En los primeros días de primavera, en lo más alto de las colinas, en los cuales, los primeros pastos son más jugosos, y abundantes estaba Juancho tocando con una flauta de carrizo, regalo de su abuelo Tino ya fallecido, una bella tonadilla improvisada y si tomamos en cuenta su corta edad, diríamos que es bellísima. Sus ovejas más parecerían que eran los asistentes a una culta sala de conciertos, escuchaban apenas interrumpiendo con pequeños balidos y alegres trinos de las bandadas de pajarillos que pasaban una y otra vez, como envidiando a los anteriores, los siguientes también aplaudían al batir de sus alas.
El padre de Juancho, hombre recio, alto e ignorante. Valentón y dicharachero; era el carpintero del pueblo. Don Trino, quien no se había preocupado mucho por mandar a Juancho a la escuela, dedicándose nada más a realizar en su carpintería todo lo que le encargaban: bateas, yuntas, barzones, mangos para guadañas, brazos de hachas, en fía cualquier cosa que le pedían sus vecinos y de los pueblos cercanos.
Con el vaivén del viento de primavera que sentía en el rostro, Juancho soñaba. ¿Qué hay más allá de las lomas? Allá donde nace el sol, o al otro lado donde duerme la luna. “Cuando mi Tata me deje, decía Juancho, voy a caminar por los cerros y las lomas para saber que hay hasta allá”. Protestaban con balidos sus ovejas, pues al hablar consigo mismo, dejaba de tocar su flauta.
Su prima Cholita, una preciosa niña de dos años menor que él, de ojos grandes color almendra, y una gruesa trenza de brillante cabello negro como el azabache. Cholita le llevaba el almuerzo, momento que él aprovechaba para contarle todo lo que él soñaba.
– Fíjate Cholita, que quisiera saber volar como los pájaros y moverme como el viento sin que nada me estorbe, quiero saber que hay hasta donde se mete el sol y donde se va la luna cuando el sol la deslumbra. Mi apá dice que mi amá se fue, pero yo creo que solo se escondió por ahí pa´estarme cuidando.
Cholita marcando sus preciosos hoyuelos en las mejillas, sonreía y exclamaba:
– Pues sí tu apá lo dijo entonces es verdad, al terminar el almuerzo, que le había preparado la mamá de Cholita, tía de Juancho, que había consistido en algunas quesadillas de flor de calabaza y otras de queso, del que vende Don Remigio y un guaje de fresca agua de limón. La niña invariablemente le pedía: “Juancho tócame una canción”. Sin mediar palabras Juancho volvía a improvisar, pues él nunca había estudiado música, ni sabía tocar por nota. Solo eran armonías de su corazón. Los dos niños eran muy felices.
Al retirarse la niña, Juancho volvía a quedarse solo con sus ovejas y su pequeña flauta, entonando una tonadilla inédita, preciosa, algún grupo de notas se repetía; pero con un ritmo y sentimientos diferentes; era increíble, se superaba día a día.
Cuando el sol empezaba a declinar y el manto celeste se sonrosaba, Juancho tocaba una especie de alerta para sus ovejas y todas como si fueran soldados, disciplinados y obedientes, se ponían de pie y seguían a su comandante encaminándose a sus corrales. Juancho, antes de irse a dormir, tomaba un té de hojas que le daba su tía, con uno o dos tacos de sal. Salía a la orilla del camino y se sentaba, tocando su inseparable flauta, tocaba y soñaba; soñaba y tocaba.
Pronto sentía los párpados pesados y se iba a dormir, se recogía en un rincón del corral, donde guardaban herramienta y bajo el pequeño techado se tapaba con la pobre y gastada cobija que su amá usaba la noche de su partida.
Al día siguiente, al rayar el sol, lo primero que se escuchaba, al unísono con los trinos de las aves era la flauta de Juancho, alborotando a sus ovejitas, las que alegres con largos y sonoros balidos se van encaminando a la salida de su pequeño ranchito, y al cabo de dos horas más o menos estaban llegando a la cima de la loma; era su lugar favorito, frescos pastos y una vista maravillosa de toda la campiña.
Las nubes tan blancas, tan bellas y ceremoniosas, pasando como un desfile de personajes que son admirados por los habitantes de esa planicie, Juancho deja fugar su imaginación y mira de repente un ave enorme que despliega sus alas convirtiéndose en un pez espada con larga nariz, ahora un carnero, después un rostro hermoso, el cual lo vuelve a la realidad y mira que era Chonita que le trae el almuerzo.
En ese momento, ambos quedan con la boca abierta. Ven en el fondo del celeste panorama una enorme mariposa de colores mezclados en forma por demás maravillosa, no había forma de comentar algo, estaban atónitos.
– ¿Qué es esto? Preguntó Juancho, Chonita con admiración e inocencia contestó:
– Es la reina de las mariposas.
Se dieron cuenta los dos niños que su mariposa no batía las alas y miraban interrogándose ambos, Cholita otra vez se fijó y le dijo a su primito:
– Juancho mira, tiene un cordón que va hasta allá, le responde presuroso:
– ¡Vamos a ver!
Y salen corriendo entre pastos y matorrales, árboles a medio caer, otros derechos y frondosos, lomitas, hondonadas. Cholita se tropieza y cae, derrama el almuerzo de Juancho, hoy era caldo de gallina, atole con unos tamalitos. Alarmado se regresa y le ayuda a recoger lo que se pudo, las cazuelitas se rompieron y el jarrito también, las servilletas se mancharon y la niña lloró:
– Mi amá me va a cueriar.
– No te preocupes yo le voy a decir que voy a trabajar para mercarle otros trastos nuevos.
Llegaron al sitio donde terminaba el cordel que bajaba del papalote, sólo que no lo había elevado nadie, estaba solo, sostenido ahí, como esperando al que debía elevarlo.
Intrigados los niños. Se preguntaban:
– ¿Qué será Chonita?
– No sé Juancho, si no estuviera tan bonita, diría que es del Pingo, por lo visto esto puede volar, ¿Te fijas?
Cómo me gustaría, dice Juancho, que me lo amarraras a la cintura y me fuera volando con eso hasta el otro lado de las colinas y llegar hasta donde se duerme la luna y saber que hay en esos lugares. También me gustaría que volara tan alto, pero tan alto; me llevara hasta donde se fue mi amá, para darle un besito.
En ese momento, el papalote hizo un movimiento y giró destrabándose, el cordel fue a posarse en la muñeca de Juancho, misteriosamente enredándose en ella. Los niños escucharon una voz muy dulce y cariñosa que le dice:
– ¡Anda, levanta el brazo y acompáñame!
Juancho es levantado sobre el suelo y el papalote se eleva y lo lleva consigo rumbo al poniente donde la luna duerme y espera que el sol aparezca.
Chonita queda en un estado de incredulidad y asombro con los ojos llenos de lágrimas y con leves sonidos que salían de su boca casi como una oración:
– Juancho, Juancho ¿A dónde vas?
En el pueblo, ahora centro turístico, vive una viejecita que vende dulces en la plaza principal, a veces se le juntan una bola de niños y niñas, que les encanta oír las historias que cuenta la abuelita Chonita: sobre todo, la de “El Papalote”, que narra con lágrimas en los ojos.
Jorge Enrique Rodríguez.
17 de mayo de 2005.