En una agradable y tibia tarde de verano, en Roma, Italia, sirviendo de escenario el Palacio de Embajadores, sitio donde se llevará a efecto la presentación del nuevo embajador para países de América. Existe gran expectación, porque se rumora que es alguien ajeno a la política del gobierno de la Ciudad de Roma, se presume que es del grupo de intelectuales y forma parte de la banca romana.

La mayoría del conglomerado dirigen su pensamiento hacia un solo nombre; pero nadie se atreve a mencionar, en unos minutos más se sabrá.

Todos los asistentes se ponen de pie al saber que ha llegado al recinto del jefe de estado, se guarda silencio y se escucha un saludo lacónico pero amable.

– Señores, seré breve, todos sabemos de las carencias que tenemos de organizadores en nuestras oficinas en el continente americano y hemos decidido a través del Congreso designar a una persona, que si bien no forma parte del equipo diplomático ha demostrado en sus actividades empresariales, financieras y magisteriales, ser acreedor a ocupar el despacho de asuntos diplomáticos en América, Coordinador de Embajadas en América Latina, les presento al Prof. Enrico Berlucci.

En ese momento el Prof. Berlucci, escuchando un estruendoso aplauso, se levantó de su asiento y se dirigió hacia el sitio en donde presidía el señor gobernador. Cruzaba el salón con paso firme, no lento erguido, cuerpo atlético, vestía un impecable frac de seda italiana de color azul marino luciendo en el pecho tres condecoraciones de gobiernos extranjeros.

Después de cruzar algunas frases de felicitación, agradecimiento y un fuerte abrazo selló la plática, quedaron de verse al día siguiente, en el despacho del gobernador a las 10 am.

Caminando sobre la alfombra al regreso a su lugar, el profesor Berlucci, sueña sin cerrar los ojos, y se miró con una dama muy distinguida, con un vestido, corte de última moda, color durazno, bellísima con una estola de zorro plateado, un collar, pulsera y pendientes de diamantes de corte perfecto, tomándola del brazo caminaron al ritmo de una melodía celeste, danzaban tomándola de la cintura y con delicada mano, como si se tratara de la musa de la danza. Danzaban sin descanso, las figuras de las nubes y mezcla de colores del arcoíris, los llenaba de bellos sentimientos y no paraban, ni dejaban de mirarse a los ojos profundamente.

Se escuchó una voz:

– Felicidades, Prof. Berlucci por su nombramiento.

– Gracias amigo mío, por volverme a la realidad, Pietro.

– Hazme humilde, Dios Mío.

Fue su frase final.

Jorge Enrique Rodríguez.

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