Por la salida al Puerto de Tampico, en el Estado de Tamaulipas, rumbo a la Sierra Norte de Puebla, el punto de fuga del paisaje nos muestra un aspecto muy interesante, nos deja ver fisuras en las rosas que en sentido contrario ni siquiera se aprecian. Justo al empezar la subida a la montaña, justo ahí, frente a mí a unos 100 metros una brillante luz hirió mis ojos y en cierto modo me llamó la atención, al llegar al sitio, detuve el auto y protegiéndolo de los demás que pasaban, me dirigí hacia la fisura donde salía el rayito de luz que en ese momento era muy leve. El brillo que se notaba, venía del reflejo que el sol provocaba al caer sus rayos sobre un pequeño riachuelo que corría dentro de la montaña y se perdía por entre la hierba y las grietas de la misma.

Interesándome en el curso que llevaría el agua que iba corriendo delante de mí, como señalándome el camino a seguir; vi una figura casi humana cubierta con ropaje muy semejante al de los frailes franciscanos, con un cordón atado a la cintura con muchos nudos en los extremos, al dirigir mis ojos a los del visitante, no le vi el rostro, traía una capucha del mismo color que la del hábito, y todo el conjunto le hacía tétrico y sombrío, solo noté que era de rasgos afilados y usaba barba de candado con una pequeña piocha.

No se veía agresivo y me hacía señales con la mano derecha que lo siguiera. Me sentí muy incómodo del estómago, lo cual me obligo a detenerme unos momentos. La visión me volvía a insistir que lo siguiera. Lo seguí, caminamos como trescientos metros, salimos de la fisura de la pequeña montaña, atravesamos un bosque y justo al final de éste apareció una iglesia totalmente en ruinas, paredes, techos derrumbadas, muebles completamente echados a perder por el tiempo y los animales del lugar; tal vez hasta fue saqueada por los lugareños o extraños.

En este momento ya no tenía a la vista al monje, lo busque con la vista a mí alrededor, y no lo vi, le grité muchas veces: ¡Padre!, ¡Padre! y nada; lo seguí buscando en los lugares cercanos y dentro de las ruinas, pasé por todos los lugares de las ruinas y nada, nada, nada. En lo que pudo ser la sacristía, había una mesa maltratada y rota, las tablas reventadas por la humedad, y ahí sobre unos jirones de telas que sería tal vez un sobrepelliz, había unas pastas de lo que pudo ser una carpeta de piel desbaratada, hojas ya sueltas y esparcidas por el aire, perdidas o desintegradas por las inclemencias del tiempo, solo encontré en situación de poderse leer y no con pocas dificultades dos hojas que más o menos decían: “… después de dejar a las mujeres y las niñas en condiciones deplorables, el teniente Nicandro y su horda de salvajes, que al grito de ¡Viva la libertad! arrasaron con la pequeña capilla que mañana tenía que ser bendecida por el señor visitador, obispo de la región, ¡Dios Mío! Qué le voy a decir. Nos mataron a todos los hombres, según por ser seguidores de los españoles, solo faltaba yo, Señor perdóname…“ La segunda hoja se ve mutilada y una enorme mancha de sangre la cubre. Por el corte de la hoja y la señal que había en la mesa, quiero pensar que la mano le fue cercenada de un tajo de machete.

La curiosidad me invadió totalmente y decidí buscar más cosas, no sabía qué, sino buscar, pero nada interesante se veía, basura, palos carcomidos, húmedos y un hedor a muerte que me estaba sofocando; al mover una rama de un árbol, que parecía haber sido arrancada de cuajo, o cortada por un rayo por las manchas negruzcas que presentaba, ahí estaba, me quedé inmóvil, los brazos laxos, me temblaron las rodillas y el cerebro se me nublo al unísono que la vista, no supe más y me desmayé.

Al despertar volví la vista al cielo y ver la luna, Dios mío casi doce horas ahí, me levanté con la ropa húmeda, sucia y “él” ahí, enfrente, un esqueleto humano con un rosario de cuentas grandes y negras, entre la mano derecha que sólo tenía el dedo pulgar y el índice con un corte en su muñeca en diagonal, como si le hubieran dado de tajo con machete. Me señalaba con insistencia un lugar junto a un árbol grande.

Era imposible regresar a esa hora, no conocía el camino y corría el peligro de perderme o no sé de qué, a estas alturas ya no creo en nada. Un árbol, siguiendo las sorpresas, en el tronco del árbol había un hueco y dentro un pequeño libro también, solo lo saque y lo puse en un lugar alto para que el aire lo secara un poco, no lo leí estaba oscuro, solo la luz de la luna; pero estaba muy agotado, como pude me acomodé al pie del mismo.

Cuando la luz del sol hirió mis ojos, estaban a mí alrededor varias personas: el comandante de policía, dos agentes de tránsito federal y el presidente municipal. Los federales reportaron mi auto, porque lo vieron abandonado a un lado de la carretera y el jefe de la policía, pensó en un posible asalto, pero al mencionar el lugar donde estaba, el cura recordó la leyenda del “Padre Prior y la parroquia de Santa Margarita del Maíz”, sabían por tradición de dicha historia; pero no había bases para corroborarla, ahora ya estaba confirmada.

Ahora, el día 10 de octubre de 1990, se confirma el hecho acaecido el día 10 de octubre de 1890, “Mañana día 11 de octubre de 1890, se presentará el Obispo visitador a bendecir la nueva parroquia de Santa Margarita del Maíz, patrona de los habitantes de Santa Margarita”. (Documento encontrado en la biblia del padre Prior, aún no me creo yo mismo; pero las autoridades civiles y religiosas comprobaron el hecho.

Jorge Enrique Rodríguez.

10 de octubre de 2005.

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