Al terminar y revisar minuciosamente, para evitar duplicar anécdotas. Tengo una idea muy personal, no sé si la lleve hasta el final o no. Empezaré la serie de situaciones anormales sucedidas en las carreteras que he recorrido.

Iniciaré con una acontecida cerca de mi hogar en la autopista México-Ecatepec; en un auto Golf, plateado con faldón negro; veníamos de algún lugar del centro de la Ciudad de México, serían entre las cuatro y cinco de la tarde, corría a unos ochenta kilómetros por hora, cuando de repente se escuchó un golpe fortísimo en la carrocería del auto, seguido por un traqueteo que me puso de punta los pocos pelos que me quedan, sentí horrible, solo pensé en mi esposa e hijas que me acompañaban. No esperé a llegar a la plataforma de seguridad, sino que me detuve lo más pegado a la barra lateral de la carretera, me llevé una gran sorpresa, la llanta estaba perforada por una llave española de 3/4”, que alguien perdió y yo perdí una llanta. El traqueteo lo causaba la cabeza de la llave al hacer contacto con la carrocería. Lo único que se podía hacer, era cambiar la llanta y terminar el viaje, por curiosidad hice una fotografía de la llanta con la llave atravesada.

El viaje a Hermosillo, me dejó con una impresión traumática muy desagradable. Imaginen la carretera de Vallarta hasta Hermosillo, antes de llegar a San Carlos, empieza una serie de rectas de lo más transitadas por autobuses y tracto camiones de doble caja; plataforma de carga internacional y corren a velocidades de vértigo, que al pasar cerca de autos pequeños como el que yo usaba, suelen sufrir contratiempos o los sacude si no llevan las ventanillas cerradas, y a veces abiertas, causando con eso sacarlos de la cinta asfáltica ocasionando volcaduras, no pocas veces me tocó ver una.

En este escenario, conduje cuatro horas, en un estado de “duerme vela”, según los Yaquis allá en Sonora, cuatro horas que no recuerdo en absoluto detalles, me di cuenta por los registros de salida, el tiempo transcurrido y los kilómetros recorridos en ese lapso. Tenía un amigo psiquiatra y él no pudo decirme nada al respecto, yo hasta la fecha, no he vuelto a mencionar este, para mí lamentable caso.

Iniciábamos un viaje de vacaciones, un hermano de crianza, mi abuela y yo; todo iba perfecto hasta que sucedió que nos alcanzó un auto ya viejo, lleno de paseantes, aparentemente iban niños viendo por el medallón y nos hacían señas obscenas y algunas otras, esto lo hacían al adelantarse; acto seguido, yo como escuincle pisaba el acelerador y a correr; logre pasarlo, así ocupamos como media hora en este jueguito. Lo peor del asunto, mi “rival” me rebasó por la derecha y otras por la izquierda, sin respetar franjas ni carril alguno. Me puse de malas, comentando a mis acompañantes: A éste lo dejo o dejo de llevar mi nombre. En ese momento, mis impacientes “amigos” intentan pasarme por la izquierda, quedamos uno al lado del otro, nosotros en el carril derecho y ellos en el izquierdo, lo que vi, me heló la sangre, desde la punta del pelo hasta los dedos de los pies; un autobús de pasajeros procedente de Acapulco; el auto de aquellos jóvenes se cerró a la derecha contra nosotros, mi reacción fue instantánea, bajé una velocidad y pisé el acelerador hasta el fondo y salimos disparados y me detuve unos metros adelante; regresé al sitio del accidente; pero no había nada que hacer, el carro quedó bajo las ruedas del autobús, y en esa herrumbre, no se oían quejas, llantos, ni una sola señal de vida, solo sangre que escurría bajo restos de ambos automotores. El daño a nuestro vehículo fue mínimo, un golpe en la salpicadera trasera izquierda y el estribo del mismo lado. Al pasar de regreso por ese camino pregunté en la caseta del kilómetro 158 y no fueron las notas agradables, todos los paseantes del auto pasaron a ser parte de las estadísticas, es decir, murieron, dos menores, un adolescente varón y cuatro adultos. Solo quedaron las manchas de sangre, que las lluvias se encargarían de borrar y los nombres de las víctimas, solo recordadas por los familiares más cercanos.

En un viaje de trabajo a la Ciudad de León, Guanajuato, por la carretera hacia México, dos carriles, ambos en la misma circulación, la entrada a la mencionada carretera; pero con una diferencia de nivel como de dos metros de altura en relación a la salida. Nunca he llegado a imaginar cómo fue que me atoré en la palanca de cambio de luces con la pulsera de mi rosario; el caso es que mover el brazo para posarlo en el borde de la ventanilla, le di un volantazo tal que hice salir al auto de la cinta asfáltica y caí sobre el carril en sentido contrario y con el flujo de autos viniendo hacia mí. Fue un susto mayúsculo; pero afortunadamente no pasó a mayores, debido a la pericia de los conductores que circulaban en ese momento; solo me salí a la cuneta y traté de calmarme, me sentía vuelto a nacer. Voy a seguir narrando aventuras de aquí y de allá, sin orden geográfico.

El tramo del camino de Chihuahua a Ciudad Juárez, es muy monótono, cerros y lomas tan secos y sin vegetación, me dio sueño; afortunadamente iba de copiloto, manejaba el señor Shuts un aragonés excombatiente de la segunda guerra mundial; era daltónico, muy dedicado a su trabajo de vendedor de alimentos para aves, cerdos y ganado vacuno. El único atractivo que tenía este viajecito era el comer en una choza que distaba como cien metros de la frontera, servían una barbacoa de coyote con salsa de cactus, para chuparse los dedos. Claro que el objetivo principal era la venta de nuestros productos y el cobro de las facturas pendientes. Al regreso a Chihuahua me tocó conducir a mí.

En una ocasión que me tocaba ir a la ruta del pacífico, me tocó enseñar los domicilios de los clientes a un agente de ventas de nuevo ingreso; resulta que su auto era “un montón de chatarra” llantas a medio uso, no tenía cristales en las ventanillas del chofer y el acompañante; total que mintió al departamento de recursos humanos, pues se les pide auto en perfectas condiciones, porque se les paga por que usen su propio auto; es un sistema de arrendamiento, esto evita el gasto de comprar autos para los vendedores, el sistema lo autoriza el gobierno.

Emprendimos el viaje con cierta inquietud de mi parte, ya que empezaba a sentirse que el tiempo cambiaba, empezando a lloviznar; faltando cuarenta kilómetros para llegar a Culiacán, la tormenta estaba en su apogeo; nos alcanzó la noche acompañada de una severa tormenta en plena carretera, el auto sin cristales, estábamos mojados hasta los calzones; para completar el detalle, nos cayó un rayo a unos doce o quince metros, haciendo que el automóvil se levantara de las dos llantas derechas, dando un brinco que me hizo fruncir el… estómago; llegamos a Culiacán a las doce de la noche, hospedándonos en el Hotel “El Ejecutivo” que resultó ser del mismo cliente que íbamos a buscar; conocidísimo “comerciante” de la zona.

Siendo este encuentro para mí peligroso, ya que el cliente que visitamos resultó ser el jefe de la mafia de la droga en esa región, si me liquidó la factura que me debía; pero sin faltar la amenaza de dañarme si le vendíamos a su competidor; para firmar la amenaza, nos amenazó con su pistola, nueve milímetros y de tamaño pavoroso. Estuve dos días en Culiacán, mientras me pasaba el resfriado y lavaban mi ropa. Logré el objetivo de mi viaje, entregué la ruta y los clientes al nuevo vendedor; y dejé solucionado el asunto principal que me llevó ahí.

El último viaje que realicé, tuvo repercusiones personales. Al salir en la madrugada ya se sentía un calor de 30°C; fui directo a visitar a un cliente en Navojoa, y el calor aumentaba, para mí desconocido, nunca había sentido algo parecido, en el momento de saludar vi el termómetro en la oficina del visitado 52°C a la sombra, sentí un deseo muy grande de dormir y me senté, de inmediato me desmayé, media hora más tarde abrí los ojos, estaba un médico con una botella de suero oral, sentía mi cuerpo sin fuerza ni deseos de moverme, dormí hasta las cuatro de la tarde, cometiendo el error de regresar a Hermosillo. A la altura de la Bahía de San Carlos, el paisaje era maravilloso, como fondo el Cerro del Hombre, y el desierto bañados ambos por los colores ocres y rojizos, mezclándose con los últimos tonos azules del día en el desierto; me cautivo dicho panorama y con el cansancio encima, me hice a un lado en la cuneta, el calor me hizo casi automáticamente que abriera las dos portezuelas del lugar del conductor; terrible error, me quedé dormido, un ruidito muy característico, me despertó y ya era totalmente de noche, sentí en los pies que algo se deslizaba sobre ellos y el sonido de la víbora de cascabel, me quedé inmóvil, el calor y el miedo me hicieron sudar copiosamente, tenía húmedo todo el cuerpo, me esperé temblando así hasta que el reptil volviera a salir del auto, cerré las portezuelas y salí como alma que se lleva el diablo. Llegué al hotel cerca de la media noche. El día siguiente, a las 11:00 horas tiempo del pacífico, salí rumbo a México, llegaría a las 11:00 horas tiempo del centro.

El viaje que califico de mayor riesgo fue cuando fui a estación Juanita, casi en la división territorial de Veracruz y Oaxaca, el camino está plagado de narcos, si no te conocen te siguen muy de cerca, lo mejor es que espere; uno, a que se acerquen a preguntar quién eres o a dónde vas, luego, te acompañan a donde vallas y si es cierto, ya puedes estar tranquilo; pero no dejan de vigilarte.

El primer día fue para localizar al susodicho “cliente” que debía una factura de $425,000.00 cuando empezó a caer la tarde, regresé por el mismo camino hasta la carretera que va a Veracruz, hospedándome en un motel llamado casualmente “Mari Juana”. Al día siguiente volví a entrar a estación Juanita a buscar al “Jefe”, quien tenía la deuda con la empresa que representaba. Me dijo que lo acompañara a su oficina, dejando el auto que me custodiaba uno de sus guaruras; subí a la cabina de su pick up, noté que en el asiento del conductor estaba una metralleta cuerno de chivo; se sentó frente al volante, haciendo a un lado el arma. Caminamos como media hora entre la maleza, llegando a una cabaña, en ella estaban cuatro hombres de muy mala cara, dirigiéndose a uno de ellos le pidió que me entregara el portafolio que había ordenado con la suma de $575,000.00 dólares en efectivo. Me dijo: “Güerito, con esto queda pagada tu factura, y el resto es para ti por macho; nadie se había animado a venir a cobrarme, pero me caíste bien tienes muchos h…” Te recomiendo que nadie se entere que me tomaste de buenas y te traje hasta aquí, “Cuidado”. Ésta palabra estaba cargada de amenaza virtual, sudaba copiosamente. Estuve tranquilo hasta después del depósito en Jalapa, Veracruz.

El importe del depósito exactamente $425,000.00, el resto fueron $150,000.00, compre un giro bancario a nombre de un tercero que no conocía. No supe en ese momento que hacer con ese documento. Me sentí seguro hasta que llegué a Puebla y decidí quedarme un par de días, a calmarme el nerviosismo. Hablé por teléfono a la empresa para que me checaran el depósito el cual ya había entrado a la cuenta de la empresa. Con el documento secundario abrí una cuenta de inversión a mi nombre, con dos nombres y mis dos apellidos. No me he decidido a tomarlo; pero está creciendo.

Nunca había visto de cerca la cara de un agente federal con miedo hasta que un día saliendo de Guanajuato hacia León, llevaba mi cámara fotográfica en el asiento del lado derecho; la mayoría de mis viajes los hacía solo, esta vez lo hice así. Me alcanzó un automóvil sin placas, según eran agentes federales, querían revisar mi auto, porque según ellos, estaba reportado como robado y según ellos era rutina buscar autos robados, me identifiqué, vieron los documentos del auto y checaron que estaba a mi nombre, me la querían hacer cansada tal vez buscando una mordida, uno de ellos se percató de la cámara y me espetó una pregunta

– ¿Eres periodista?

Le respondí con cierto tono ya agresivo.

– Si, ¿Cuál es el problema? Si checaron que estoy en orden, ya déjenme ir. Qué más buscan, ya tengo sus nombres, si es que sus documentos son reales, busquen mi artículo en el próximo número; no di ningún nombre.

– No nada mi jefe, solo checamos que su auto estuviera en orden, puede irse sin problema.

– Voy directo a la redacción. Lo último que alcancé a oír fue, “No, por favor”.

Jorge Enrique Rodríguez.

12 de marzo de 2010.

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