Desde la cima de la colina vienen bajando las hermanas de la congregación de la “Madre Purísima”, con su hábito de color azul hasta el tobillo y sin mangas, con una blusa blanca de manga larga y abotonada hasta el cuello, usan un medio velo del mismo color que el hábito. Con una cofia blanca de la misma tela y desde luego sin bolsas.

Vienen bajando en una columna de dos en dos, aproximadamente treinta hermanas, presididas por una madre superiora, con hábito color café obscuro, velo negro y cofia blanca. Van rumbo a la parroquia de San Juan Bosco, para impartir la catequesis visitando los lugares destinados: campos de futbol, jardines, parques públicos, escuelas, cualquier lugar donde encuentren niños y niñas.

Para la Navidad de ese año tenían planeado con el cura de la iglesia, que se realizaran primeras comuniones, bodas y bautizos, y si lograban que viniera el obispo, habría confirmaciones. En el grupo de hermanas que descienden del convento, esta una hermana que tiene unas facciones muy delicadas y sus ojos parecían dos pequeñas estrellas, ocultándose por sus largas pestañas; pero su expresión al estar en oración era la de una virgen de pintor clásico.

Seguí el celestial desfile hasta la parroquia, lugar donde fueron recibidas por el cura, ya vestido con su atuendo propio para la celebración de la Sagrada Eucaristía.

Por alguna extraña sensación, seguí al grupo de hermanas, me había llamado la atención una de ellas levanta los ojos al cielo y con dulzura muestra algo, casi para sí misma, abriendo sus ojos hacia arriba, descubrí que tenía unos hermosos ojos de color azul, volvió su vista hacia su pequeño devocionario, siguió su andar. La madre se detuvo cuando notó que ponía mi atención en el grupo, con una mirada de enojo, tal vez me decía:

– Retírese, no moleste a las novicias.

Mi estancia en ese municipio es por cuestión de trabajo, la tesorería del estado me transfirió como contador de la tesorería municipal. Precisamente el día que llegué, fue cuando vi a las hermanas con su guía la madre superiora.

Todos los días era el mismo desfile del convento, bajaban la loma y llegan a la parroquia a oír la Santa Eucaristía, yo siempre esperaba en el mismo sitio, el poste de luz de la esquina que da a la entrada principal de la presidencia municipal, ahí, coincidía el paso de las hermanas con la hora de la entrada a mi oficina, las nueve de la mañana, nunca se han cruzado nuestras miradas.

Un día sábado, que es cuando enseñan catecismo fuera de la parroquia, pedí permiso de faltar esa mañana, decidí seguirla para ver si podía hablar con ella. Seguí al grupo a prudente distancia, me tocó ver que en el parque de la secundaria se quedaban cuatro hermanas, más adelante en la pared lateral del mercado se quedaban otras cuatro de ellas, ya había ahí una “bola” de niños y niñas; las tres hermanas restantes, siguieron hasta los separos del ministerio público. Las dos monjitas que iban delante de “Ella” se detuvieron y mostrando una hoja escrita, las dejaron pasar, volteando a ver a su hermana, le dijeron:

– Hermana Blanca, su permiso, debe mostrarlo. Ella lo muestra y pasa con sus compañeras.

– Blanca, (piensa el narrador). Que hermoso nombre, y como vive y baja de un palomar, debe llamarse Blanca Paloma.

Diario al salir en la mañana, me dirigía a la fonda en donde tomaba mis alimentos, lugar que me recomendaron en la pensión, después de almorzar, me dirigía a mi trabajo: pero ahora era a la esquina donde pasaban las hermanas de Blanca Paloma. Es imposible hablar con ellas, traen a su custodia la madre superiora. Cierta vez que se rompió la rutina y un día entre semana, que acudió al MP entré al recinto y la encontré leyendo unos legajos legales, me atreví a llamarla:

– Hermana Blanca.

– ¿Quién es usted? (Muy sorprendida). No debo hablar con quien no me autoricen, no voy a decir nada más.

– La hermana pertenece a la congregación de “Las Hijas del Silencio”, (Interviene el abogado del MP). La hermana es abogada y está llevando el caso de un familiar muy cercano y tiene un permiso especial del señor obispo. Debo reconocer que lo ha llevado muy bien casi seguro que el juicio lo gane ella.

– ¡Qué lástima es bellísima!

– En efecto; pero su vocación es “servir a su Dios”.

– ¿Cuándo va a ser el juicio?

– El juicio no va a ser público.

– ¿Por qué Dios escoge lo mejor?

Día con día la columna de hermanas baja en las mañanas y sube por la tarde, no hay razón por la que esto varíe. La Paloma Blanca de ojos azules, baja y vuelve a subir y visita el MP y sin tener la oportunidad de conocer su trabajo.

La fila de hábitos azules bajan como siempre; pero que sucede hoy bajan solo veintinueve, falta una, mi corazón dio un terrible vuelco, faltaba Blanca Paloma, ¿Qué pasa? ¿Estará enferma?

El segundo día, desesperado me acerqué y le pregunté a la superiora:

– ¿Madre por qué no viene Blanca?

– (Silencio)

– Madre, por…

Cuatro días pasaron en esa incertidumbre, nada podía hacer, ni el juez del MP sabía nada, solo me dijo:

– El juicio se terminó, pero la licenciada Blanca Solares ganó y el defendido quedó libre.

El quinto día, bajaba la columna de hábitos azules como de costumbre, veintinueve hermanas, la superiora y un féretro algo cubierto de flores blancas y un gran moño azul sujetaba su atuendo de consagrada en “Artículo Mortis”. 

Un rumor sordo se escuchaba, rezos de las hermanas, monjas mayores y un gran número de habitantes del municipio, era una religiosa muy apreciada en el pueblo. Solo una persona se quedó a orar en la soledad de su corazón, había perdido al motivo de su amor, aunque imposible de realizar.

El tiempo siguió su incansable marcha, el sol y la luna seguían cumpliendo sus maravillosas actividades. Los seres humanos cumplen sus misiones de vida, las monjas de hábitos azules, bajan y suben la colina diariamente, cumpliendo sus piadosas enseñanzas de la palabra del Señor Dios. No cambió la rutina del pueblo, solo algo, que cada sábado, aparecía una rosa blanca en la tumba de la hermana Blanca, no faltaba un solo día sábado que no apareciera esa flor y así pasaba el tiempo.

El guardia del cementerio asegura que hace muchos años que viene un anciano y deposita una rosa blanca “cada sábado” sin faltar uno; permanece aproximadamente dos horas y después se retira.

Al final de dos años más, el nuevo guardián del cementerio reporta a la policía que en una tumba con el nombre de Blanca Paloma, amaneció el cadáver de un anciano, que aparentemente falleció de un ataque cardiaco y no trae identificación, solo tenía un papel escrito y lo sujetaba con la mano, que dice: 

“Dile a tu Dios que me perdone, te amé hasta la muerte”

Julio.

Jorge Enrique Rodríguez.

10 de noviembre de 2011.

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