En la centro de la Ciudad de México en la calle de Belisario Domínguez en el número treinta y siete, existía una vecindad “sui géneris”, según los sabihondos, era habitada por personas de las más disímbolas actividades, primero trataré de describir el citado inmueble.
El frente del edificio da hacia el norte, al lado derecho estaba un taller de bombas centrífugas, el dueño y su familia vivían ahí mismo, era una familia muy rijosa. Al lado izquierdo de la entrada había dos locales, uno era una lechería y el otro una mercería que se llamaba “El Trébol”, era atendida por una señorita ya mayor, siendo muy cariñosa con los niños pequeños. El cubo del zaguán era del mismo tamaño que los locales y tenían acceso por el patio. Cuando cualquier vecino llegaba después de las diez de la noche, hora en que se cerraba el zaguán, tendría que pagarle a la portera diez centavos cada abierta de portón. A la derecha estaba la vivienda de Don José y su familia, tenía en el patio una pequeña carpintería, cercado con tablones y ocupaba medio patio, en mero enfrente de su puerta había una escalera que lleva a las viviendas del primer piso, dos dan a la calle, en una de ellas vive un Lic. Gamboa, amigos de mi familia, tenía una hijita muy chula; pero me pasaba de estatura como quince centímetros; su esposa pensaba que fuéramos novios algún día. En el otro apartamento nunca supe quiénes vivían, siempre estuvo cerrado; decían que vivían mujeres de “mala nota”. El apartamento de enfrente vive una muchacha que se llama Dora, le gustaba meterme la mano en los pantalones por delante y jugueteaba con mi cuerpecito.
Regresando a la planta baja, están otras dos viviendas, a la izquierda la portería, la señora se llamaba Enedina, y su marido era muy borracho, ella murió de hidropesía. El vecino de enfrente se llamó Tomás, también murió, se cayó de un andamio, era albañil. En el cuarto contiguo era la cocina, luego la recámara y ahí vivía Doña Pimpa, y a su hijo en una borrachera se le metió a la cama una chica Ma. de la Luz, hija de otra vecina, Merceditas y se quedó a vivir ahí, el muchacho se suicidó; esto tan sólo fue el primer patio.
Llegando al segundo patio, justo al dar la vuelta para entrar en él, están los retretes, ocho, separados con delgada pared y puerta individual, solo al primero, la vecina abusada de junto le puso candado. Estaban muy mal construidos, porque si no se aseguraba cuando está en uso la puerta se desliza abriéndose, exhibiendo ciertos panoramas, sobre todo que había niñas que se suben paradas al borde de la taza y así lo hacen. Era muy desagradable, sobre todo para los vecinos de las dos viviendas de enfrente, podre Doña Carmen. Junto a la puerta del baño con candado estaba otra vivienda, ahí vive Doña Toña, junto una pileta con agua, es decir una llave con agua corriente, y luego la vivienda de los Campos, Marimba Orquesta de los Hnos. Campos. Rumbo al fondo están tres viviendas, no recuerdo el nombre de la primera, la siguiente era la Sra. Margarita quien tiene dos hijas, Marcela y Ana, ésta resultó piruja, aquí enfrente está la escalera que lleva al primer piso del 2º patio, subiendo a la derecha vive Don José y su esposa y su cuñada, es sastre, enfrente vive Doña Refugio, veracruzana, al fondo de este piso vive la Sra. Lupe y su nieto, es huérfano de padres. Un español ya mayor Don Luis y dos viviendas de “Lilos” como se les llamaba entonces, la Leona, la Pepa, Juanita y la Lola, armaban cada festín, que hay Dios. El nieto de Doña Lupe los espiaba por los visillos de su puerta, pues daba exacto al jolgorio. En aquel tiempo algún desalmado llegó a decir que el niño tenía tendencia a maricón. Puedo asegurar que no. Ahora tiene seis hijos.
Al inicio de la escalera para subir al primer piso, está la ventana de la vivienda del tercer patio, ahí se ponían a jugar ajedrez dos muchachos grandes, cabían muy bien sentados y el tablero en medio, una vez pasó el nieto de Lupita y les barrió el tablero y se echó a correr hacia arriba a esconderse en su casa, lo amenazaron con darle sus moquetes, sinónimo de madrazos.
El tercer patio tenía viviendas muy chicas y muy obscuras, tal vez porque estaban situados a espaldas del Teatro Lírico y hasta el segundo y tercer patio se escuchaban los tamborazos y la música. En esa parte del edificio del treinta y siete, cada piso tenía seis viviendas con una sola regadera general para todo el que quisiera bañarse, pocos lo hacían. Este patio tenía tres pisos y por lógica para secar la ropa lavada, tendían en una serie de alambres galvanizados atravesados de barandal a barandal, parecía una tela de araña. Pleitos entre comadres, chiquillos, robos de ropa era lo más común.
El caso extraordinario fue cuando Pedrín, un latosísimo chiquillo que estaba visco, a pesar de eso ya les había visto los calzones a todas las niñas, pues a todas les andaba levantando la falda. En una de sus malvadeses, se cayó por el cubo de los barandales, ¿Cómo se brincó? Quién sabe; pero rebotó en los alambres del segundo piso, después en los del primero y cayó parado, lo maravilloso fue que se le quitó lo visco, pero él estaba literalmente zurrado del susto.
Otro de los detalles dignos de recordar es, que en una ocasión en que las niñas se bañaban a jicarazos en el cubo de la escalera del primer piso, llevan agua, ropa y toallas; tapando antes el hueco con una colcha, previo las mamás lo hacían, amarrar una punta en los barandales y luego del otro lado. Los muchachos morbosos se apostaban frente a la colcha, en un momento dado cuando consideraron que se estaban bañando sin darse cuenta dos chicos se suben y desamarran la colcha cayendo al frente y todas las chicas gritaron, se quitaban con una de sus manos el jabón y con la otra se cubrían tanto como les era posible; hasta el santurrón del nieto de Doña Lupita estaba ahí; jaladero de pelos y cuartazos se dejan oír, al unísono los gritos de los escuincles.
Jorge Enrique Rodríguez.
14 de diciembre de 2011.