Esta Escuela, “Hijos del Ejército” No. 2 fue creada para que asistieran los hijos de los soldados del Ejército Mexicano de la más baja jerarquía, es decir de la pura tropa, soldados rasos, cabos, sargentos y uno que otro oficial recomendado por “alguien” y algún inocentón, que no sabía nada de nada. Vamos a narrar la vida de uno de éstos, en dos temporadas, la escuela primaria y la secundaria. Los acontecimientos que sucedieron después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, fueros determinantes en las economías de muchas familias mexicana, en algunos sectores, me referiré a una de ellas.
En el hogar de Doña María, de 45 años de edad, costurera y abuela de un muchachito, quien cursaba la escuela primaria el tercer grado, en una escuela oficial. En esta escuela, tuvo dos problemas muy serios que obligaron a la señora María a buscar otra opción. El primer problema fue una mañana en que se salieron los niños del salón y se trasladaron al patio en ausencia de la maestra y al grito de ¡Ahí viene la maestra!, todos corrieron al interior del salón, menos Gil, el nieto de Doña María, al tratar de entrar, teniendo el obstáculo de varios compañeros que le cerraron la puerta, está, era de cristal de piso a techo; entre el empujar de Gil y la obstrucción de sus compañeros, la puerta voló en pedazos, los que estaban dentro salieron con rasguños más o menos, pero sin consecuencias y Gil que fue el que empujó, salió ileso, escándalo de época, maestras y director; el resultado, llamar a los padres o tutores, imagínense la cueriza que le pusieron a Gil; la abuela era una Generala, nunca se supo si le cobraron o no el daño. Quién sabe. El segundo percance fue meses después, Gil tenía una mochila de madera sin adornos, toda lisa, barnizada de color amarillo. Un día jugando a dar vueltas con la mochila en la mano derecha, se burlaron de él y un compañerito se le quiere acerca por detrás y le toco el trasero, Gil levanto más la mano y con una esquina de la mochila le golpea en la ceja, gritos, sangre y pataletas por el dolor del afectado. Expulsión de Gil por decisión de Doña María.
Como anoté antes, esta familia se vio en problemas, teniendo la necesidad de buscar entre amistades quien sabría de una escuela de interno; pero ya era medio curso escolar y tuvieron que esperar al siguiente enero.
En ese tiempo de espera, Gil tuvo sus aventurillas, Doña María lo mandaba con sus amistades, para que no estuviera de vago, en la casa de un torero llamado Lorenzo Gonzales, limpiaba frijoles crudos, en otra casa barriendo la azotea, vendió chicles “ADAMS”, trabajó en una bodega de libros, estuvo en peligro de ser violado; pero logró echarse a correr y denunciar al fotógrafo.
En los primeros días de diciembre le avisan a Doña María que ya está lista la beca, le dan también una lista de ropa que necesita llevar el niño y algunos documentos, de los cuales no tenían ninguno. El tutor del niño era un Generalazo de División y entró sin papeles, por sus puras pistolas, pues ¿Qué no? Solo eso faltaba. Era un edificio viejo, muy viejo, convertido en un internado mixto para hijos de la soldadesca, desde 5 o 6 años hasta quince. Posteriormente separaron a los chicos, los mandaron a Sta. Julia y a las niñas las enviaron a Guadalajara, son rumores que hubo varios embarazos a pesar de la pesada vigilancia que tenían, hasta en los baños, se llegaron a dar casos de homosexualidad.
Volviendo al caso “Gil”, a quien le tocó vivir varios casos, vamos a llamarlos raros; un conserje, le decían “El mudo” siempre anduvo tras de las nachas de Gil, pero éste lo acusó el día que lo encerró en un baño, cuando estaba el niño en la regadera. Cuando se lo llevó la policía, ya había perjudicado a varios niños, se fue mugiendo y pujando; no puedo decir nada a gritos, solo mentándole la madre a señas a todo mundo. En el taller de electricidad, otro problema, pero al revés, al maestro Trini le gustaba bajarse el pantalón y agacharse para… imagínense; Gil (sin duda muy inocente) no supo que hacer y salió corriendo, por fortuna el maestro no era rencoroso y no le bajó calificaciones.
En el taller de electricidad, a pocos días del final de cursos, Gil terminaba su prueba en un tablero de 3 x 4 mts. Eran diez tipos de conexiones, timbres, focos clavijas conexiones remotas de ida y vuelta y una serie de amarres eléctricos, que realizados por adolescentes de 12 a 15 años, deberían estar mejor que algunos “piratas” que andan por esos caminos del destino haciendo cortos circuitos y una que otra quemazón. Gil terminó y se guardó el desarmador en la cintura, con la punta hacia arriba (craso error), al darse la vuelta para empezar a bajar, se incrusta la punta del desarmador en el switch que él mismo había instalado, justo en el momento en que alguien subió el switch general, repito sin previo aviso ni permiso. Gil quedó abajo del tablero, ruidos de cortos circuitos, gritos de ¡Cuidado! No se escuchaba ni voz ni quejidos de Gil, todos temían lo peor.
Cuando levantan el tablero, el niño lo ven y no se mueve; el médico del colegio lo revisa y les dice al maestro y a los mirones:
– Tiene quemaduras leves y gran golpe en la parte baja del abdomen, seguramente se la propinó el cabo del desarmador, lo llevó a la enfermería para hacer unas placas e inyectarlo para que reaccione.
Días después, pasadas las horas de clase de la tarde, Gil estaba en la alberca con varios de sus compañeros, enfundado en su traje de baño hawaiano, de color azul con flores y una franja con cordones como cinturón, que le dejaba al descubierto las piernas, solo le cubría las partes pudendas por ambos lados, (este traje se lo hizo Doña María de la tela que sobró de unas cortinas que le mandaron a confeccionar).
Nadaba nuestro héroe solo cerca de la orilla de la piscina, alrededor tenía un bordo como de 12 o 15 centímetros, ahí donde desaguaba el agua que rebotaba en las paredes de la piscina. Gil se detuvo a media alberca y se sujetó del bordo y se subió; pero se le ocurre la locura de pararse en el bordo, él con los mojados y el bordo lleno de agua, resbala y se da un cabezazo en el parietal izquierdo, perdiendo el sentido y cayó al interior de la alberca. De inmediato dos muchachos se lanzaron a sacarlo, estaba desmayado y lo llevan a la enfermería, lo inyectaron y duró sin sentido cuatro horas; ya le habían traído su ropa, aunque todavía tenía puesto el traje de baño.
Cuando los chicos cometían faltas, los castigaban, evitándoles la salida del fin de semana a ver a sus familias, esto a los que tenían familiares, los que no, a lavar los baños y la alberca. Gil fue castigado, y se coló entre los que lavarían la alberca, este grupito, ya tenían un plan, resulta que atrás de los vestidores había un tramo de barda que se había caído y no habían hecho caso de arreglarla, entonces cuando les dan el material para el lavado, hacen que empiezan el trabajo y en cuanto los dejan solos, Gil da la voz de “vámonos”, solo dos le acompañan y se brincan la barda de atrás, una vez afuera, los acompañantes del Gil se fueron por un lado sin decirle nada al niño. El domingo siguiente en la tarde, llegó Doña María con su nieto a dejarlo, Gil llegó muy nervioso, solo tomó la bolsa con su ropa limpia que llevaba y se pasó al patio a esperar la hora de la cena; nadie le preguntaba sobre sus compañeros, los buscaba con la vista, tampoco él preguntó por ellos. Durante el día siguiente no los vio. El Solomillo, el hijo del maestro de historia, era militar, le decíamos el General Cañones porque era muy pedorro y ni se inmutaba cuando lo hacía en clases; su hijo el Solomillo, fue el que me dijo lo que había pasado. Se metieron a una casa y robaron cosas al salir lo pescó el dueño y se los cargó la tira, ya no supe nada después.
El resto del año lo pasó Gil sin pena ni gloria, reprobó una materia en el tiempo que no se podrán hacer exámenes extraordinarios, con eso perdió la beca, y “ora si huevón se acabó la hueva y a trabajar”, le dijo Doña María con lágrimas en sus cansados ojos.
Jorge Enrique Rodríguez.
25 de enero de 2012.