Mirando al cielo con la vista fija, como si quisiera penetrar hasta el fondo de la bóveda celeste, sostiene en sus manos un libro cuyo autor es Gibrán Jalil, de título “Arena y Espuma”; lo que nos hace pensar que es un hombre que le agrada conocer su espíritu, y tal vez sea un pensador reprimido. Sumergido en la filosofía del poeta Gibrán Jalil, dando una mezcla de asombro y felicidad, contempla las nubes que sus caprichosas volutas recorren todas las siluetas parecidas a numerosos animales y figuras a veces estrambóticas tornándose amenazadoras y otras como suaves manos de una dama enamorada acariciando el rostro del ser amado.

Tanto es el arrobo de Akim, llamémoslo así, no se da cuenta que la humedad del agua le ha llegado hasta las rodillas, solo se percataba de que los colores azules se han tornado ocres y naranjas con el sol casi a punto de empezar a desaparecer en el poniente, momento en que Akim inicia el regreso a su rústica cabaña.

En el trayecto de regreso, que le llevó más de media hora, empezó a observar la luna, que esa noche al filo de las cero horas y la luna llena. Era una noche muy clara y la suave brisa atemperaba el ambiente. Aproximadamente a 200 metros se veía ya su cabaña, la cual estaba construida con madera y palmas, amarres de lianas marinas. Nadie sabía nada concreto de esta persona; se dice en la tienda donde compra algunos alimentos, que tiene un permiso especial del municipio, una vez a la semana, los días lunes viene una camioneta de mensajería y le deja un portafolio y se lleva otro, llevándose así mismo una bolsa negra presumiblemente con desperdicios. La empresa de mensajería tiene orden terminante del gobernador del estado, que se mantenga absoluta discreción.

El objetivo de este trabajo es entrevistarme con Akim y llegar a conocerlo más como amigo que como visitante silencioso, por lo pronto he observado durante dos lunas llenas, sin faltar un solo día, y se desarrolla de la misma forma cada día: a las 05:30 horas, sale de su cabaña con una lámpara de pilas, un pequeño banco portátil y un portafolio semejante al que entrega a la mensajería y ahí sobre la peña en la cual revientan las olas, él establece su sitio para trabajar, protegido de su inseparable chaleco salvavidas con las letras AKIM, de ahí tomé el posible nombre de nuestro personaje.

Mi punto de observación lo establecí a quinientos metros aproximadamente de su cabaña, mis armas, un telescopio, una cámara digital, varias libretas y alimentos para dos o tres días; hacia viajes para abastecerme una o dos veces por semana, pero estaba decidido a lograr la entrevista.

Ya era necesario provocar un acercamiento, porque se han pasado doce días de una aplastante monotonía y decidí hacerme notar. Empecé por acercarme con todo mi equipo a unos doscientos metros, más hacia la playa; pero todavía con cierta discreción. En este rincón de la bahía existe una poza de aproximadamente 15 metros de profundidad y el agua limpia, transparente, semejante a la del caribe mexicano con la inseparable permanencia de peces de colores, de punta blanca hacia el poniente; a unos mil metros existe un club de buceadores deportivos, que precisamente son estudiosos de la fauna marina rivereña. En las vacaciones de verano y de invierno, se vienen a practicar buceo decenas de estudiantes y a tomar fotografías marinas.

Volviendo a nuestro objetivo, desde la poza, a poco menos de diez metros asenté mi campamento. Una vez que me acomodé, empecé mi estrategia y me coloqué el tanque de oxígeno, el visor y las aletas, y así me di a la tarea de visitar a los pececillos y acercarme al sitio que deseaba llegar, salí a la superficie justo al frente de la cabaña de Akim. En el momento preciso que golpeara una ola en la peña donde Akim se acomodaba, salí a la superficie y levanté el rostro y miró hacia donde emergía con el equipo de buceo, visor y gorra de hule, y él con un pequeño sombrero de lona y lentes oscuros; su reacción fue inmediata, cerro su portafolio recogió lo que pudo y corrió a encerrarse en su cabaña. Salí a la playa y lastimándome las plantas de los pies, por caminar sin sandalias, subí al sitio en donde estaba Akim y solo encontré un banquillo y varias hojas de papel en blanco que se mojaron al caer sobre el espacio de piedra y arena en que estaba Akim. Traté de llamarlo, en voz alta le llamé, repetí el nombre que hasta ese momento creí que era el suyo y no recibí respuesta. Opté por regresar a mi puesto de observación. Esa noche me fui a dormir hasta que la luna tendría unos 50°C sobre la línea del horizonte, encendí una fogata, calenté agua potable y me preparé un rico café y cubriéndome con mi saco para dormir y tratar de descansar.

Los siguientes quince días, fueron iguales a todos los anteriores, con excepción de las tres ocasiones de acercamiento sin ninguna resultado positivo. Me entrevisté con el chofer de la mensajería y no logre algo que me hiciera saber lo que quería, la empresa tenía un compromiso de confidencialidad respecto a la personalidad del supuesto amigo Akim. El mismo mensajero me hizo saber que yo estaba siendo vigilado estrechamente, “el cazador cazado”. La madrugada del día siguiente a esta conversación encontré cerca de los rescoldos de la fogata nocturna una hoja de papel muy fino, con un recado que contenía una escritura elegante que decía: ¿Who are you? I´ll see you tomorrow, on the rock”.

La sorpresa que me llevé fue muy grande, nunca me imaginé que sucediera así, pero ahí estaba la prueba de que pronto alcanzaría mi objetivo, después de tanto tiempo de buscar la ocasión de lograr esa entrevista, por fin lo lograría. Toda la madrugada me di a la tarea de armar la forma en que debía platicar con Akim, ya daba por seguro que sería en idioma inglés, por su recado, en fin, a ver qué pasaba. Fui a la cita por el camino habitual, bajo el agua y la visita a los vecinos de colores, iba ya feliz y mentalmente de fiesta por estar a punto de saber quién era Akim. Llegué a la roca en el momento en que el sol hacía brillar la humedad en la cima de la roca. A prudente distancia, me mantuve en la espera de la aparición de Akim; constantemente buscaba en los alrededores del lugar, con la mirada si alguien vigilaba o me observaba, no vi a nadie ni nada que me indicara que alguien estaría en ese lugar. Antes de que obscureciera emprendí el regreso sin haber probado alimento alguno de las vituallas que había llevado, preparando la fogata me comí un par de frutas y traté de dormir.

Los dos días siguientes no vi movimiento alguno y fue totalmente inútil la vigilancia, al tercer día me acerque hasta la roca y al emerger a la superficie logré ver a mi desconocido amigo, quien agitando sus brazos en alto me dio a entender que subiera a su cabaña, que ahí me esperaría. Al llegar a la explanada donde está la cabaña, dejé a un lado de la pequeña mesa que ahí estaba mostrando una charola plateada y una carpeta que se veía finamente bordada, pletórica de fruta y una jarra de cristal con un líquido que se antojaba, un riquísimo jugo de frutas y pequeños trozos de hielo, haciendo sudar el fino cristal. Le saqué la protección contra el agua a la cámara dejándole sobre la mesita.

Por vez primera escuché su voz diciéndome: “Siéntate, haz el favor”, en perfecto español, por unos segundos pasaron por mi mente todo el tiempo que había tardado en lograr este objetivo y al fin lo he conseguido, todos los esfuerzos al fin eran coronados con el triunfo; pero me asaltó un temor, si no es lo que espero, que va a pasar.

Al verlo solo acerté a decir; “Eres idéntico a mí”. No, contestó Akim, somos el mismo, solo que siempre quieres ser como tú quieres. Pregúntate ¿Quién soy realmente? Entonces encontrarás la paz.

Jorge Enrique Rodríguez.

5 de junio de 2008.

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