Una tarde cerca de las diecinueve horas, caminaba casi se deslizaba una mujer con un atuendo poco común en ese barrio, parecía una mesera de algún restaurant o mucama de alguna casa rica, llevaba en los brazos un pequeño bulto envuelto en una especie de cobijita de fino aspecto, muy fino, con ella cobijaba un pequeño bebé, entre finos pañales y otra cobijita delgada. El bebé está profundamente dormido, solo se le veía su carita. Con el chupón que tenía en su boquita. Dejó el bebé en el quicio de la puerta de una casa de cuna, con un sobre abierto y otro sobre más pequeño dirigido al bebé: “Entregar a la mayoría de edad” adjuntando una nota “No me juzguen mal, trato de salvarle la vida al bebito. Perdón”. Firma: Alma. Llamó mucho la atención que en los brazos a la altura de la clavícula, el niño tenía dos pequeños lunares en forma de gota, uno en cada brazo. Para las novicias fue una nueva bendición, para la madre superiora no, era una preocupación, una boca más que alimentar y con lo precario de su situación económica; pero al fin “Sea por Dios y que venga más”. Los años iban desgranándose y así pasaban los acontecimientos.

Las actividades del santo recinto siguieron su rutina, oraciones, obras pías, clases de catecismo, preparaciones a las primeras comuniones, era una pléyade de niños alegres, juguetones, en las tardes llegaban los papás de todos ellos, excepto de uno, Moisés, “Moshe” como le decían de cariño, generalmente es muy callado; pero ese día se le ocurre preguntarle a una de las novicias de reciente ingreso:

– Madre ¿Por qué nunca vienen mis papis?

– Es que tienen mucho trabajo.

– ¿Tanto que ya no se acuerdan de mí?

– Ya vámonos Moshe, es hora de la merienda,

– ¿Por qué cuando pregunto por ellos, nadie me quiere decir nada?

– Porque no tienes edad para saber ciertas cosas.

– Le voy a preguntar al padre obispo, él me dijo que mentir es un pecado.

Ni tardo ni perezoso, a la primera ocasión que tuvo le hizo su pregunta al señor obispo:

– ¿Por qué no vienen mis papás? Le soltó la pregunta sin más ni más.

– Mira mi pequeño, no vienen porque están muy ocupados en el cielo con las estrellas y están cuidando a quien te trajo. Cuando tú juegas te vigilan. Te trajo “Pegasus” un bellísimo corcel llamado así. Como tus papás ya tenían que irse, pues se fueron; pero prometieron volver de vez en cuando para ver cómo te portabas y tengo que decirles la verdad, que muy bien y que aprovechas tus clases con toda responsabilidad.

– ¿Por qué no me dicen la verdad? ¿Ya murieron, o no?

– Pues… sí; pero ¿Quién te dijo?

– Nadie, sólo lo soñé.

– ¿Señor obispo, quien protege a los pobres cuando los llevan a la cárcel?

– ¿Por qué me preguntas eso?

– El papá de Pedrito de la tienda, está en la cárcel desde hace un año, nadie lo ha defendido.

– Los abogados; pero cobran mucho.

– Señor obispo de grande ya sé lo que voy a ser abogado de los pobres.

– Dios bendiga tus buenas intenciones.

Con el paso del tiempo y la necesidad de inscribir a Moisés en un colegio, se tramitó que su nombre quedará como Moisés Ávila Savio, en memoria de Santo Domingo Savio, protector de los niños y adolescentes, Ávila por la suposición del que era su padre.

Desde la pre-primaria Moshe, demostró ser un niño alegre, juguetón, estudioso, pero eso sí, muy respetuoso con sus maestros, trabajadorcito con sus labores de la escuela y cooperaba con sus compañeros, nunca tomó un lápiz para hacer la tarea de otro, les enseñaba como hacerlo y se ganó la amistad de sus compañeros, menos de un grupito de cuatro de ellos, que le hacían diabluras cada que se les antojaba, por sus lunares en los brazos le decían “El Pinto”, le llegaron a robar útiles, una vez su almuerzo, le llegaron a golpear la espalda con una mochila, ese día el maestro se dio cuenta y castigó al agresor, esto aumentó la cólera que le tenían.

Dos días después el jefecillo de la cuarteta, provocó nuevamente a Moshe y lastimándole con una mochila en la espalda, la sorpresa fue tremenda y la respuesta no se dejó esperar, voltea Moshe y le planta un puñetazo con una fuerza fuera de capacidad de su cuerpo, fue un golpe tal entre el ojo, la nariz y la boca, que el agresor cayó como regla y perdió el sentido. Pepe no despertaba y Moshe se espantó, fue a buscar al maestro y le conto el hecho, el maestro, se ríe y le dice:

– ¡Vaya! Hasta que hubo alguien que pusiera en su lugar al tal Pepito, es una lacra. No te preocupes Moshe, no te voy a castigar.

– Maestro, maestro, ahí viene Pepe llorando y le sangra la boca y la nariz.

– Moshe me pegó con una piedra, maestro.

– No mientas, llévenlo a la enfermería, ahí está el señor Prefecto y cuéntenle la verdad, que yo ya lo supe.

Cuando una enfermera curaba a Pepe, le decía al niño:

– Parece patada de caballo y Moshe no tiene esa fuerza y ninguna señal en los nudillos, eres un mentiroso, te caíste de boca, mentiroso queriendo echar la culpa a tu compañerito. Dile a tu mamá que te lleve al dentista.

Al día siguiente, Moshe llegó temprano a la escuela, quería terminar un trabajo que dejó pendiente el día anterior. Como a los cinco minutos llegó Pepe con lentes obscuros y un parche en parte del cachete, se hizo acompañar por su pandilla, eran como siete con él, gritando:

– Hijo de tu #”¿?$%*, me la vas a pagar, te vamos a dar en toda tu jefa. En forma muy agresiva venía toda la escuinclada.

En ese instante Moshe se enfrentó a la turba y abrió los brazos, sus dos lunares y todo su cuerpo empezó a transformarse, su cara crecía, su boca se convirtió en un par de belfos, su cuerpo crecía, sus piernas se alargaron en cosa de unos instantes surgió un precioso “Pegaso Blanco”, relinchando con agresión; los chamacos quedaron como petrificados, varios de ellos cayeron de espalda. El profesor que había observado la escena, se quedó petrificado, soltando todo lo que traía en las manos, solo alcanzó a decir:

– Dios Mío, lo veo y no lo creo.

Los perseguidores se quedaron atónitos, con la boca abierta, dos que tres babeando y otro limpiándose los mocos con la manga del suéter.

Pegasus, voló hasta perderse entre los brillantes rayos del Astro Rey, esa noche brilló como nunca la constelación “Pegasus”.

Jorge Enrique Rodríguez.

26 de diciembre de 2011.

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