Aproximadamente hace dos años, la perrita de una vecina tuvo varios cachorritos y le obsequió a Doña Silvia uno de esos vástagos, de raza schnauzer, pequeñito de color sal y pimienta con las puntas de la orejas gachas y pelambre negro en ese sitio, todos en la casa lo recibieron con gran alegría. La nueva dueña del perrito le puso el nombre de “Chipi-Chipi” que en la lengua prehispánica del altiplano quiere decir “Lluvia Ligera”, es un perrito encantador. Tiene algo muy particular, su ladrido, es tan agudo y muy delgado que parece que en vez de labrar aúlla, el ruido que hace es muy estridente. Cuando los muchachos grandulones juegan en la calle frente a la casa del Chipi se le sube la bilirrubina y ladra, ladra y ladra como diciéndoles:
– ¡Ya váyanse!, que no saben que molestan.
Sigue ladrando, hasta que los chicos se van, entrando a la casa y se para frente a alguien y moviendo la colita como si estuviera diciendo:
– Ya los corrí.
Algo parecido sucede cuando vamos a comer, anda tras de la persona que por costumbre le lleva su comidita y agua, va y viene moviendo apéndice trasero, casi a gruñidos leves:
– Escúchame, ¿Qué hoy no voy a comer?
– Ya Chipi, ahí tienes, ya deja de mover el rabo. Después de satisfacer su apetito, se echa cómodamente a los pies de la mesa del comedor.
Por las tardes, cuando se sientan cómodamente a ver los programas de la televisión El Chipi busca que alguien lo suba al sillón, poniendo sus patitas delanteras sobre el propio sillón y con la patita derecha la pasa sobre la mano o la pierna para llamar la atención, cuando no le hacemos caso, se aleja da unas vueltas a su alrededor echa una carrerita y se trepa al asiento, buscando luego recostarse en las piernas de cualquiera de nosotros, hasta que escucha el ruido de la puerta de la calle y salta volado ladrando, si es desconocido, brinco y moviendo su rabito si es alguien de la casa. Tiene una pelota que le lanzamos y él la va a recoger y vuelve corriendo a devolverla; pero no la suelta tan fácil, hasta que se la logramos sacar de entre sus dientes, si no, la deja sobre el piso y al intentar tomarla nos la gana, si la recogemos primero, la volvemos a lanzar y vuelta otra vez, así que se cansa el que juega con el Chipi. Tiene una especie de cordón grueso como de cincuenta centímetros, con varios nudos, como le encanta morderlo y que alguien se lo esté jalando, hace fuerzas jala, se patina en el suelo, gruñe y cuando logramos quitárselo, lo volvemos a lanzar y vuelta a lo mismo.
A pesar de todo esto, ladridos, carreritas, pelota y el timbre de la casa, no pierde el aspecto de su expresión, sus ojos se ven tristes. Tal vez presiente su problema, el Chipi está enfermo y es objeto de un tratamiento de por vida, lo estuvieron inyectando y medicinando porque tiene convulsiones y nos dieron el diagnóstico: Epilepsia y la disyuntiva era, medicamentos toda su vida o “dormirlo”; esto significa matarlo, nos dio lástima y mejor que lo medicarán. Después supimos que estos perritos son muy nerviosos, nos enteramos que buscaban una perrita blanca de la misma raza que el Chipi-Chipi, pedían que la devolvieran cuanto antes porque era epiléptica y necesitaba medicamentos. Como son animalitos casi de adorno, por su simpatía y tamaño, generalmente están dentro de las casas y no corren ni se desfogan de sus inquietudes de libertad, claro que su sistema nervioso hace crisis en cualquier momento. De raza ya son muy “serios” y su carita se ve siempre triste aunque sus ojos a pesar de verse así despiden una luz de inteligencia que nosotros los humanos no entendemos, y solo nos queda tomarlo entre nuestras manos y mirarlos fijamente y decirle:
– Te amo amiguito.
Jorge Enrique Rodríguez.
24 de enero de 2012.