Nos encontramos en un despacho elegantemente decorado con muebles de estilo clásico color caoba, con una pared totalmente convertida en biblioteca, a espalda del escritorio está un retrato de un hombre vestido de jaquet, con gesto adusto sin ser agresivo, con una placa dorada al pie en la que se leía: “Al benemérito ingeniero Ángel López Castillo, por su gran labor docente en la Universidad de Pickertown”.

En el despacho se encontraba el comandante Mancera de la policía y el sargento Alberto Rosales, quienes revisaban visualmente el cadáver del ingeniero Ignacio López, escuchándose la siguiente conversación:

– ¿Por qué esa mirada tan severa? ¿Acaso me culpa de esa muerte? Tú me viste llegar, diles tú me has visto entrar…

– Es inútil señor Salas, el retrato no le va a contestar. Esta usted detenido por el asesinato del ingeniero López, tiene derecho a un abogado, cualquier cosa que diga será tomada en su cargo.

Al abordar la patrulla, con el detenido a bordo, el comandante Mancera llama por celular a la ambulancia para que envíen al equipo de analistas para que busquen pruebas y puedan recoger el cadáver de la escena del crimen.

Dos agentes detectives detienen al señor Salas, un hombre de estatura media 1.71 metros, vendedor de sistemas de computación. Se presentó en el momento preciso de la comisión de un atentado y las apariencias lo muestran como posible culpable. Fueron designados cuatro agentes a las habitaciones y los cuartos de baño; Mancera se detuvo frente al cadáver y empezó a seguir con la vista lo que hacía el médico legista. Encontró un orificio de bala calibre 45 justo en el corazón y la camisa quemada por la pólvora, pero lo raro fue que no se escuchó detonación alguna, señal inequívoca de que se usó un silenciador, el vendedor no tenía señales de pólvora en las manos, pudo haber usado guantes de látex; solo que, ¿Dónde están? En la escena del crimen no fueron encontrados. En la mesita de la sala, había una pequeña charola con trocitos de jamón y queso blanco, algunos palillos usados y un porta palillos de cristal; pero lo extraño es que no está su laptop, él estaba trabajando según su mayordomo, quien lo había visto minutos antes de su muerte, según el médico legista.

Según la agenda que yacía sobre el escritorio a las 10:00 horas había recibido a un señor Smith, norteamericano y a las 11.00 horas recibiría al señor Salas, quien fue sorprendido con el cadáver y aún no podía desprenderse del interrogatorio.

El ingeniero Ignacio López, profesor, consultor y próspero comerciante en sistemas de cómputo, poseedor de una patente de sistemas educativos que en breve saldrían al mercado. Una empresa en Europa le quería comprar dicha patente, pero lo reusó, porque él quería comercializarlo en México.

En las aulas de la universidad, existía un grupúsculo que se dedican a soliviantar a los compañeros y “alguien” le pagó por espantar al ingeniero López; le pararon una huelga en la universidad con la condición de que “donara” el sistema o podría arrepentirse, desde luego el profesor no aceptó. Esa misma semana sufrió otras calamidades, le poncharon las cuatro llantas de su auto, el viernes le rompieron el parabrisas. Puso una queja en la rectoría al master August Gilbert de la universidad y no hubo respuesta, optó por la siguiente instancia y levantó un acta contra quien resultase responsable de los atentados y ese fue el acabose.

En una tienda de autoservicio, con todo el movimiento que causaba el constante anuncio de ofertas y el ruido constante ya tan repetido, que se hace inaudible, se escuchaba esta conversación a través de las góndolas:

– El profesor quiere saber, qué onda con aquello, Sol.

– Yo quiero hablar con él.

– Solo yo hablo con él jefe, si te parece, sino no hay salida.

– Lo de los cristales ya está, incluyendo los de su casa, las llantas también.

– Sí; pero no jala; te manda esto el profe, (Le entrega una pequeña caja envuelta en periódico), que ya sabes usarlo, tienes que traer el “sistema”, está en el cajón del medio de su escritorio. Si no entregas “eso” no hay paga, ¡Entendido!

– Así por la buena, ¡Pos güeno!

– Ni modo Solomillo, ya te cayó chamba.

– ¿Por qué a mí?

– Eres el consentido del jefe.

En la búsqueda de evidencias Mancera encontró un pedazo de toallita sanitaria con sangre, parecía haber estado envuelto un dedo herido o con una cortada, lo recogió con cuidado y envolvió cuidadosamente. Recogiendo también un vaso con restos de bebida alcohólica, pero con marcas de dos tipos de huellas digitales, una muy tenue y otra muy marcada, con señales muy delgadas de sangre. Se tomaron fotografías de las huellas que hay en el mobiliario y en el pasillo de entrada, igual que de la escalera y del cadáver, parecía que iba huyendo, las manchas de lodo que había en la alfombra; de igual manera al teléfono y las perillas de las puertas.

Antes de treinta y seis horas, el laboratorio de la policía empezó a despejar las incógnitas que iban apareciendo. Lo primero que resultó, fue que la pisada de lodo en el pasillo de la puerta del despacho pertenece a un tenis marca “Kiss” del número seis, de los que venden en pacas en los tianguis, con eso el comandante se da cuenta de algo sobre el perfil del sujeto. Se dirige al recinto universitario y al pasar por los jardines rumbo a la rectoría, escucha la siguiente conversación, se para a espaldas de un grupo de jóvenes reunidos que platican:

– Escucha Solomillo, ¿Cuándo va a haber billetiza?

– Cuando se vayan los gansos.

– Ya urge, el trabajo fue limpio.

– En cuanto el jefe suelte la marmaja.

Mancera se detiene a prudente distancia y fingía leer unos papeles, estaba de espaldas a los chavos escuchando.

– ¿Oye Solomillo, el jefe ya tostoneó el sistema?

– Si, pero no en México, está esperando la papeliza del gabacho.

Discretamente marcó en su celular y dio esta orden:

– Sargento Pérez, cuando salgan los chavos, siga a un chavo que le dicen Solomillo, tenis blancos “KISS”, playera y pants negro, pelo rubio, los datos de cajón, probable detención. (Mancera siguió su camino a la rectoría).

– Rector Gilbert, buenas tardes.

– Buenas tardes, señor comandante, ¿Qué novedades me tiene?

– ¿Conoce a este hombre? (Enseñándole una ficha policiaca).

– Sí lo conozco, es el ingeniero Richard Vega, profesor de matemáticas; pero veo que ahí tiene otro nombre; Peter Demsey. ¿Qué significa esto?

– Es el hombre que vendió el sistema a Match-Comp. Inc., en New York, en un millón de dólares, estamos por atrapar al autor material del homicidio.

De regreso a la central policiaca, de inmediato giro la orden de aprensión al autor material del asesinato, ordenando su captura de inmediato. El agente Mancera tiene una cita con el rector de la universidad mister Gilbert, al llegar a la oficina vieron él y el sargento Pérez la puerta entre abierta y escuchaban esta conversación:

– Si Solomillo ya tengo el dinero, deja que se acabe el incendio y nos emparejamos… no, no hay necesidad, no te manches. (Apagó su celular).

Mancera hizo una seña de silencio a Pérez y cuando termino de hablar, tocaron la puerta y solicitan pasar.

– Buenos días señor rector, ¿Podemos pasar?

– Claro, pasen ustedes, ¿Qué novedades me tienen?

– Por favor puede llamar al profesor Richard Vega, (En eso entran dos agentes más).

– ¿Qué pasa comandante? Dice Richard Vega entrando a la oficina.

– Queda usted detenido con cargo de robo de equipo científico, lavado de dinero y posesión de moneda extranjera sin explicación lícita. 

– Soy inocente, puedo explicar todo, suéltenme, soy inocente, soy inocente; August diles la verdad.

UNAS HORAS DESPUÉS

El comandante Mancera y el sargento Pérez, tienen una cita con el secretario de hacienda, tratarían asuntos sobre pagos de impuestos que no se han hecho de una empresa muy grande, quedaron de verse en el despacho de Mancera y de ahí dirigirse juntos con el secretario de hacienda. Se acumuló otro cargo a Richard Vega; recibieron un millón de dólares en efectivo de la empresa que compro el invento, “Match-Comp., Inc. robado cuando asesinaron al ingeniero López, acumulando otro delito al ingeniero Vega; omisión de pago de impuestos y lavado de dinero.

Esa misma tarde fue aprehendido Pedro Pérez “El Solomillo”, autor material del crimen, solo faltaba el cerebro de la operación, no hubo mucho problema, el Solomillo cantó claro y preciso; quien orquestó toda la operación fue el master August Gilbert y fue quien cobró el dinero y se supone que él lo repartiría a sus cómplices.

El señor Samuel Salas, fue exonerado de todo cargo y su empresa le restituyó su empleo, el dinero fue incautado por la SHCP, solo faltaba la cabeza de la banda. El comandante Mancera, cerró con broche de oro este asunto, se hizo acompañar de dos agentes federales y se presentó de la siguiente manera:

– Estimado master August Gilbert, le suplico escuche lo siguiente, hay testigos y pruebas suficientes para que podamos proceder a detenerlo por múltiples cargos; hubo testigos y acusaciones perfectamente probadas. ¡Queda usted detenido! Por el cargo de autor intelectual del asesinato del ingeniero López; robo de equipo científico y lavado de dinero. Cualquier cosa que diga será tomada a su cargo, tiene derecho a un abogado, pero no creo que nadie se atreva a defenderlo.          

Jorge Enrique Rodríguez.

30 de julio de 2012.

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