Contemplando el panorama que se desliza al paso del automóvil blindado que transporta a un jovencito de diez y seis años, Aldo Lombardi, quien fue esperado a la salida de la Academia de Música Europea, en Florencia, Italia. Perdiéndose en las veredas que llevan hacia dentro del bosque, y al cabo de una media hora, llegan a la Mansión Lombardi, seguidos por un segundo auto. Al bajar el joven, un hombre de un metro noventa los está esperando con las manos a la cintura; se escucha la voz del joven Aldo:

– Hola papito, que linda música estas escuchando, “Las Cuatro Estaciones” de Antonio Vivaldi; a propósito, tengo clase de violín hoy con el profesor Hieden, ¿Vendrá?

– Claro que si campeón, en dos meses es tu examen final y no me lo voy a perder.

Renato Lombardi, acaudalado comerciante en piedras preciosas, un hombre corpulento, ancho de espaldas, con un excelente gusto para vestir, su lugar de trabajo es increíble, no por cosas extrañas sino lo complejo de sus instalaciones, varios relojes con el membrete de un país y su horario y así cada uno. Está Italia, EEUU, México, Rusia y varios más. Las computadoras igualmente, trabajando con diferentes sistemas, video cámaras, en fin, un mar de instrumentos.

Padre e hijo apresuraron el paso y se encontraron en el medio de la calzada y se dieron un fuerte abrazo, culminando el saludo con un beso recíproco en la frente.

Los dos autos fueron llevados al taller interno para ser revisados y lavados. El señor Lombardi le dijo al Chato Rossi:

– Te veo en mi despacho en una hora.

– Ve a cambiarte y te veo en el comedor, a la señora Luccina no le agrada que lleguemos tarde.

Transcurrió la comida servida por la señora Luccina con la jovialidad y buen humor que dominaba siempre entre padre e hijo, se habló de la preparación del examen final del joven Aldo y alcanzaría el certificado con grado de Primo Violinista; Don Renato, siempre hablaba de sus viajes y anécdotas de los mismos pero nunca mencionaba cuales eran sus actividades o tipo de trabajo. En un momento dado se dejó oír la voz de Don Renato llamando al ama de casa:

– ¡Luccina!

– Dígame Don Renato, (Contesta la señora).

– Aldo, Luccina, voy a salir de viaje, tardaré más de un mes; pero estaré aquí para tu graduación. Después del examen en el teatro principal, vendremos a la casa en donde se servirá una cena para la celebración del acontecimiento

– ¿Yo sola? Pregunto Luccina.

– No, desde luego, ya contraté los servicios de Pepeto, para que sirva el banquete. Va a venir personalmente para planear contigo y vean la distribución de las mesas en el jardín y la alberca. Viene a hablar contigo Luccina, ayúdale por favor.

– ¿A dónde vas esta ocasión papá?

– Oportunamente te daré detalles caríssimo.

– ¿Cuándo sales?

– Mañana, estarán a tu cuidado Chato y la señora Luccina. Tú como siempre, pórtate como príncipe.  

Al término de haber degustado unos ricos profiteroles, padre e hijo van rumbo al jardín tomados del brazo, ocupan un asiento a la sombra de frondosa bugambilia y van platicando sobre el motivo de su viaje tan largo. Primero visitaría la Toscana, ahí vive una persona que fue su amigo en la escuela y nunca han dejado de frecuentarse, luego Paris, Inglaterra, Escocia, en todos los lugares tendría que ver la mercancía que le ofrecieron y cerrar o no el trato.

Hubo un acontecimiento en la familia del profesor Hieden, falleció su esposa y hubo necesidad de que hiciera un cambio en la fecha del examen final, se programó para el día dos de julio, o sea el padre llegaría de regreso treinta días antes de lo acordado. La recepción se pospuso para entonces.

Fueron setenta días de trabajo agobiante para Aldo; treinta días sin su mentor y el resto agotador.

En París, tuvo la ocasión de asistir a una subasta muy particular, se subastaban una partida de diamantes valuada en un millón quinientos mil euros. Como se imaginan había pocos interesados, estaba: Sir Arthur Lobisón, de Inglaterra, François Loops, de Francia, el Jeque Absalón de Siria y de Italia Renato Lombardi, importador y exportador de piedras preciosas.

Después de una pesada puja por la obtención del lote de diamantes, obteniendo el lote con un sobrecosto de doscientos cincuenta mil euros más.

El señor Lombardi tuvo un desagradable encuentro con el Jeque Absalón, le espetó casi a la cara:

– ¡Tu vida o las piedras, infiel! Estas muerto.

– Veremos quién es quién.

Estoy haciendo la transferencia a su cuenta, puede checar su banco. (Decía Lombardi a la persona con quien hablaba), ¿Correcto? De acuerdo sin siquiera ver la mercancía, me dejó una fortuna enorme.

Mientras se realiza el viaje del señor Lombardi en la ruta de negocios que llevaba para esta vez, seguían en marcha las actividades de Aldo era estudiar, ensayar y ensayar y aprender.

Llegó la fecha del examen y Aldo Lombardi, estaba feliz por el acontecimiento y el señor padre de Aldo, llegó a temprana hora y ocupaba ya su palco personal en el teatro, dispuesto a gozar de la interpretación de Aldo Lombardi. Pasó la prueba final y su intervención fue magistral y al término se desbordó el público con esa maravillosa interpretación de Vivaldi, el maestro Hieden exclamó:

– ¡Ha surgido un nuevo Paganini!

En la salida del teatro, todavía con voces de júbilo y aplausos, salía también el señor Lombardi, se escuchó un brusco enfrenón de llantas y bajó de un auto negro con cristales polarizados un hombre corpulento con ropa negra y grueso abrigo y una máscara carnavalesca; se paró frente a donde estaban los Lombardi y disparó una pistola automática con silenciador, disparó como seis tiros y cayeron los dos Lombardi. Gritos, corredero de gente y alguien que reaccionó bien, llamo a una ambulancia y a la policía.

La ambulancia recogió los dos cuerpos, al querer hacer la revisión, encuentran que Renato Lombardi tenía dos tiros en el tórax uno en el abdomen, uno en una pierna y como si esto fuera poco lo alcanzó uno en la garganta; el joven Lombardi recibió un tiro en el brazo derecho. Al señor Renato, la ambulancia lo recogió ya muerto, el joven fue intervenido, pero tendría dificultades para mover el brazo, no podría volver a tocar el violín.

Después de dos meses que estuvo Aldo en el hospital, efectivamente el brazo resultó dañado, no lo podía mover con agilidad; le pidió al Chato que lo llevara a donde estaba sepultado su padre, después de orar unos minutos, le pidió al Chato Rossi:

– Trae mi violín por favor; y dirigiéndose a la tumba del difunto le dijo en tono desafiante:

– Padre Mío, te juro por la memoria de mi madre a quien tanto quisiste, que no descansaré hasta vengar tu muerte, sea quien haya sido, no importa si me tengo que enfrentar al mismo Padrino; en prenda te dejo mi violín que no volveré a tocar hasta haberte vengado.

La policía nunca pudo encontrar a quien mando matar a Lombardi, sospechaban que por negocio de drogas, pero se resistían a creerlo, no había pruebas, ni siquiera indicios de ello; de todos era sabido que se dedicaba a la venta de piedras preciosas y monedas. No encontraban el motivo ni el autor; solo Aldo recordaba una cosa; la subasta de diamantes que quería comprar el Jeque Absalón.

Cuando Aldo fue herido, tenía 18 años, fue cuando su padre fue asesinado, tuvieron que pasar diez años más, que lo pasó Aldo investigando, viajando y dejando olvidado el violín por la promesa hecha a su padre, le ayudaba El Chato, el profesor Hieden y los múltiples amigos que tenían. Fue precisamente el profesor Hieden, quien llevó la noticia:

– Señores creo que he dado con el culpable del crimen, escuché que el Jeque Absalón, mando matar a Lombardi, por no haberle vendido los diamantes, porque pensaba que todavía los conservaba, o sea que la muerte fue inútil.

– Desgraciado Absalón, vas a pagar con sangre.

La furia de Aldo Lombardi fue indescriptible, maldecía, prometía muerte espantosa, no olvidemos que a estas alturas Aldo era ya un adulto joven y el hecho de sus viajes y como el mismo se representaba, maduro y recio para los negocios, lo último que dijo este joven fue:

– Absalón, estas muerto.

Sobre el escritorio de Don Renato, quedó el violín abandonado por el joven Aldo, expresándose de esta manera:

– Padre vendré a recogerlo hasta que haya vengado tu muerte.

Fue a sentarse en las bancas de mármol que estaban en la pérgola de la Mansión Lombardi, lugar favorito de Renato Lombardi, apoyándose en los descansa brazos del sillón, apoyó la frente sobre los puños, casi al instante prorrumpió en llanto. Pasó la tarde, se puso el sol, amaneció el siguiente; aún estaba el joven pero en silencio, en ese momento llegó hasta él un sirviente con una charola de alimentos y fruta, diciéndole:

– Joven Aldo, por favor tome algo de alimento, no ha comido ya en dos días, ande, por favor.

– Gracias, no tengo hambre; solo déjalo ahí. (Señalando una pequeña mesa de mármol que está a un costado del sillón).

En el tiempo de su recogimiento, trazó un plan para atraer al tal Absalón e interesarlo en una entrevista de negocios. Absalón, viejo lobo en los negocios multimillonarios, desconfió en un principio; solo que Lombardi, aprendió mucho de su padre, al final lo convenció con una muestra de los diamantes que le mandó con un servidor; un diamante de cinco milímetros, el recado decía en perfecto árabe: “No es la cantidad sino la calidad” Solo que ahora el precio subió.

La cita se pactó en el “Mouline Rouge” de Paris en una mesa de la pista, a la vista de todos. El primero en llegar fue Aldo Lombardi, elegantemente vestido, lleva puesto un frac de corte moderno color azul marino, corbatín de moño y zapatos de la misma tela, botones y gemelos de diamantes diminutos montados en platino. Al llegar Absalón mostraba una túnica característica de la vestimenta de su país, totalmente blanca y un grueso cordón ciñéndole la cintura, entretejido en seda y oro, quien saludó con una inclinación de cabeza y fue correspondida en igual forma por el joven Aldo, iniciando la conversación por Absalón:

– Bueno ¿Que me ofreces?

– Comprarte los diamantes…

– Dime ¿Cómo te llamas? Solo te conozco como “El Violinista”.

– Llámame así, El Violinista. Entonces tu liquidaste a Lombardi, nunca me lo hubiera imaginado, pero bueno, a lo que venimos, negocios, ¿Cuánto quieres por ellos?, si es que están completos.

– Lo mandé liquidar porque no me los quiso vender. (Aldo palideció de rabia contenida), pero no los tengo.

Tenía frente a él el objeto de su larga búsqueda Absalón, tenía que pagar su fechoría. Interrumpió su meditación la voz de Absalón:

– Hagamos equipo para hacer un plan y recuperarlos, compartamos mitad y mitad.

– Sí, te lo has ganado. (Dijo Aldo apretando los dientes).

– Bien, qué te parece si nos apresuramos y buscamos quién los tiene y procedemos, ¿Estás de acuerdo?

– Brindemos por tu última copa de champagne.

– ¿Qué dijiste?

– Tú última copa antes de irnos.

– Salute (Dijo Absalón y soltaba una fuerte carcajada).

El joven italiano más que sonrisa, hizo una mueca que pareció macabra y pensó en el fondo de su ánimo, y decía:

– Maldito, pagarás por el asesinato de mi padre, antes de dos horas habrás entrado a la cueva de Caronte.                        

Cinco días después, se corrió la noticia de la muerte de Absalón, el conocidísimo tratante de joyas y piedras preciosas, le fue provocado un paro cardiaco con ingestión de vino con arsénico puro.

El Joven violinista, llegó al despacho que era de su padre, en el sitio donde dejó su violín con una promesa, tomó el instrumento y se dirigió al retrato de Don Renato Lombardi:

– Querido Padre, he cumplido mi promesa; tu deceso fue vengado y los diamantes están con su destinatario.

Aldo Lombardi se paró frente a la fotografía de su padre y empezó a deslizar las notas de Las Cuatro Estaciones, que ha sido su magistral interpretación y de mayor gusto de Don Renato Lombardi.

Jorge Enrique Rodríguez.

2 de junio de 2012.

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