Siluetas que se balancean suavemente al ritmo de la cálida brisa, seguida de un fuerte murmullo que a momentos se aleja poco a poco; pero aumenta en intervalos rítmicos y con el fenómeno de disminución. Por el oriente camina displicente una figura masculina, con paso lento, firme y dejando huellas profundas, mostrando así la firmeza de su andar, lleva lentes obscuros, ropa ligera, sandalias de correas, el rostro sereno sin mostrar sentimiento alguno.

La silueta que seguía caminando a la orilla de las murmurantes olas y en algún momento humedecen los pies del dueño de la silueta que ahora expresa:

– ¡Hermanas mías! No me toquen, no ven que cada vez que ustedes me lavan el cuerpo desgarran mi alma. Que cada vez que humedecen mi piel, desvanecen mi mente, cada vez que me favorecen con la salud de mi cuerpo, mi corazón se desmaya.

En ese momento se escucha un estruendo ensordecedor, ocasionado por una ola enorme que se estrellaba en las escolleras a corta distancia.

– No, por favor no muestren su cólera, no puedo culparlas.

El murmullo después del estruendo se aleja en pequeñas olas que se alejan hacia el infinito.

– La conversación con ustedes, aunque jamás escucho frases de aliento, sino solamente murmullos que me sirven de panacea a mi dolor. Entiendan mi inquietud en obscura soledad no existen colores, no existen paisajes, eso es que tengo es sacar de su conversación, la imagen que mi mente y casi vacío corazón me hacen imaginar; es la razón de venir a platicar con ustedes y solo escuchar sus estruendos, murmullos y sentir fresca brisa que me deja el rostro húmedo, no sé si es de llanto o de gotas de agua bendita para que se me salga la pesadez rigurosa de mi ceguera.

He oído decir que a los débiles visuales y los invidentes se nos hace transparente la piel del rostro, especialmente los ojos y con ellos cerrados o insensibles, sabemos cuándo entramos en un lugar iluminado o sin luz.

Nuevamente el estruendoso bramido seguido por los murmullos que se alejan.

– Por favor olviden su enojo, ¿Es que les molestia mi presencia? Ya sé que la luz del día se ha ido, siento que el astro rey se ha retirado y no tenemos luna, está el cielo nublado.

Otro estruendo seguido de murmullos que se alejan.

– ¡Hasta la próxima! ¿Puedo llamarlas amigas?

Una delgada línea dorada nos anuncia que el astro rey, con majestuosa paciencia nos mostrará su esplendorosa majestad, y como un gran globo dorado que emerge de la inmensidad del mar. En la playa se escuchan los bramidos de multitud de olas alaban a su líder el océano, como las turbas glorifican a sus héroes o repudia a quienes no les agrada, seguido de murmullos que se alejan poco a poco.

En el punto más despejado de la maleza del lugar aparece una silueta, que con paso incierto se dirige a la orilla en donde llegan las olas de la playa, el mismo visitante del día anterior:

– ¡Hola Amigas! ¿Cómo están hoy? (Segunda visita). Ayer que me retiré de este lugar, me sentí tan tranquiló, aunque parece que ustedes no estaban de acuerdo, ya que el estruendo de su voz y los murmullos que te acompañan, me lo estuvieron recordando toda la noche. No importándome tal cosa, yo me sentía maravillosamente relajado.

Amanecí pensando que si el escucharlas me hace sentir bien, vivir siempre con ustedes sería la plenitud absoluta. Sí balancearme con ustedes y sentir su estruendo dentro de mi sangre, sentir, y no oír los murmullos sino sentir que mis venas murmuren al mismo ritmo, con la misma intensidad.

Ser uno contigo, como lo eres con tu creador, igualmente con su padre y así estaría en el corazón del padre. ¿No sería eso la felicidad completa? Recíbeme en tus brazos, llévame al fondo de tus entrañas más profundas, siento ya húmedo mi cuerpo y te doy las gracias por recibirme, lléname de murmullos. Empapa también mis entrañas, vacía ya mi cuerpo y empiezo a sentir en tus aguas que humedecen mi piel.

En ese instante se escuchó un estruendo inusitado, como nunca lo había escuchado, sentí como si mi corazón se detuviera y al mismo tiempo lo sentí como hielo.

– Está bien, está bien. Entiendo, no soy bien recibido, nuevamente se escuchó el estruendoso bramido de las olas seguido de los murmullos que se alejan. Murmullos que no acabo de entender, si se burlan o me comprenden; más bien percibo un consejo, delicado consejo de aceptación a la voluntad infinita.

 Jorge Enrique Rodríguez.

 4 de agosto de 2006.

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