Los primeros días de verano, el ambiente en las calles de una de las ciudades más pobladas del planeta, se nota muy concurrida, son las seis de la tarde, coincidiendo con las salidas de los empleados de oficinas del rumbo; gente que camina de prisa, otros van a los establecimientos, se ven parejas que se dirigen a algún restaurante para tomarse un café o simplemente a desaburrirse de las largas ocho horas de jornada laboral, ¿Será?; bueno cada quién tiene sus motivos.
Caminé hacia el oriente rumbo a la plaza de la constitución, llegando a la esquina, continué mi andar mirando los aparadores de las joyerías, cual sería mi sorpresa, vi un anillo con un diamante solitario justo lo que pensaba para pedir la mano de mi novia.
Entré y pedí me mostraran la prenda, quedé encantado y mientras me entregaban el certificado de autenticidad y la factura correspondiente, pasaba por la puerta del comercio un hombre inclinado, cargando una enorme joroba; se encontraron nuestras miradas y él me hizo una seña sobre su estómago pidiéndome algo, entendí que deseaba ingerir algún alimento, conteste la seña mostrando que me aguantara un momento; una vez que me entregaron mi tarjeta, la factura y me indicaran que el paquete me lo entregarían al día siguiente en el hotel donde estaba hospedado; fui con el desconocido.
Al llegar frente a la persona que vi junto a la primera puerta de la joyería, me sorprendí al notar que su ropa está limpia, aparentemente bien planchada; su espalda cubierta por una chamarra negra, hablaba perfectamente sin ningún acento que denotara barrio alguno; nuestra conversación se inició de la siguiente manera:
– ¡Hola! Te invito a comer, creo que eso me decías; vamos al restaurante que está ahí enfrente.
– ¡Cómo es que me invitas a comer si no me conoces!
– ¿No has oído decir que los ojos son el espejo del alma?
– También dicen que el demonio se esconde en el corazón del ser humano.
El aspecto de este hombre no denotaba que fuera un vago malviviente, sino todo lo contrario, ropa limpia, pero no planchada; se notaba el aroma de alguna loción barata, zapatos no nuevos, bien boleados; en términos generales un individuo pulcro; su forma de hablar como cualquier joven universitario de buena familia. En ese momento llegamos al sitio en donde vamos a comer, entrando le señalé una mesa que daba a una gran ventana.
– ¿No le da pena que lo vean conmigo?
– ¿Por qué tendría? Somos dos seres humanos iguales, uno con problemas de salud y su amigo, ¿No cree?
– ¿Somos amigos?
– ¡Claro! A propósito, ¿Cómo te llamas?
– Miguel de la Vega Rubio, tengo veinte años cumplidos.
– Tienes una relación familiar con el embajador de México en Shanghái?
– Sí y no, por desgracia.
– Veamos, no te entiendo.
– Bueno quieres que te cuente mi vida y no sé ni cómo te llamas, no eres parejo.
– Jaime de la Vega Yutang Li, mi padre es Antonio de la Vega Rubio, el embajador de México en Shanghái.
– Eso quiere decir que somos medios hermanos.
– Parece que sí. (En ese momento llega el mesero con las viandas).
– ¿Filete de robalo en salsa de perejil? Jaime señala a Miguel.
– Señor su pato al orange.
– Gracias que amable.
– Entonces, ¿Qué piensas Miguel Ángel?
– Mira Jaime, si yo acepto que somos hermanos, me vería un tanto aprovechado o ambicioso; piénsalo tú yo no.
– Me agrada tu manera de pensar, por tu forma de expresarte se nota que has tomado muy en serio tus estudios, qué bueno. Para tu satisfacción te propongo que nos hagamos una prueba de ADN, ¿Qué te parece?
– ¿Y si sale positiva, qué?
– Felicitarnos por ser hermanos y si no, de todos modos te voy a ayudar en todo; te llevo con los mejores especialistas en México o a cualquier parte del mundo para que los médicos te resuelvan tu problema.
– Es demasiado como para prometerle a un desconocido.
– En nuestra familia nadie deja de cumplir sus promesas; cuéntame ¿El problema es congénito?
– No, fue un accidente increíble, mi madre y yo estábamos de visita con una amiga, al despedirnos mi mamá se paró muy cerca del primer escalón; al dar un paso resbaló y casi se va de bruces hacia abajo; a mi corta edad lo único que se me ocurrió fue empujarla para adentro y me ganó su peso y quien cayó fui yo, de espaldas hacia abajo golpeándome con la orilla del escalón y rodé hacia abajo; me contaron después que mi mami se desmayó, confirmando que fue un paro cardiaco, nunca la volví a ver.
– ¡Qué tragedia! Cuanto lo siento hermano.
– Gracias, no te preocupes, eso fue hace muchos años, ni siquiera supe donde la sepultaron; solo me entregaron una carpeta con mis papeles de registro y bautismo, con un sobre cerrado dirigido a mi padre, sin embargo fue regresado por el correo con un sello de “Se ausentó del país”; aún estaba cerrado; desconozco su contenido.
– ¿Qué fue de ti después?
– Solo recuerdo a partir de los cincos años, me daba cuenta que los compañeritos de mi edad y los más pequeños se iban con parejas que se les decía que serían sus papás; una de las cuidadoras me encontró llorando en el baño; ahí nació mi único afecto, fue mi cuidadora, mi mamá prestada, mi consejera, en fin todo; fue quien con palabras dulces y adecuadas a mi edad quien me señaló la diferencias entre niños que adoptan y yo; me hizo ver que el motivo era la “Cifosis vertebral”.
– Qué bueno resultó esa compañía, ¿Cómo se llama esa persona?
– Le decíamos “Mamá Tina”, ya murió por eso me escapé.
– ¿Qué pasó después?
– Recuerdo que era domingo, tomé el camino hacia el parque frente al palacio municipal, cerca de la fuente central estaba un payasito divirtiendo a los pasantes, al escuchar sus gracejadas me acerqué al grupo de niños y escuché que dijo: “Nos llegó la buena suerte” escuchándose una carcajada generalizada, lo entendí mucho tiempo después.
No sé cuánto tiempo estuve ahí, hasta que el payasuto me despertó y me dijo:
– ¡Jorobita, jorobita!, despierta ya se terminó la función, ¿Dónde vives, ya comiste? yo le contesté:
– No tengo casa ni padres, ni he comido en todo el día; el continuó.
– Ora si ya la… ni modo por lo pronto te invito aunque sea por hoy, ¿Vale?
– Órale acepto gracias, ¿Cómo te llamas?
– Rigo, de apodo “Centavito” ¿Y tú?
– En el asilo me decían “Dito”, por no decirme “Jorobadito”; nunca nadie me llamó de otro modo hasta que Rigo me inscribió en la escuela con los papeles que me entregaron cuando el accidente de mi mamá, que no sabía que decían. Ahí fue cuando supe mi nombre real Miguel Ángel de la Vega Rubio, nombre que he utilizado desde entonces.
– Qué buena idea la de Rigo, ¿Qué fue de él?
– Está en un penal de alta seguridad en Almoloya; le comprobaron que era de una banda de narcos, tenía una bodega en donde surtían drogas para controlar el narcomenudeo en las dieciséis delegaciones del DF y en el Estado de México.
– ¿No te dañaron a ti?
– No te imaginas, me tuvieron casi un mes en el hospital de la PGR haciéndome muchos análisis, tres biopsias, ultrasonidos, resonancias magnéticas, ADN; según que porque Rigo les había dicho que él era mi padre, ¿Tú crees? Me llevaron a un albergue de la PGR, pero el sustento tenía que buscarlo por mi cuenta y en eso ando; el problema es que no me dan trabajo por mi aspecto físico claro y por eso pido ayuda pública.
– Eso se acabó, de hoy en adelante no te va a falta nada, además vamos a iniciar tu total rehabilitación, te lo firma un de la Vega.
Fue tan fuerte la atracción espiritual de ambos, que era obvio el hacer algún tipo de análisis; la conversación se alargó tanto, hasta que se dieron cuenta que encendían las luces del restaurante; acordando como primer paso llevar a Miguel Ángel a un hotel, comprar ropa y abrirle una cuenta bancaria para que ya no tuviera carencias de ninguna clase y pudiera seguir estudiando; además y muy importante su atención médica no será olvidada.
Una vez instalado en un hotel de excelencia, Miguel Ángel se dedicó a sus actividades normales en la universidad, ya no tenía la preocupación de buscarse el sustento; tenía crédito abierto por su hermano Jaime y el respaldo de Importaciones de la Vega Ltd. México.
El primer día de su nueva vida fue muy notado por sus compañeros muy crueles por cierto.
– ¿A quién asaltaste Dito?
– Valla que tienes suerte, pásame algo. (Pasándole la mano el muy zángano por el promontorio hasta tocarle el trasero).
Miguel Ángel le respondió:
– Es la primera y última vez que lo haces, (Haciendo una kata y propinándole tal golpe en el hombro acompañado de un grito característico de karate que éste cayó desmayado al suelo).
– ¿Alguien más?, añadió Miguel Ángel.
– ¿Qué le pasa a este naco?
– Te dijimos que no te mandes con él, ¿Has visto que auto lo trae y con chofer? (Comenta un alumno).
– Tenemos la sospecha que es hijo del ministro de la Vega, mejor ni le muevas. (Comenta otro compañero).
– Ya sabíamos que era karateca a pesar de la cifosis, fue campeón en la preparatoria en la olimpiada paraolímpica. (Uno más comenta).
– Chale, ¿Por qué no nos avisas guey? (Concluye el primero).
Siguieron pasando los días y las actividades del estudiante se dieron con regularidad, los alimentos los tomaba en el restaurante del hotel, inclusive tenía servicio de lavandería; en una ocasión se le ocurrió pedir el registro de su cuenta, pero cuál fue su sorpresa cuando le dijeron:
– Descuide joven de la Vega, su crédito no tiene límite incluyendo efectivo si lo requiere.
– Muchas gracias por todo, me voy a mi habitación, mañana tengo un examen complicado.
– Si lo desea, le podemos enviar la cena a su suite.
– Muy agradecido, si me hace el favor.
A partir de ese día la vida de Miguel Ángel cambió radicalmente, no volvió a sufrir burlas y la estimación de los catedráticos fue en aumento. Llegó el anhelado día de la presentación de su examen profesional; el recinto lucía lleno, la mayoría estudiantes, nunca sabremos si compañerismo, morbosidad o que sentimiento los llevó al auditorio; el sinodal licenciado Contreras tomó la palabra.
– Iniciaremos este trámite que tal parece nos va a llenar de buena suerte al examinar a este personaje de fantasía… (Se escucha una voz que interrumpe).
– Disculpe licenciado contreras, le recordamos que se lleva a cabo un examen profesional, no un análisis de persona alguna, menos aun cuando no se tiene la calidad moral para el caso; dígame usted ¿Dónde tiene recluido a su hijo que también padece de cifosis vertebral y no ha hecho usted nada por él?; esperamos su respuesta. (Con el rostro descompuesto y los ojos rasados en lágrimas deja su asiento, da la espalda y se retira; sacando de la bolsa del pantalón un pañuelo secándose las gruesas lágrimas que se deslizan por sus mejillas).
El licenciado Jiménez Cruz, presidente de la mesa calificadora trata de acallar el murmullo en la sala causado por la interrupción ocasionada.
– Atención colegas, les suplico guardemos silencio para proseguir con nuestro cometido, muchas gracias.
La imagen del futuro profesionista fue creciendo en tanto pasaba el contenido del examen; casi cuatro horas duró la constante formulación de preguntas, una tras otra y siempre de temas diferentes no consecutivos. Miguel Ángel de la Vega Rubio, erguido hasta donde le permitía su cifosis, se veía tranquilo y muy seguro de sus respuestas; los señores sinodales se veían uno a otro con expresión de asombro y aceptación, al dar su falló lo expresó el señor rector.
– Nos es muy grato mencionar lo siguiente: “En toda la historia de este recinto universitario no se había presentado un caso como el presente, tenemos el orgullo de otorgarle el título de licenciado en derecho, con mención honorífica y reconocimiento de excelencia por haber obtenido la calificación máxima debido a que su asertividad fue perfecta, por lo tanto hacemos entrega de la documentación correspondiente; nos sentiremos honrados si acepta la plaza de catedrático en derecho civil en nuestra digna institución; ¡Felicidades! (Se escucharon aplausos generalizados, grupos de vivas, gritos de “Bienvenido profesor”).
Habla el recién graduado:
– Agradezco a mi “Alma Mater” que me recibió si limitaciones conociendo mi condición; a mis profesores, condiscípulos, amigos y compañeros; en especial a mi hermano que sin haber vivido en la casa paterna, me dio todo el apoyo económico que fue necesario. En cuanto al ofrecimiento, acepto si tienen la paciencia de esperarme cuando regrese, debido a que seré operado de la cifosis que padezco y me han asegurado que será posible corregir.
– Será bienvenido licenciado de la Vega Rubio, mucho éxito en su cirugía.
En la universidad pasaban las actividades sin casos especiales que cambiaran la rutina estudiantil, hasta que sucedió algo que cimbró el Alma Mater; la muerte del señor rector Don Aldo Rossi Velardi; una semana antes del inicio de clases, se citó a los jóvenes inscritos en los cursos que se iniciarían en ese semestre, desde luego que acompañados de sus padres.
Completamente lleno el auditorio con los alumnos de semestres anteriores, de nuevo ingreso, madres y padres de familia; el murmullo de decenas de conversaciones llevadas a efecto al mismo tiempo; a la hora anunciada el rector interino licenciado Zamudio, tomó el micrófono diciendo:
– Buenos días, (De inmediato se hizo un silencio absoluto).
– Muy buenos días, sean bienvenidos los alumnos de nuevo ingreso, madres y padres de familia, señores catedráticos, hijos de esta Alma Mater.
– El tema que nos ha reunido esta mañana es informarles de la muerte de nuestro rector Don Aldo; por lo tanto, también presentar a todo el cuerpo académico; alumnos, docentes, madres y padres de familia, al nuevo rector de la universidad designado por nuestro querido Don Aldo.
En ese momento se acerca a la mesa un personaje erguido, vestido a la última moda inglesa, de estatura arriba de 1.85 metros, corte de pelo regularmente blondo, apoyándose en un bastón “Lucite” en la empuñadura lucía un búho de plata maciza, mostraba una cojera ligera, el rector interino toma la palabra nuevamente:
– Tengo la enorme satisfacción y honor en presentarles al nuevo rector emanado de nuestras aulas: El licenciado Miguel Ángel de la Vega Rubio a quien entrego el micrófono.
Se acerca al centro del ambón, visiblemente emocionado, toma el aparato ofrecido y solo haciendo una ligera inclinación de cabeza dice:
– En estos casos se acostumbra dar las gracias, pero no les puedo dar las gracias que ustedes me han dado; las gracias de la compañía de mis amigos, las gracias de los consejos que recibí, las gracias por su aceptación tal como yo era, las gracias por las enseñanzas de mis maestros, las gracias que me dio Don Aldo al animarme e introducirme a donde hoy me encuentro, las gracias por todo ese alud de cariño y comprensión; ¿Cómo puedo yo dárselas? No amigos no, con ellas yo me quedo; lo que sí puedo hacer, es ofrecerles mis brazos abiertos y decirles que vivirán por siempre en mi corazón; no he olvidado a mi amado hermano Antonio de la Vega, porque a él lo llevo en la sangre y recorrerá mi vida por toda la eternidad; hasta siempre queridos colegas.
Se escuchó un enorme alarido aumentando porque en los campos deportivos de la unidad universitaria se habían colocado altavoces, concentrándose en las salidas del auditorio; en la puerta principal colocaron una manta que decía:
“Miguel te amamos como maestro y amigo”
Jorge Enrique Rodríguez.
19 de agosto de 2014.