmente.
– No, no por favor se va a enojar mucho si sabe que hoy lo vi.
– No seas tontita mana, ya conoces a Alberto y nos vemos entre semana.
– No, no, no. Mejor vámonos.
– El que se va soy yo, no quiero que por mi causa no oigan su misa o les dé un jalón de orejas “mi tía”, Edgar se retira tan enojado que se le olvida dar su propina al cuidador de autos.
¿Quién es Edgar Galicia? Es un joven egresado del IPN de la carrera de Administración de Empresas. Trabajaba con Don Julio González; desde que era un jovencito de 13 años; cuando éste llegó a la fábrica ya titulado, Doña Olga, mamá de Gladis, le “echó” el ojo como candidato perfecto para marido de su hija; de aquí el disgusto cuando Edgar empezó a cortejar a su sobrina.
El tiempo pasaba y la conquista no cristalizaba, desde la primera vez que le dijo Nuria a Edgar que no, éste lo tomó con la filosofía de “Ah no, ahora ya veremos”. En una ocasión el joven le pidió a Nuria que le recibiera una carta, aceptando la misiva, la chica al recibir la hoja doblada sin sobre, le apretó un dedo fuertemente y con una leve sonrisa, evidentemente temerosa que alguien los viera y fuera con el cuento a la doña. Al transcurrir los días, le sugería a Nuria que rentaría un apartado postal, para que ella no tuviera problemas, pues ya tenían a alguien de las primas les ayudarían en el intercambio de epístolas, dio muy buen resultado, desde luego de todo esto Doña Olga nunca se enteró.
La situación se prolongó durante cuatro años, hasta que al fin, en el mes de junio de 1963, se presentó Edgar y su mamá ante Don Román Veles y Doña Olga Veles, para pedir la mano de Nuria, la sorpresa que se llevó Doña Olga fue:
– ¡Cómo! Ni siquiera se conocen, no han sido novios, no sabía nada, no puede ser si Edgar es novio de Gladis. ¡Gladis ven acá! ¿Qué no me habías dicho que este señor, es tu novio?
– No mamá, no inventes, tú eras la que muchas veces me dijiste que me insinuara, porque Edgar era un buen partido para mí; pero ya sabes que a quien amo es a Alberto, quien no te parece. (La señora quedó impávida).
– ¿Me estás diciendo mentirosa?
– No mamá, solo te aclaro las cosas.
– Bueno señora Olga, Don Román, nuestra visita creo que está alterando la paz de su hogar, nosotros nos retiramos
– Disculpe a mi hermana, Sra. Galicia, está muy sorprendida al igual que yo, somos todo oídos.
– Mi hijo Edgar y yo venimos a solicitar la mano de su hija Nuria en matrimonio con mi hijo.
– Mi hija y un servidor, no hemos platicado sobre esto; pero creo que es ella quien deberá aceptar o no. Hija, ¿Tú qué dices?
– Fíjate lo que vas a decir Nuria, (Interrumpe Doña Olga), dicen que tiene un hijo, por ahí quien sabe dónde, es mujeriego y además es novio de tu prima, su padre lo abandonó.
– Con todo respeto señora, (Habla Edgar). No le voy a contestar preguntas que para usted no tienen importancia.
– Yo si le voy a decir algo, soy viuda y si lo duda, le doy los datos de en donde está registrada la defunción.
– Por favor Olga ya cállate, no sabes lo que dices. ¿Escuchaste a Gladis?
– Nuria hijita, tienes edad suficiente para tomar tus propias decisiones, ¿Tú qué dices mi preciosa?
– Sí, acepto.
– Me permites tu mano, (Dijo Edgar presentando un pequeño estuche con un anillo de compromiso, con un pequeño rubí del tamaño de su economía).
– ¿Cuándo piensan casarse?
– Como no hemos podido platicar de nuestras cosas, si usted señora Olga, no nos deja decir algo, necesitamos tiempo para eso.
– ¿Qué quiere decir “eso”?
– Lo dejo a su imaginación “Tía suegra”.
– Ya ves Román, es un grosero.
– No pensabas lo mismo la semana pasada.
Fueron once meses de muchos problemas, Edgar y Nuria solo podían verse los domingos, tenía que acompañarlos Gladis y además Doña Olga, y se sentaba en el asiento del copiloto, jamás dejaba que fuera ese el lugar para la novia; Nuria y Edgar, quienes solo se veían al través del espejo retrovisor, colocado de tal manera que podían verse ambos. El apartado postal estuvo funcionando de maravilla, la correspondencia amorosa e informativa, siempre fue veraz y oportuna, frases de amor, quejas, lágrimas, confesiones de amor infinito, historias y los planes de las bodas, la civil y la religiosa. Así las cosas, llegó el mes de abril del año 1964, se le ocurrió a Edgar ir de viaje de bodas a Italia, entonces se casan por lo civil el día 28 de Abril, así tendrían tiempo de tramitar los pasaportes, pero al recibir el presupuesto, sorpresa, no le alcanzaba para pagar el viaje, ni modo cambiaron planes, se casarían el 17 de mayo y su viaje sería al puerto de Acapulco, ni modo.
Una iglesia adornada en flores blancas en el altar y en el pasillo central alfombrado, floreros de pedestal, flores en el piso del altar, inundado el recinto de luz y armonizado el acto por la estudiantina misionera, convertido el templo en una puerta del cielo. El sacerdote los espera con los brazos abiertos.
La comitiva avanza lentamente primero Edgar y su mamá, seguidos de la madrina de lazo, que es Gladis, luego la madrina de arras, los anillos ya los llevaba Edgar en el bolsillo del esmoquin, cerrando la comitiva iba Nuria, bellísima, con un vestido exclusivo de la Casa Silvana, la más notable de la época, del brazo de Don Román, al último Doña Olga, sola, con una cara, imagínense. Frente al padre, Don Román entrega a Nuria, y solo dijo:
– Sean muy felices. (Sus ojos intentaban retener un par de lágrimas).
Nuria y Edgar hacían una pareja muy hermosa, de película. La ceremonia se desarrolló en un ambiente de misticismo, música y un compañero de Edgar, condiscípulo suyo, ayudó al padre y cantó el “Ave María”, imaginemos el gozo de los novios. Al terminar la celebración, en el pasillo de salida, van los novios al frente de los asistentes, felices, los llevaron con un fotógrafo y después a la casa de Nuria, en donde habían preparado el banquete de bodas, rociado con vinos artesanales, se tomó un coctel tricolor inventado por un padrino de Nuria el día de su bautizo; era licor de limón, rompope y licor de cereza, estos licores no se mezclan, y la vista es fantástica. El convivio fue muy agradable, alegre y todo el mundo sentía felicidad, los novios recibían felicitaciones y abrazos de todos sus amigos y parientes. A la hora de los brindis, vino lo más solicitado por la concurrencia:
– ¡Beso, beso, beso!
Fue un beso tan cándido y sincero, cada uno quería que su alma y la del otro fueran una sola, que sus brazos se encadenaran entre sí para toda la vida, que su sangre se mezclara y corriera por las mismas venas, que el cielo a donde se sentían, fuera su mansión eterna. Ni cuenta se dieron los novios la algarabía que externaron los comensales, aplausos, vivas y deseos de buenaventura para toda la vida. Llegada la hora convenida, vino la advertencia final de la tía y su maternal bendición entregando a su tesoro.
Fueron acompañados al aeropuerto por Toño López, el padrino de anillos, los dejó en la entrada al jet que los llevaría al puerto de Acapulco, en dónde ya tenía Edgar la reservación del caso.
El vuelo en su totalidad fue de maravilla para los jóvenes, solo se miraban y se decían tantas cosas que se habían retenido durante su accidentado, vigilado y envidiado noviazgo, que se les hizo un suspiro. Llegando al aeropuerto fueron conducidos al “Hotel Ritz”, destinándoles una suite nupcial en cuya terraza se contemplaba toda la bahía y oculta a todas las ventanas vecinas.
Después de una mañana tan agitada y llena de sorpresas, llegan al sitio escogido para gozar de su luna de miel. Contemplando el atardecer frente a la bahía cuando escuchan el timbre de la habitación y les envían un cóctel de bienvenida acompañado de bocadillos especiales para la ocasión, sirviéndolo en la terraza que mostraba un panorama majestuoso, el sol tiñéndose de ocre y oro, parecía que se avergonzaba por interrumpir el acontecimiento. Los jóvenes esposos, con una copa de champaña en sus manos, el calor del trópico, los nervios del día y con un amor que los funde en un solo ser, intercambian un ósculo de pasión entregándose ambos en un acto de amor con el alma para siempre. En el preciso momento en que el sol se oculta, avergonzado, en el horizonte, ocultando su indiscreción.
Jorge Enrique Rodríguez.
17 mayo de 2020.