No he podido definir la forma de mirar de un anciano con quien encontré en la serranía de El Chico, en el Estado de Hidalgo, a primera vista dije que tenía la “vista perdida en el horizonte”; pero su sonrisa me decía otra cosa, pensé: …“Encontró en su pasado lo bueno que lo hacía vivir en el presente”
Al día siguiente, cuando salí del hotel para hacer un poco de ejercicio al aire libre, vi llegar una camioneta negra de cristales polarizados de la que descendió el anciano que conocí el día anterior, le ayudó a bajar un hombre corpulento, vestido con un traje y corbata negros, camisa blanca. Estaba como a quince metros frente a mí, me miró fijamente unos instantes, hizo una señal ligera con la cabeza, abandona el vehículo, acompañándolo hasta el sitio que es su refugio, al pie de los árboles y junto a una pequeña mesa y una hielera, la camioneta y se retira. Decidí investigar después.
Me restaban setenta y dos horas del plazo para entregar mi trabajo en la editorial. Tenía que tomar unas fotos para ilustrar el texto que terminé el día anterior.
Unos kilómetros antes de llegar a mi destino, me rebasó una camioneta igual a la del anciano, esta tampoco tenía placas, no podría decir que era la misma. Paré como a medio kilómetro del sitio en donde vi que ya estaban acomodando la camioneta anterior, como empezaba a obscurecer, la sombra de los almendros tomaban el trabajo de dar sombra a las mesas colocadas en el jardín, es maravilloso tomar alimentos en ese lugar. Jorge Enrique ocupaba la estancia número 13, en el momento que degustaba un apetitoso corte americano, fue interrumpido por dos tipos, uno barría con la vista todo el lugar, el otro, con voz autoritaria se dirigió al escritor:
– Dice mi jefe que vaya a su mesa.
– ¿Quién es su jefe?
– De inmediato.
– No conozco a su jefe.
– ¡Dije que ahora! (lo toma de un brazo y lo jalonea).
– Te lo ganaste gorilita de circo. (Cuatro katas y los gigantes están en el suelo).
Antes de quince minutos, todavía no terminaba de cenar el escritor, vio venir a su mesa a los gorilas caídos acompañados de un tercer individuo, algo más bajo de estatura, vestido con traje de casimir beige tornasol, zapatos de la misma tela y al llegar a la mesa le dice como agresivo:
– ¿Por qué te atreves a desobedecer mis órdenes? (El escritor lo ve fijamente).
– No tengo porque obedecer a cualquiera que no sé quién es, ni para que me necesita. (Los güarros se esponjan).
– ¡Quietos, quietos!, el asunto es tranquilo, por favor, hablemos.
El escritor trata de sentarse, el güarro lo evita, éste recibe un codazo en las costillas, lo toma de la muñeca, volviéndolo contra el otro que ya tenía una daga en la mano, salen los dos botados hacia atrás, escuchándose unas palmas emulando un aplauso…
– Quietos chicos, me gusta, me gusta…
– ¿Qué quieres?
– Que trabajes conmigo en Europa y Asia.
– No, ni loco.
– Piénsalo, no estar conmigo es ser mi enemigo. Vas a volver a verme.
– Antes de lo que imaginas, niño.
Al salir, un güarro empuja y trata de derribar al escritor, éste emite su voz de lucha y lanza una patada a la quijada y el guardia cae noqueado, el escritor les dice:
– Se les olvidó que soy cinta negra, lástima… (Con una mueca de sonrisa).
– ¿Qué tienes que ver con mi padre? (pregunta el “junior”).
– ¿Tu padre? No lo conozco. Si no tienes inconveniente, yo si trabajo…
– A mí nadie me deja hablando solo… (En ese momento pasa una patrulla y el escritor pide ayuda…).
– ¡Ayuda!… (La patrulla se detiene y bajan tres uniformados, los cuatro facinerosos suben a sus autos y se van tallando las llantas en el pavimento).
– ¿Todo bien Señor? (Voz del comandante de patrullas).
– Todo bien, gracias comandante.
Al recibir el auto, para salir del estacionamiento de inmediato, tomó el camino hacia el lugar donde había quedado de verse con el anciano, de inmediato se dio cuenta que lo seguía una camioneta como las del restaurante. Al llegar al punto de reunión, no se bajó del auto y optó por esperar unos minutos. El auto del cazador se emparejó y sin bajarse el chofer le grita:
– ¿Quieres verlo? ¡Sígueme!
– ¿Tú en que orquesta tocas?
– Calma paisano, soy mexicano como tú; soy de los buenos. Si quieres hablar con Don Rómulo, primero tienes que hablar con Vittorio, si no, plomo seguro.
Una vez que Jorge estuvo frente a Vittorio, éste lo miraba como si viera a un bicho raro, Jorge pregunta con voz plena de mando:
– ¿De qué se trata? ¿Para qué me tienen aquí?
– Las preguntas las hago yo. (Según Vittorio).
– ¿Con autorización de quién? Para mi tú no eres nadie.
– ¡Ciro!
– ¿Qué, no puedes tu solo? (Adopta kata de defensa).
– ¡Eureka! Muchacho, hasta que encontré lo que buscaba. (Se escuchó la voz de Don Rómulo). Ven Jorge, tú y yo tenemos una plática pendiente.
Don Rómulo pasa su brazo izquierdo sobre los hombros de Jorge, detalle muy raro para Ciro, que venía detrás de ellos, portando una metralleta bajo el brazo. Llegando al sitio en donde se habían visto Jorge y Don Rómulo, éste le indica a Ciro:
– Vienes por nosotros a la hora de costumbre; revisa por qué no está cubierto el punto “5“, me reportas de inmediato.
– Siéntate Jorgito, no sé cómo llamar al rechazo del ofrecimiento de dinero a manos llenas, mujeres, inmuebles. El paso a un mundo nuevo y lo rechazas, no te entiendo.
– Tampoco lo entiendo yo, ¿Usted por qué lo hace? ¿Dónde está aquel anciano, enemigo de la mentira, amador del detalle bello del pasado, admirador de los horizontes hermosos, amaneceres y ocasos maravillosos que nos llevan a vivir a plena luz de la luna llena la penumbra de los odios y traiciones, para convertirlos en bellos ramilletes de bondades? ¿Dónde está? ¿Eh? ¿En dónde…?
Don Bruno Ricci Talentti, visiblemente emocionado, camino más o menos en círculos de cinco a seis metros, con las manos sujetas una con la otra sobre la parte trasera de su cuerpo, se detuvo y casi le grita:
– ¡Siéntate…y analiza…! No te permito interrupciones:
– Tengo ochenta y cinco años, llevo ochenta y dos cargando a mis muertos, quienes fueron asesinados en mi presencia, mis padres, cinco hermanos y cuatro hermanas. Al caer mi madre, me desmayé, me dieron por muerto, a mi padre lo obligaron a verlos morir uno por uno; fue horrible, a mi padre se le fue la vida por el agujero de una bala. Tardé tres años en recuperar el habla; pero como candidato a un orfanato que para mí fue la Universidad del Hampa.
– ¿Cómo estudiaba? si usted…
– Te pedí silencio…
– Los estudios básicos fueron impartidos por la vieja Renata, una antigua empleada del Don.
– Ahí fue una doble actividad, graduación doble como abogado, “legalmente recibido como tal” y como jefe de un territorio determinado en Verona.
– Me absorbió el estilo de vida y la forma de ganarse a la gente por medio del terror y el chantaje.
– ¡Hey! No pongas esa cara. ¡Shhh!
Don Rómulo da la espalda a Jorge el escritor, disimuladamente seca con su finísimo pañuelo de lino blanco y con discreto movimiento, asea sus conductos nasales, siguiendo su narrativa:
– Valla, valla… te tocó ver el inicio de mi final.
– No se deje vencer, no es para tanto, no se ve usted tan mal. (Comenta Jorge).
– Ni te imaginas. Tengo cáncer en la sangre, además soy diabético. No tengo herederos, no quiero que la tribu lo sepa, ¿Te imaginas la que se armaría? Por eso te he escogido. Cuando te vi la primera vez que te conocí, pensé: ¡Este es mi salvación!
Previamente el Don, había mandado realizar una investigación muy minuciosa sobre el escritor, ¿Quién es realmente Jorge?, ¿Por qué pseudónimo? Estudios, familia, en fin exhaustiva, ¿Cuál será la razón?
– ¿A dónde quiere llegar? (Sorpresa del escritor).
– Déjame terminar. (Cambiando el tono de voz).
– Bien Don, adelante.
– Este es el plan. Vittorio y Ciro andan tras de la FAMILIA, yo quiero que la Familia Ricci desaparezca del mercado y tú serás mi “Sicario Universal”.
– ¿Queeé…? De ninguna manera. No… no… no…
– No vas a asesinar a nadie, no te pongas loco, escúchame. El Dr. Dante Sibelius tiene todo listo para ejecutar mi muerte asistida, en virtud de que los dolores son cada vez más agudos y estoy saturado de medicamentos, como no tengo descendientes familiares, me vas a ayudar a acabar con los Ricci.
Don Rómulo Ricci describe al joven Jorge E. todo su plan, dando hasta los detalles más pequeños. En dos meses sería la Convención de los Ricci, ya se sentían y comentaban todos los jefes de tribus haciéndoles temblar, se hacían grupos de posibles compinches, llenándose de promesas y repartiendo dinero con tal de armar grupos de intereses y golpeadores. Todo indicaba que habría una gran tormenta con resultados impredecibles.
Una semana antes de la fecha prevista para la convención, vieron partir a Don Rómulo acompañado de su grupo de guardias personales, extrañamente les acompañaba Jorge, el escritor, quienes los acompañaban a la aeronave, se cambiaron miradas interrogantes. ¿Bueno y éste qué?
Al arribar al estado de Chihuahua, descendieron de la aeronave para abordar de inmediato un helicóptero. Cruzan la frontera rumbo a un edificio situado en el Pent House del edificio más alto de Terre Haute. Descienden todos y Don Rómulo da órdenes:
– ¡George come with me! And you my boy, waiting for us, and ¡Be Eagle!
Entraron al Pent House pasaron por dos arcos detectores de metales, ninguno de los dos fue retenido, pasando limpiamente, escuchando en el fondo:
– Bienvenidos señores, ésta es su casa, “Previa cita” (¿Advertencia?).
Con ese recibimiento tan cargado de agresión, con mortecinas luces que solo dejaban ver la silueta de un rostro, al fondo una voz cargada de mando y apoderamiento, y el cuerpo de un hombre alto, ancho de hombros, sin vacilación en sus ideas:
– Rómulo, entre tú y yo sale sobrando las presentaciones. Nos conocemos desde pequeños; pero hace años que no sé nada de ti. Así que dime ¿Cuál es tu asunto?, ¿Quién es este caballero?
– Es escritor Jorge Enrique Rodríguez.
– ¡No me digas que es dinastía Ricci!
– Es posible, lo he pensado y cada vez lo acepto más. Sabes bien que no tengo hijos y es parte de lo que te vengo a tratar.
Don Rómulo, recargando ligeramente su espalda en el sillón, se dirige a su interlocutor:
– Como tú sabes Aldo…
– No vuelvas a llamarme así…
– Disculpa, es que son idénticos. Bien te decía, como sabes no tengo hijos varones para designar sucesor y he decidido “ahogar” a la familia Ricci.
– ¡Ah sí!, ¿Cómo?, ¿Se puede saber?
– Ahí es donde entras tú. Te sedo todo mi territorio; pero en “blanco”, diez libretas de contactos, nóminas, ya sabrás, te vas a sorprender hasta dónde pude llegar.
Después de revisar doce registros y algunas exclamaciones de júbilo Don Aldo dice:
– ¿A cambio de qué?
– Inmunidad total para mi heredero Lic. Jorge E. Ricci, así va a ser su nombre a partir de la firma de nuestro convenio.
El Don Aldo, sin salir de su área obscura, se lleva un puño a la frente y exclama, ya sin el simulador de voz:
– ¡Santa Madonna!, ¿Qué vas a hacer Maestro?
– Tú lo has dicho, soy el Maestro. Mi vástago ya tiene instrucciones precisas, fechas, colegios, hospitales y toda clase de instituciones que van a ser beneficiadas. Nada ni nadie va a poder identificar el origen de los fondos.
Se pactó al estilo y costumbre de dos capos de tal calibre, “Con Sangre”.
Tres días antes de la fecha de la Convención “Ricci”, sorpresivamente llegó una ambulancia trasladando al señor Ricci, quien había sufrido un desmayo, ordenando su médico el traslado al hospital. Afortunadamente solo fue un desvanecimiento, tal vez por presiones por los preparativos de la convención. El nuevo miembro de la familia Ricci, ya ostentando el título de Licenciado en Letras Extranjeras, se encargaba de toda la operación del evento.
En vista de la precaria salud de Don Rómulo y el reciente reconocimiento de Jorge E. Ricci como único heredero. La presentación la hace un conocido animador de la TV Italiana, fue muy breve, enseguida tomó la palabra Don Rómulo:
– Estos dos últimos años han visto que me he desprendido mucho de las operaciones y he dejado a Vittorio y a Ciro en el área más cercana a mí y como ven a resultado, más o menos bien; ellos están aquí, no hablo a sus espaldas. Como saben no tengo hijos varones, los sectores quedan a cargo de cada quien, de su cuenta corren las economías, los grupos quedan “BLANCOS” Es decir, toda la operación lista para reiniciar al estilo de cada grupo, o si se aglutinan, la economía dependerá de cada grupo. Cada uno ha recibido una tarjeta con su nombre y una fecha, se deben entrevistar con el Lic. Ricci, quien les entregará un portafolio metálico con mis últimos mensajes. Le paso el micrófono al Lic. Ricci.
– Señores convencionistas, soy Jorge E. Ricci, he venido a…
– ¡Licenciado!, ¡Licenciado!, (Sale una voz, casi a gritos) ¡Los portafolios!…
– ¿Cuál es su nombre? Si no me vuelve a interrumpir se va a enterar; pero si lo hace, mis auxiliares lo acompañarán a la salida. ¡Trate de ser feliz! (Quedó un silencio sepulcral).
– Muchas gracias, ¡Prosigamos! Una vez ya de acuerdo, voy a estar a su disposición todas las tardes de 16:00 a 20:00 hrs. En el salón “Arco Iris” todo el tiempo que sea necesario, hasta que el último de ustedes satisfaga todas sus dudas. Todos los gastos serán por nuestra cuenta, “excepto alcohol”.
En las tarjetas entregadas a los miembros de la Familia está señalada el día y la hora de la entrega personal de lo señalado.
Ese día comieron juntos Don Rómulo y Jorge E. Ricci, recibiendo éste las últimas instrucciones sobre sus deseos. Una lista muy extensa de colegios y universidades, instituciones religiosas y una suma muy generosa para los Salesianos.
– Dime ahora querido hijo, si el pasado me hizo vivir, ¡Dímelo!
– No tengo respuesta, es una verdad “LAPIDARIA”.
Esa misma noche a las 22:00 hrs. parte el Maestro con ruta desconocida; pero con permiso de vuelo autorizado por la autoridad correspondiente.
La Mansión Ricci fuertemente vigilada, aún a disgusto del nuevo Don, se habilitó para realizar las entrevistas finales, las cuales se concluyeron en setenta días, por la cantidad de inconformidades y reclamos de inequidad; pero al fin el Don Ricci Jr. lograba satisfacer en paz y orden.
Una semana después de haber concluido con todas las indicaciones recibidas, está tomando el sol, acostado sobre un camastro playero pensaba:
– Don Rómulo, cumplí con lo prometido.
Jorge Enrique Rodríguez.
16 de noviembre de 2016.