(Un sueño irrealizable).
Esta historia es el resultado de una serie de pláticas sostenidas con un ser humano idealista, que aún a su edad, ha vivido con la idea de hacer algo por alguien, sin señalar a quien o en dónde, sino simplemente ayudar. Nunca tuvo una economía tal que pudiera realizar su sueño; por lo tanto remarcamos no es una historia real, es un gran sueño que haber quien lo recoge y lleva a la realidad.
El autor.
Una soleada tarde del inicio del verano, paseaba por la alameda central de la bella ciudad de México, eran como las dieciocho horas y el sol empezaba a declinar su calor, en poco tiempo las nubes empezaban a teñirse de ocre dorado, anunciando la llegada de una esplendorosa luna llena. En los amplios paseos de la alameda pululan infinidad de pequeños niños y niñas; algunos corrían con algún amiguito o saltando la reata, los padres o nanas vigilando los juegos, otros comprando globos o golosinas, algunas no sanas y otras, que le vamos a hacer, así somos los mexicanos; por allá una pequeña llorando porque no le quisieron comprar un chicharrón con chile.
En ese momento se escucha el discreto timbre de un teléfono celular; propiedad del caballero que se encuentra observando, en forma discreta lleva su mano derecha a la bolsa izquierda interior de su saco; contesta solo así:
– Diga, si, ¿Dónde? En quince minutos. (Corta y vuelve el teléfono a su sitio).
El hombre se levanta y hace una seña a alguien que lo espera como a 10 metros de distancia. Es un hombre de ojos color almendra, se unos cuarenta y cinco años, bigote recortado muy cuidadosamente vestido con traje de corte moderno, abierto del faldón en la espalda; pantalón recto, saco de dos botones y sosteniéndose con un bastón de ébano brillante y en la empuñadura, un búho de metal blanco; posiblemente de plata; el color del traje hace juego con los zapatos, no son de piel, se nota que son de la misma tela del traje color gris perla. El conjunto lo complementa un sombrero de ala corta con un moño de seda negro en la parte de la nuca, su apostura denotaba que era un hombre culto.
En ese momento le llamaron de un auto que acaba de llegar de un estacionamiento cercano, se acerca a la orilla de la banqueta, le abren la portezuela y aborda el automóvil; sobra decir que es una unidad de lujo no muy grande, alejándose rápidamente del lugar.
La madrugada del siguiente domingo al día en que vimos al hombre de gris; serían como las seis horas menos diez minutos, algunas almas piadosas se apresuran a llegar a la misa de las seis horas; infinidad de corredores en vistosos pants de diversos colores, algunos haciendo fintas como si golpearan o se defendieran; otros acompañados de un perro, ¡Mira ahí trae un akita, acá un dálmata y aquel otro que bonito, parece un lassie!
Todos los deportistas en acción, corrían o andaban en dirección al éste, como si sus calzadas fueran las pistas de un estadio. Él le dio dos vueltas al circuito en sentido contrario a la ruta de los corredores, da la impresión de que busca a alguien en particular; en el momento de iniciar la segunda vuelta, hizo una llamada y en dos minutos llegó el mismo auto que le vimos la última vez; los rumores al ritmo de los corredores es que busca a un hijo que la mujer con quién se casó, lo abandonó y se llevó a la criatura de brazos. Una segunda versión es que es un detective privado que busca a un chavo de la “alta”; en fin no hay certeza.
El ruido en la avenida era ensordecedor; autos, transporte público, silbatazos del agente de tránsito, vendedores, ¡Caracoles, ya se dieron un golpe, vaya! En ese momento llegó una mujer de unos veinticinco años, de rasgos indígenas, muy guapa, decentemente vestida, cargaba una pequeña bolsa tejida en rafia de colores, dentro tenia pan con mermelada de fresa y un refresco de tamarindo, un pequeño recipiente de plástico con tapa hermética conteniendo duraznos en almíbar. En ese momento sudoroso y jadeante pero se le notaba muy feliz al exclamar:
– ¡Mamita!, (Dándole un abrazo y un beso en la mejilla).
Al encontrarse Alondra e Iñaqui, se percatan que a pocos pasos alguien los observa y el niño preguntó:
– ¿Quién es mamita?
El impresionante hombre de gris, a pesar de su presencia, su apostura, su aparente bienestar económico; con dos gruesas lágrimas en los ojos es quién los está observando fijamente muy conmovido, a lo que Alondra exclama:
– ¡Tú Iñaqui!
– Aquí estoy para pedirte perdón, de rodillas si es necesario; ¡Por favor dame la oportunidad de que hablemos!
– ¡Tú madre me corrió estando embarazada, sin mis pertenencias, sin dinero!
– Lo lamento tanto, tanto.
– ¡Son trece años Iñaqui! ¡Trece años! Nunca te ocupaste si le hacía falta algo al bebe que venía en camino, acuérdate, tú ya lo sabias pero tu dicho fue: “No, mi mami dice que no”.
– Te suplico que me escuches, si después decides que me aleje, lo haré sin reproches y con mi arrepentimiento como escudo.
– Mi hijo no tiene la culpa de los errores de los adultos y tiene derecho de tener a su padre; te esperamos el sábado próximo a comer, aquí está la dirección; veremos si tus razones son reales.
– No faltaré.
Esa semana las actividades de Alondra y su hijo Iñaqui se desarrollaron con normalidad; asistiendo a la escuela secundaria mientras estaban listos los trámites para su ingreso a la universidad en Harvard; mientras Alondra seguía con el desarrollo de su despacho de abogada, visitando tribunales y penales para atender a sus clientes, en caso de una detención. Es un despacho muy afamado por sus buenos resultados.
El ingeniero Iñaki ya esperaba ansioso el día y momento de presentarse a la cita en que se encontraría con Alondra y con su hijo; cruzando la manecilla de su reloj las catorce horas, tocaba nerviosamente el timbre del departamento de Alondra, quién abrió la puerta y sonriendo le dijo:
– Pasa por favor.
– Acepta este presente si eres tan amable. (Entregándole un enorme ramo de rosas rojas en botones fragantes y derramando gotas de rocío que Iñaki comparó así):
– El rocío son mis lágrimas de arrepentimiento, acéptalas por favor.
– ¿Con un ramo de rosas pretendes borrar una ausencia de trece años?
– ¡No, desde luego que no! Tu niño ¿En dónde está?
– ¿Hubieras querido que te recibiera con flautas y panderos?
– Aquí estoy, (Entra el pequeño Iñaki) de quien no sé cuál es mi apellido, ¿No es ilógico? Pase, pase, usted es invitado de mi madre; me retiro creo que será plática de adultos; tengo mucha tarea.
– Es muy responsable mi hijo.
– A los hijos se les gana con amor y buenos ejemplos, ¿Qué le has dado? – Bueno, creo que no necesitamos preámbulos, vamos al grano; habla.
– Cuando regresé de España, me enteré que ya no trabajabas en la corporación, nadie me informó que había pasado ya que tu expediente desapareció del archivo. Ese mismo día contraté el servicio de un grupo especialista en localización de personas, pero teníamos el problema de no saber por dónde empezar.
– Me ausente del país; mi maestro de finanzas me recomendó para trabajar en la embajada de México en el estado de Florida.
– Mira nada más que mala suerte.
– Como vez, el niño lleva tu apellido, nunca se le dijo nada malo de su padre; pero no te garantizo nada, no sé ni siquiera que te valla a aceptar.
– Bueno ¿Y tú?
– No esperes nada de mí.
– Seamos amigos Alondra ¿Sí?
– No lo sé, vamos a dejar que pase el tiempo.
Iñaki junior y Alondra se instalaron en un departamento nuevo, cerca de los tribunales y a dos cuadras de la universidad. Pasado el tiempo requerido para cubrir los estudios propedéuticos y universitarios del joven Iñaki; Alondra ya era socia del bufete en que laboraba desde su arribo a la unión americana. El novato abogado Iñaki Pla Cuautle; pasó a formar parte del selecto grupo de abogados penalistas del condado.
Los esfuerzos realizados por madre e hijo en el desarrollo de sus labores los llevó a establecer su propio bufete; se realizó una junta extraordinaria del consejo, su único punto a tratar era la renuncia de los licenciados Alondra Cuautle e Iñaki Pla junior. Sorpresivamente el accionista mayoritario ofreció en venta sus acciones debido a su edad ya muy avanzada; al mismo tiempo en voz elevada, madre e hijo exclamaron:
– ¡Nosotros las tomamos!
Fue una gran sorpresa, se dejaron oír múltiples felicitaciones seguido de aplausos, abrazos y parabienes.
Diez días después se preparaba un banquete en los jardines del restaurante de lujo “The Garden” celebrando el acontecimiento de la inauguración del “Bufete Pla Cuautle y asociados”, asistiendo personalidades de la banca, comercio y del gobierno. A los postres se dejó de oír ruido alguno de voces, entró una carreta estilo mexicano pletórica de rosas rojas, salpicadas de otras color luto de Juárez y algunas blancas; sin exagerar eran como 30 floreros artesanales originales de Tlaquepaque Jalisco; el carretero se bajó y pausadamente dijo:
– Para la licenciada Alondra Cuautle (Hizo una caravana y se retiró en su carreta una vez bajados los floreros y entregando a la licenciada Alondra una carpeta de piel color almendra).
La carpeta contenía una misiva que Alondra dio lectura en voz alta:
“Solicitamos que su bufete se encargue de los negocios en Norteamérica de nuestra empresa,
Constructora Ipla and Co. En breves días la visitaremos para firmar contratos”.
Ingeniero Iñaki Pla.
Principal.
El impacto emocional para la madre y el hijo fue tremendo, pero era un buen augurio de unión y reconciliación.
Jorge Enrique Rodríguez.
3 de febrero 2014.