En una habitación cómoda, más o menos ordenada por la hora que señala el reloj despertador, somnoliento y la cabeza pesada por una noche de insomnio, me dirijo hacia la regadera pasando frente al espejo sobre el lavamanos, frotándome los ojos, levanto la cara y al abrir los ojos, veo una sombra cuyos rasgos no coincidían con el recuerdo que tenía yo de mí mismo.
Alguien me preguntó:
– ¿Ya estas consciente?
– ¿Eh? Si estoy solo, ¿Quién me habla?, no creo estar loco.
– Estoy en tu espejo. ¿No me reconoces?
– No, no es posible, todavía estoy ebrio, si tomé mucho; pero no para volverme loco; primero no recuerdo que hice ni que dije.
– Hiciste el ridículo, todo un contador ejecutivo aspirante a la dirección de finanzas, arrastrándose por su asistente…
– De acuerdo, es una mujer guapa, muy inteligente, a poco de graduarse en filosofía y letras; la apariencia de su vestimenta es conservadora, cómoda no elegante, tiene un carisma muy especial. ¿Tu esposa se lo merece?
– Desde luego que no. Ni ella se insinúa, por lo que ninguna de las dos se merece esto, por eso fue el exceso de bebida, por la impotencia de no detener esa pasión que me aniquilaba.
¿Te diste cuenta de los perjuicios que causaste?
– Sí, a mi esposa, le desbaraté un plan de salir esa noche a cenar fuera, que ya tenía ella planeada, y llegué alcoholizado, de mal humor y materialmente me eché a dormir medio desnudo como cerdo. Que arrepentido estoy.
– ¿Qué te llevó a establecer comparaciones hasta el grado de enamorarte así?
– Como te decía, era una joven que vestía en forma muy sencilla, siempre usaba pantalones amplios, suéteres de manga larga y hasta la rodilla, blusas o playeras hasta el cuello, pelo largo hasta los glúteos, pero sobresalía el perfil de su cara, era único, rasgos suaves casi infantiles, sin maquillaje alguno y su voz parecían campanillas de cristal y plata y como si fuera poco, muy inteligente, hablaba varios idiomas, con el tiempo supe que se casó con un profesor israelita y se fue a Israel a dar clases en la Universidad de Israel. Como ves voló la paloma.
– Por lo visto te sacudió el acontecimiento y la relación con tu esposa, ¿Cambió en algo?
– Desde luego, me propuse ver por mi familia con todas mis fuerzas y conocimientos a elevar la calidad de vida de todos nosotros incluyéndote a ti. ¿Qué no?
– Bueno, anúdate la corbata y vete a tu oficina. Acuérdate, “Hoy procura ser mejor que ayer”.
Jorge Enrique Rodríguez.
18 de agosto de 1980.