Caminando displicente por un sendero en donde ya se sienten los primeros pasos del ingreso del otoño, perdiendo el frescor perfumado del vientecillo que se va. Me detuve un momento a observar una gran nube que se movía al ritmo del viento que nos acaricia, dejándome ver la luna llena en el primer día de su plenitud, me sorprendí al ver los rasgos dorados de un sol mortecino, cuando pasa la noche, que podremos dejar impregnada de recuerdos, de planes o humedecer la almohada con lágrimas del olvido de un amor.
Al filo de la madrugada, no había conciliado el sueño, cuando a través de mi ventana vi caer de alguna parte, una ráfaga de luz que cayó en la rotonda que está en el camino de la casa hacia la salida. Al despejarse la tenue niebla que ocasionó este fenómeno, estaba una joven bellísima, vestida de blanco de ojos color almendra y su pelo no rubio del todo, tenía una especie de rayitos color almendra y caoba, esta combinación provocaban unas tonalidades nunca vistas por ser humano alguno. Con verdadero asombro, me acerqué y contemplando sus bellísimos ojos, ella me tendió la mano, para ayudarla a levantarse, temeroso aún, me acerco e intento tomar la mano y cual sería mi sorpresa que mi mano no palpa cuerpo alguno, sin embargo ella permanece con la mano al frente esperando que la tome, fingí apretar la mano y ella se levantó, fue cuando percibí un cuerpo transparente; como si fuera real. No sabía que pensar, ni que decir, no tenía idea de quién era o qué era, me pareció que adivinó mi pensamiento, ya que ella me dijo:
– Patricio, no te extrañe que sepa cómo te llamas, se me ha dado la gracia de conocer a los humanos a través de sus ojos y sé que eres una persona noble y de buenas intenciones.
– Eres muy bella. (Dice Patricio). Pero dime de dónde vienes, y que es lo que quieres de mí. Llegaste como un rayo de sol, te repito ¿De dónde vienes?, ¿Quién te manda?, ¿A qué vienes?
– Son muchas preguntas. ¿No crees?
– Si, me doy cuenta; pero es mucho asombro el que me has causado. ¿Cómo te llamas?
– ¿Cuál es la flor que más te gusta?
– La azucena, por ser símbolo de la inocencia del cuerpo y alma.
– Llámame así, vengo de la región celestial de las “Musas de las Artes”, mi “Dama es Erato”, musa de la poesía lírica. Vengo con una misión muy especial.
– ¿Quiero saber qué es?
– No desde luego, todo en su tiempo.
– ¿Puedo insistir?
– No por favor no insistas.
Se sintió un viento suave y con aroma de azucenas, ella suelta la mano de Patricio y le dice suavemente:
– Tengo que irme, te buscaré la próxima luna. (Azucena va desvaneciéndose muy suavemente hasta desaparecer totalmente).
Patricio permanece anonadado, su rostro parecía de mármol, no acaba de comprender qué pasó. Reacciona cuando escucha pasar sobre su cabeza una parvada de gorriones urbanos que estrepitosamente van rumbo al lugar donde pasan el día y se alimentan, para después volver y alimentar a los pajarillos y hembras que permanecían en sus nidos.
Dos días después, Patricio regreso a las jardineras en donde conoció a Azucena, con la esperanza de volverla a ver; pero ella no llegó, el joven angustiado, que no había vuelto ayer y antier no se presentó, pensó:
– Seguramente creyó que no me interesó; si supiera que me he enamorado nada más de verla, es bellísima.
Patricio siguió acudiendo cada día sin faltar uno, aún a pesar de que necesitaba atender otros asuntos, ya que estaba por abrir un restaurante, se dio tiempo para todo. Pasaron dos semanas y la chica no aparecía, estaba ya por llegar en unos días la luna llena, no llegaba, se dio por vencido al fin.
Cuando la luna llena culminó, el chico fue a las jardineras de sus pensamientos, cuál sería su sorpresa, ahí, ahí estaba Azucena, estando ella ataviada en igual forma que la vez pasada, siendo la que iniciaba la conversación, con una alegría indescriptible:
– Te dije la próxima luna y aquí estoy, justo el día y la hora.
– Eres el encanto de mis desvelos, ¡Amor mío!
– ¿Qué has dicho?
– ¡Amor mío!
– Ten cuidado con tus sentimientos, pertenecemos a dos realidades distintas, yo soy etérea y tú eres mortal.
– Iría contigo a cualquier mundo sideral, ¿Tú podrás llevarme contigo?
– Mis mayores saben de ti más de lo que te imaginas, saben quién eres, qué haces, quienes son tus padres, y que estas preparando un sostén material para el futuro, eso, es del agrado de todos ellos; pero somos almas ajenas, ¿Me explico?
– Perfectamente, y cuánto lo siento.
– Patricio, es momento de desprenderme de tu mundo, nos vemos la próxima luna.
Con el corazón acongojado el joven empresario se dio a la tarea de apresurar a los decoradores, muebles, loza y más detalles de la terminación del restaurante, que aún no sabía cómo se va a llamar. También preparaban los menús, entre los cuales había uno que llamaba la atención por su nombre: “Almas Gemelas”, estaba marcado como especialidad de la casa, consistía en dos medias pechugas de pollo, gratinadas, aderezadas con salsa de almendra y piña, con puré de papa y éste con guarnición de cubitos de cerezas. Podía prepararse para dos personas. Todo estaba listo para la inauguración, dentro de dos días, día de la luna llena. Esa noche se ve al joven y novel restaurantero, vestido elegantemente, caminando hacia las pequeñas avenidas y rotondas, esperando ver a su amada Azucena, pero no estaba, esperó un poco de tiempo y no, no llegó. Retornó al sitio de la fiesta de inauguración, saludó a algunas personas que están en la puerta, al dirigirse al pódium, para agradecer la asistencia y darles la bienvenida, se quedó como clavado en el suelo, no lo creía, pensaba que era su imaginación, que era un sueño. Azucena ahí estaba, en la mesa de honor junto a la silla reservada a él, bellísima, con sus deslumbrantes ojos color almendra, su piel, suave como de flor de durazno, un vestido, más que encantador, deslumbrante, Patricio dijo para sí mismo.
– Parece real.
El joven, todavía incrédulo, se atreve a tomarle la mano y darle un beso, una nueva sorpresa, su piel es tibia y el color de su piel es rosado como la piel de cualquier mortal, hermosísima, solo pudo decirle:
– Creí que no venías. Estás maravillosa. Ella responde:
– Veremos a mi padre, en la luna llena en la jardinera.
– ¡ !
Después de agradecer la asistencia a todas las personas que estaban en el recinto, haciendo promoción a las actividades gastronómicas del lugar y deseándoles una muy agradable permanencia en el lugar. Era delicioso ver esa conversación, más que palabras, eran sus ojos los que hablaban, no cesaban de mirarse mutuamente, desean ardientemente entrar uno en los del otro; se sentían transportados al cielo.
– Mis padres ya saben que es lo que deseamos; pero hay imposibles, no pertenecemos al mismo elemento, eso es un impedimento, ¿Entiendes?
– Lo entiendo, y eso me hiere el alma.
– Tenemos que irnos, ya va a llegar la plenitud de la luna.
– Vamos amor.
Van caminando lenta y silenciosamente rumbo a la rotonda del primer encuentro. Al llegar cerca del sitio ven un haz de luz semejante al que trajo a la bella Azucena. Al despejarse en el exceso de luz, vimos a un hombre maduro, fuerte, con vestiduras griegas de los tiempos mitológicos. La primera que habla es Azucena:
– Padre Zeus, bienvenido.
– Hija de Erato. ¿Ahora te llamas Azucena?
– Así es mi Señor.
– De sobra sabes que lo que pides es imposible; pero debido a que ya conocemos su historia y si tú así lo deseas, lo que podemos hacer es, que tú seas mortal sin perder tus virtudes y sabiduría; serás mortal como él si así lo quieres, que así sea.
– Patricio (dice Zeus). Si llegas a lastimar el alma de Azucena, serás reo de Caronte.
Al rayo del alba, se escucha el potente canto de un gallo, se escucha un bostezo, alguien susurraba muy lentamente:
– Azucena… (Viendo la cama vacía).
– ¡Amor, mi Azucena! ¿Eres solo un sueño?
Jorge Enrique Rodríguez
8 agosto de 2012.