Desde donde se pierde de vista el infinito aparece una pequeña luz, parece ser una estrella brillante y dinámica, ya que lanza destellos intermitentes muy rápidos y efímeros, cortos y largos, aparecen y se pierden en la oscuridad.

Aquella forma ígnea a una velocidad vertiginosa, se acerca cada vez más, creciendo y aumentando su brillantez, venía tomando forma humana pero no se veía algún rostro, solo la figura humana, cuando estuvo a unos cinco metros de nosotros y aún sin un rostro definido, solo la luz cegadora. Lo que sí vimos con toda claridad, que en sus brazos traía a un bebé.

Mudos de temor y al mismo tiempo, asombrados por la visión, no pudimos articular una sola palabra, la intensidad de la luz que rodea la figura, borra de nuestra vista las facciones del rostro. ¿Quién era? ¿De dónde viene? ¿Qué quiere?

Danzan blancas nubes formando caprichosas figuras, sobre un cielo azul como nunca se había visto jamás.

Empezamos a percibir sonidos sin una definición melódica, sino compases armónicos como si el viento de otoño se mezclara con los aromas primaverales y adornados con los cristales del invierno convertidos en maravillosos copos de nieve.

Este ambiente sirvió de marco a una voz dulce, melodiosa, como pequeñas campanillas de plata, impregnadas de todas éstas maravillas.

– “Este niño será la salvación de almas y es un regalo para ti y tu esposa”

– ¡Valente, despierta, ya se te hizo tarde! ¡Felicidades!

– ¡Mira te traje un regalo! ¿Recuerdas nuestro deseo?

– Ya me dio el doctor el resultado.

 – ¡Vamos a ser papás! ¿No te parece maravilloso?

Jorge Enrique Rodríguez.

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