Hace más o menos cincuenta años existía una revista denominada “Impulso”, en la cual escribí varios artículos, siempre señalando los abusos de que eran objeto los obreros en mayoría mujeres. Desde luego tuve problemas; en la redacción de la revista, personalmente fui objeto de amonestaciones, sufrí amenazas anónimas, fui secuestrado durante cuatro días, nunca supe quien abogó por mí; pero al cuarto día, desperté y la puerta del cuarto y la de la calle estaban abiertas, hambriento, mugroso y debilitado me largué, imagínense, a meses de haberme casado, mi esposa muy asustada, solo quedó una acta en el MP y nunca supimos quien fue, me confieso cobarde; pero temí por mi familia.
Solo un hombre singular, buen trabajador, honrado, cumplido, jefe del área de producción; pero muy callado, no tenía amigos, fue el único que se acordó de quien había sido su jefe, naciendo entre ellos una bella amistad. Como dije antes fue quien se encargó de proporcionar a la esposa del protagonista cuanta noticia tenía a su alcance.
Citlalli y Atl tenían la costumbre de salir a comer al campo, únicamente el cielo y las nubes era su techo y la mesa, un mantel sobre la yerba, era para ellos como descansar en un palacio, sus viandas eran exclusivamente antojitos regionales, tacos de charalitos, papas chirrionas, chilaquiles, queso de puerco en tompiate, tacos de obispo, longaniza verde, y tantas otras cosas más, no todo en un solo paseo, era muy variado.
Un día domingo, ya dentro del tiempo de la Cuaresma, el empezaba a favorecer a la región, el auto ya calentaba el motor, Citlalli sacaba las viandas, manteles, servilletas, Atl afanoso ayudaba. Casi terminaban cuando llegaba Don Beto, que previamente Citlalli lo había invitado para que probara el pastel de elote que era a manera de agradecimiento por lo que hizo por Atl.
El trayecto al Centro Ceremonial fue muy agradable, ya que Don Beto resultó ser un excelente conversador; nunca tocamos el punto de su hosquedad con sus compañeros de trabajo.
Después del campirano almuerzo, todos nos pusimos a jugar carreras y volibol, pasadas varias horas de sana convivencia en un inesperado momento, Don Beto vio la hora en su reloj y exclamó:
– Caracoles, es tardísimo, me retiro.
– Espere, también nos regresamos, lo llevamos a su casa.
– Es demasiada molestia.
– De ninguna manera. Atención salgamos… vámonos…
El regreso no fue tan placentero como el traslado en la mañana, Don Beto iba muy serio, por el retrovisor capte una furtiva lágrima, no me atreví a preguntar cosa alguna. De Don Beto ya no supimos nada, ni se presentó en la fábrica.
Al año supimos que había pasado, la llamada que recibió en el paseo era de su pueblo, avisándole la muerte de su padre y en su Etnia guardan un año de luto riguroso y ahí son muy tradicionalistas. Se le entregó su liquidación integra. Ya no supimos nada de él, era un gran trabajador y buen amigo.
Jorge Enrique Rodríguez.
15 de diciembre de 2018.