Meciéndome en una hamaca, en la cabaña donde me encontraba, sintiéndome morir de aburrimiento decidí salir a gozar del ambiente que ofrecía la madre naturaleza en aquel inicio de otoño. Tomando un pequeño morral, guardando un par de emparedados, un termo con agua fresca de tunas, y mi material de trabajo, cuaderno de notas, lápices y una goma de borrar, eso sí el ánimo controlado que la roza de los vientos permitiera.

En ese momento del día, el horizonte mostraba un mar de espigas de trigo en plena floración que se balanceaban al ritmo del Dios Eolo, que parecía soñar dirigiendo esa asombrosa vista que me tenía absorto.

A un lado del camino, está un grupo de nueve almendros que nadie ha sabido decirme quién y para qué fueron sembrados en esa forma tan singular, están cinco árboles en línea recta, mirando hacia el poniente, justo en el primero y último de la fila, dos ejemplares como dibujando un medio rectángulo. Decidí pasar el día en ese lugar, me acomodé como pude y una piedra de regular tamaño que estaba ahí dentro del espacio, la usé de asiento y mi carpeta como escritorio. Me tendí en la hierba, y sobre las hojas ya secas que yacían sobre el suelo. Solo miraba al firmamento, escuchaba crecer las flores silvestres de las que estuve rodeado, quedándome profundamente dormido.

Cuando en el horizonte se empezaban a teñir las nubes de rojo escarlata, matizando de asombrosos tonos dorados del sol que se ocultaría en breve; escuché una voz dulce y característica de una jovencita de origen campesino que me preguntó:

– ¿Patroncito, se siente bien?

– Sí, si me siento bien.

– ¿Usted quién es?

– Me llaman Nati la de Chencho; es el encargado de estos campos, él los cuida y aquí en “El Nicho” comemos juntos todos los días.

– ¿Me podría quedar con ustedes? Traigo mi propia comida, para platicar con ustedes dos.

– ¿No se enojará Don Chencho?

– Mis taquitos alcanzan y Chencho mi tata, no se enoja, es un alma de Dios.

A lo lejos apareció la figura de un campesino ya entrado en años, unos cincuenta o sesenta, con un sombrero plano de ala ancha, un morral al hombro y un grueso cayado del cual pendía un guaje ya vacío. Su indumentaria de color blanco de dos piezas manga larga y una faja tejida a mano por Natividad la niña que les acompaña. Don Chencho se veía cansado; pero con una sonrisa de oreja a oreja saluda a su “niñita” como él le llama. Su primera expresión me dejó asombrado:

– Buenas tardes le dé Dios, que felicidad que va a compartir nuestro sustento, sea bienvenido en nombre de Nati y mío propio.

En ese mismo instante se escuchó la llegada de un caballo, precioso purasangre color miel, montado en forma excelente y con suma agilidad desmonto con la bestia todavía al trote. De inmediato dijo en forma enérgica, pero sin agresión:

– “Si viene de parte de Sigfrido Del Valle, a mí es a quien busca, soy Alberto Del Valle Ruíz para lo que se le ofrezca.

Su voz no era para nada oriunda de alguien de esa región, sino de un hombre instruido y bien preparado.

– Mi nombre es Alberto Del Valle Ruiz. Repitió con énfasis.

– ¿Tiene alguna relación con el profesor Sigfrido Luna del Valle?

– Sí, era mi padre, yo no soy quien para juzgarlo, pero; no sé si lo llegaré a perdonar, nos hicieron mucho daño, falta poco para que ellos paguen lo que hicieron y nada es provocado por Casildita o yo, sino sus errores en la administración de la granja Los Lirios, lo siento por mi prima Clarita.

El mencionar algunas personas de su familia, en pasado, incluso un agravio despertó mi habitual costumbre a la investigación, le dije:

– Don Alberto… me interrumpió y dijo muy sonriente:

– Oye tú, Beto para ti, y no sé cómo te llamas.

– Aldo Rossi Berlucci, y doy clases en la preparatoria de este municipio.

– Mira Aldo mañana me acompañas al campo de trigo, con Chencho y platicamos todo lo que quieras. Que Jesús vele tus sueños.

– Que descansen.

Nati y su papá se retiraron a su cabaña, Alberto y Aldo pasaron la noche en la casa de aquél. Al despuntar el alba del día siguiente partimos rumbo a los trigales, apenas se vislumbraba nuestra sombra por el reflejo de las primeras luces del alba. Aproximadamente tardamos una hora caminando a paso muy lento, ya hace rato que habíamos pasado “El Nicho”. Me extrañó que Don Alberto no pidiera una camioneta para el traslado; pero su ejercicio favorito es caminar y el paseo a caballo. Llegamos a una casa grande y llena de mesas de trabajo, en las cuales se hacían sombreros planos de ala ancha, adornados con cordones entretejidos de algodón, otra habitación hacían ropa para hombre y en la del fondo ropa para mujer con un ejército de tejedoras.

Después de platicar con Don Beto todo el día y acompañado por una joven lugareña, llamada Clarita, quien apuntaba todo lo que le indicaba, nada menos que el licenciado Del Valle, dueño de esa fábrica. Una vida como rico heredero y otra cómo próspero industrial en artesanías para exportación. ¿Por qué vivía dos vidas? No existe ningún misterio. Esta es la historia.

Hace más de treinta años, cuando la niña Clarita del Valle se casó se fue a vivir a España, desde ahí controlaría las ventas de bulbos de lirios en toda Europa, negocio que le proporcionaba muy buenas ganancias a la familia, entonces vivía Don Juan Luis Del Valle, dueño de todo el emporio floricultor del estado.

Clarita del Valle tenía un medio hermano, Sigfrido Del Valle, hijo nacido fuera del matrimonio de Don Juan Luis. Casilda, una jovencita muy agraciada ayudaba a Clara y al irse a Europa se quedó sin empleo; Don Sigfrido la tomó a su servicio y volvió a ocupar la habitación anexa a la recámara que era de Clarita.

Este hombre, no ocultó por mucho tiempo su calidad moral, a pesar de su preparación, era licenciado en literatura, su conocimiento en administración del negocio de la familia era nulo, la prosperidad de las granjas iba de mal en peor.

Cuando Sigfrido se dio cuenta que Casilda estaba embarazada, la corrió de la hacienda, sin importarle su estado. Las monjas Salesianas la recogen y cuidan durante su embarazo hasta el alumbramiento, llegando un nuevo cristiano a este mundo, cabello abundante y de color casi rubio, ojos muy vivarachos color almendra.

El alumbramiento en la clínica de un convento no iba a mantenerse en silencio, sobre todo la maledicencia de las viejas chismosas; pero no lo ocultaron las monjitas y el sacerdote que lo bautizó con el nombre de Alberto del Valle Ruiz, dándole el lugar que le corresponde a la madre, Casilda Ruíz Cuautle.

No pasó mucho tiempo sin que Casildita tuviera noticias del padre de la criatura, llegó a ofrecerle $500.00 a cambio del niño, Casilda, en su lengua materna le dijo hasta de lo que se iba a morir. Enojado el hombre le dijo:

– Insulta a tu abuela, que querías, ¿Todas las haciendas? Estás loca, no lo hubiera dicho, dicen que los niños se gravan todo lo que escuchan y el pequeño, dio señales de coraje cuando Don Sigfrido mencionó sus frases finales.

El día 24 de diciembre del mismo año de su nacimiento y bautizo, sucedió una tragedia, de la habitación donde Casildita y Betito estaban viviendo, precisamente a la hora que ella trabajaba en la cocina del convento, se robaron al bebé, dejando una nota que decía, “No puede estar en mejores manos que en las de su padre” y firma Sigfrido Del Valle. No se logró nada con las policías del municipio y la del estado; le tenían miedo a este fulano. Alberto Del Valle, casi de inmediato salió del país y lo llevaron a Inglaterra; destinado a una estancia y colegio de religiosas, con un fideicomiso suficiente para realizar estudios desde los más elementales hasta la maestría que escogiera.

Casilda Ruíz Cuautle se quedó con las monjas y un puñado de recuerdos en el corazón, estudió hasta la preparatoria y se hizo maestra rural, nunca más salió de su municipio.

La trayectoria de Alberto del Valle fue muy diferente, empezando que salió del país sin ningún documento y sin nombre siquiera, cuando lo secuestró Sigfrido del Valle, al niño todavía no lo registraban, al llegar a Inglaterra, gracias a que lo cargó una edecán, el niño pudo pasar la oficina de migración. Al día siguiente, con engaños y sobornos, hicieron papeles falsos de alumbramiento en aquellas tierras y el registro también así es que Albert Del Valle y Valle fue el nombre que usó todos los años que estudio el niño en “Oxford University” como abogado. Pasó dos años más en Italia e hizo una maestría en finanzas, de inmediato solicitó regresar a su patria, a su pueblo.

Antes de su regreso, Clarita del Valle le pidió que la fuera a ver a España, porque tenía que decirle algo sobre su fideicomiso y la herencia de Don Juan Luis Del Valle, dándole una fecha y lugar para la entrevista. La puntualidad inglesa se reflejó en ambos; saludos, abrazos y reconocimiento de quién era quién y qué papel jugó cada uno en el pasado.

– Sigfrido Del Valle es tu padre y como tal te pertenecen todas sus posesiones, que de buena o mala manera se hizo de ellas, Don Juan Luis las había escriturado a nombre de Casilda Ruíz Cuautle, tu madre.

– ¿Mi madre? ¿Quién es mi madre? En este momento Alberto del Valle, recibió un impacto en el cerebro que lo dejó helado.

– Sí, tu madre vive y son de ella, si no te pertenecen a ti; “Los Lirios” y todas la granjas subsidiarias, son tuyas y te aseguro que tú vas a poder con todo y serás quien vuelva a poner en pie el Imperio Del Valle.

– Cuando llegues a Los Lirios, busca a Casilda Ruíz Cuautle, ella es tu madre y solo a ella le corresponde contarte la historia de amor que lleva en el corazón.

– Por favor tía Clara, cuéntamela de una vez.

– No, perdóname Albert, pero no debo hacerlo, es muy personal, pertenece sólo a ustedes dos. Solo voy a cumplir con mi cometido, que mi padre Don Juan Luis me indicó.

– Te entrego las escrituras originales de las granjas y propiedades de la familia Del Valle, éstas son las auténticas, a nombre de tu madre Casilda Ruíz Cuautle; Sigfrido, de alguna mala manera se hizo de documentos falsos de todos los inmuebles; tu labor como abogado de la familia, es comprobar ante los ministerios de justicia que es un falsificador, porque sabrás que no es mi hermano, es un capataz que quiso mucho por mi papá; pero abusó de su confianza, ahora, a ti te toca desenmascararlo, ya que se trata de las propiedades que mi padre le otorgó a tu mamá y por consecuencia a ti. Mi papá quería a Casilda como a una hija, pero no supimos a dónde se metió después de tu secuestro. Búscala y sean felices.

– Búscame de vez en cuando para saber cómo van tus negociaciones.

Albert Del Valle permaneció en Madrid solo el tiempo suficiente para esperar por sus documentos migratorios y abordó una aeronave, que le llevaría directo a la Ciudad de México. De inmediato al llegar, adquirió un auto y se trasladó a la granja Los Lirios. Un auténtico “Caronte” fue el encargado de la puerta principal de Los Lirios, no le dio oportunidad ni siquiera de decirle quién era y a quién buscaba, fue amenazado con dos pares de perros doberman muy agresivos. Por lo tanto decidió diseñar un buen plan para investigar.

El primer paso que se le hacía lógico, era ir a visitar a las monjas del asilo de niños, en donde la Madre Superiora, con la amabilidad y gentileza que la caracterizaban, le informó lo siguiente:

– Estuvo con nosotras poco más de dos años como ayudante de la Madre Superiora María de Jesús, quien era doctora en pediatría y fue una alumna muy capaz.

Siguió la madre portera:

– El obispado le otorgó una beca completa para estudiar medicina, con especialización en pediatría. Actualmente está haciendo una maestría en New York, sobre neuropatías cerebrales en bebés hasta de cinco años, termina en quince días y viene a ser nombrada por el gobernador directora del hospital infantil del estado.

– Quisiera preguntarle, ¿Cuál es el interés en buscar a la doctora Ruíz?

– Espero que mi respuesta no le cause hilaridad; pero ella es mi madre, soy el niño que le fue arrebatado por mi padre Sigfrido Del Valle, que no es su verdadero nombre, él lo usurpó, era un joven campesino que trabajaba con mi abuelo, muy trabajador; pero muy ambicioso y resultó todo un villano cuando mi abuelo murió.

– ¡Jesús Bendito! Exclamó la monja. Dios lo perdone.

– Con decirle que hasta el título académico es falsificado.

– En quince días regreso, solo le pido un favor, no le diga nada de mí, quisiera darle una sorpresa.

– Vaya que se la vas a dar.

Durante esas dos semanas de espera el todavía Sir Albert del Valle y Valle, se dedicó a regularizar su estancia en tierras mexicanas, presentando pruebas suficientes para demostrar que su auténtico nombre era licenciado Alberto Del Valle Ruíz. En el tiempo anunciado, se presentó Alberto al convento, ansioso de recibir a su madre, nervioso y lleno de alegría, no quiso ni tomar el desayuno con las madres y las creaturas del recinto religioso.

Se escuchó la campanilla de la puerta de entrada al asilo, al abrir se escuchó una exclamación masiva, ya que un grupo estaba en la recepción esperando a la doctora Ruíz, elegantemente vestida para la ocasión, en la entrevista que tendría con el gobernador del estado. De momento se vio rodeada de una encantadora chiquillería que le tomaba de la mano y hubo quien le besó el dorso de ambas manos; gritos de alegría y bienvenida seguidos de las madres del convento, al último un fuerte abrazo de la madre superiora y bendiciones y buenos augurios para su futuro desarrollo. Solo quedó una persona, con expresión de incredulidad, y un par de ojos color almendra derramando dos gruesas lágrimas y mudo por el momento. La doctora Casilda Ruíz Cuautle, con una carita de virgen, dirigiéndose al licenciado Alberto:

– ¿Tu no vas a darle un beso de bienvenida a tu madre?

– ¿Usted lo sabía?

– ¿Crees que el corazón de una madre no adivina? Supe de ti a partir de tu ingreso a la Universidad Salesiana a realizar la maestría en finanzas; Clarita me dijo en una de sus cartas de tus adelantos en Italia, y al mismo tiempo planeamos juntas este encuentro. Tenía miedo de alguna represalia de tu padre. Gracias a Dios ya estamos juntos y espero no nos separemos, aunque desconozco tus planes.

Una vez que fueron terminados los trámites de adjudicación y llegados a su término las solicitudes de actualización de nombres en los documentos de titulación y maestría, fueron revalidados por autoridades de la SEP. Trasladaron su residencia a Los Lirios, mientras la doctora Ruíz se entregó a su profesión como directora del hospital y Alberto a lo suyo agregando la administración de lo que quedaba de las haciendas. El cultivo de lirios se había venido abajo en más de un 60%; se inició el arduo trabajo de reconstrucción lográndose la rehabilitación del terreno y para la próxima primavera, tendrían una nueva forma de seguir importando a Europa. El resto del terreno se sembró, preparando antes, la siembra de trigo. Año con año todo mejoraba y crecía la Hacienda, la cual ya empezaba a tener exportaciones de trigo a EUA y bulbos de lirio a España por medio de Clara Del Valle.

Debido a que muchos hombres de campo al no haber trabajo, emigraron al otro lado, quedando mujeres y jóvenes al desamparo. Don Alberto platicó con su madre y llegaron a un acuerdo, decidiéndose a establecer una fábrica de ropa regional. Alberto observó en el tiempo de trabajo que las mujeres bordaban su ropa en forma muy bonito; pero no le sacan ningún provecho económico, siendo muy penoso que los hombres mandaran algunos dólares. Una vez que hicieron el plan, se llamó a un ingeniero de la capital del estado y se procedió al diseño y construcción de la fábrica. El licenciado Del Valle pidió el equipo que necesitarían y todo se empezó a mover.

La madre y el hijo construyeron una vida muy positiva, Alberto del Valle Ruíz andaba ya sobre los cuarenta y tantos años, las haciendas en auge de producción y todas las personas y familias del rumbo cercano han prosperado significativamente, gracias al buen manejo de los recursos tanto humanos como económicos. La doctora Casilda Ruíz Cuautle, se retiró del servicio profesional, estableciendo una clínica para los colaboradores de los señores Del Valle, dicha clínica daba atención gratuita aún cirugías y partos.

En este tiempo conocí a Nati, Chencho, al actual Don Alberto Del Valle y la fábrica de artesanía; acontecimientos que dieron origen a este humilde trabajo.

Jorge Enrique Rodríguez.

24 de septiembre de 2009.

Jorge Enrique Rodríguez.

24 de septiembre de 2009.

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