En un vetusto edificio cuya construcción data de hace casi un siglo, está establecida una escuela militarizada; construida sólo para los hijos de los soldados rasos o sea la más baja categoría en el régimen militar.

Como se dijo antes y como es normal, al ejército ingresa personal de escasos recursos económicos e intelectuales, sin estudios, desde luego hay excepciones y existe gente muy preparada con grados muy elevados y sus hijos van a colegios particulares o del extranjero. Llegó un niño de ocho o nueve años, que no pertenecía a ninguna familia de soldados o que dependiera de algún nexo con el ejército; sólo que su tutor era un General de División, ex revolucionario al servicio del ejército del Gral. Doroteo Arango (Pancho Villa). El Gral. Tito Ferrer y Tovar, el tutor, era amistad muy cercana de la familia del muchachito, personaje de nuestra historia. Familia de buena posición económica; pero que se quedaron en situación paupérrima después de la Revolución, viuda y con la costura que realizaba la abuela, medio vivían, razón por la cual el general decidió ayudarlos.

Con los trámites de la beca ya realizados, su ingreso se efectuó sin mayor problema. Dos ambientes muy distintos, en la casa de nuestro pequeño personaje y el de sus futuros compañeritos, sucios, los dejaban bañarse solo los sábados, groseros, muy mal hablados, vulgares y peleoneros. Luis, era muy diferente, limpio, se bañaba diario, bien educado, atento, cortes; pero muy tímido, nada malicioso y no sabía defenderse.

De inmediato empezó a tener problemas inherentes a su forma de hablar, su forma de comportarse. Se bañaba solo muy temprano, no en grupo como lo hacían sus compañeros, esto y sus modales de comportamiento le trajeron como consecuencia el note de “marica”, con otra palabra muy soez.

Al término del año lectivo, correspondiente al sexto año de la educación primaria, logró obtener una beca para efectuar los estudios de secundaria en el mismo sistema de educación militarizada, quedó inscrito en la escuela Rafael Dondé, en la cual era difícil mantenerse, el requisito era obtener promedio mínimo de 9.5, los cinco décimos de diferencia eran negociables en caso de existir, se deberán obtener a cambio de conducta y tareas “excelentes”.

En el paso del tiempo, y los estudios iban avanzando, seguía sufriendo las agresiones de sus compañeros. Como todo tiene un límite, éste llegó y nuestro amiguito no pudo más y alguien le tocó con las manos el trasero y como si una chispa eléctrica lo hubiese conectado, se dio media vuelta y con puños cerrados, golpeó, golpeó, con todas sus fuerzas golpeaba sin fijarse en que parte del cuerpo, le propinó patadas, mordidas, de todo. Era la descarga de un odio contenido, era el pago a los abusos de sus superiores y compañeros. Era lógico que llamaran al asistente del director, esto era una carnicería, nuestro amigo, con las manos sangrantes, hinchados los nudillos y manchado en sangre ropa, brazos y uniforme. El otro niño, lloraba de miedo y dolor, era dos años mayor que él, una oreja casi se desprende por una mordida, le marco todos sus dientes, un labio abierto, la nariz, casi se ahoga por no poder respirar bien. Todo se veía como la escena de un rebasadero o rastro municipal.

Lo de siempre, al culpable y provocador de lastimar durante tanto tiempo, el que se defiende de tantas gentes e incluso insultos, fue el castigado. Perdió la beca y lo expulsaron de la escuela.

Jorge Enrique Rodríguez.

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