En el desarrollo de la misión autoimpuesta, salía del restaurante de la avenida Álvaro Obregón, vi sentado en la banca del camellón a un hombre, el mismo que minutos antes había visto dentro del sitio a una distancia de dos mesas; es un hombre de unos cuarenta años, vestido con un traje combinado, pantalón gris acero y un saco de casimir llamado de mascota; camisa blanca y corbata gris sin dibujo alguno, sujeta con un pisacorbatas del que pendía una monedita de oro, que después supe que Pancho Villa se la había regalado a su mamá cuando era muy pequeñita.
Al cruzar la calle fui directo donde este individuo estaba, me atreví a interrumpir su lectura, alcanzando a leer la portada que decía “Platón” y pregunté:
– ¿Me permite compartir la banca?
– Desde luego, ¿Nos vimos antes, en el lugar de ángeles?
– Así es, pero lo vi salir muy molesto, ¿Algo no le agradó?
– No, no nada de eso, es otra cosa.
– Le suplico me disculpe por intervenir donde no me llaman, pero le veo el rostro muy descompuesto, ¿Puedo ayudarle en algo? A veces hablando se disminuyen las presiones; me presento, soy Jorge Enrique Rodríguez, soy escritor, trabajo en una revista de Turismo y me dedico a recopilar historias; estoy de paso en la Ciudad de México ¿Tú cómo te llamas?
– Aldo Renssi, mis abuelos eran italianos, mis padres nacieron en Verona, vivimos en Tequisquiapan desde niñito; murieron en una balacera en la feria del queso y el vino; quedé vivo y me adoptaron las monjas salesianas; después de estudiar la primaria y para continuar con los estudios me enviaron a Tlaxcala; posteriormente me gradué en Roma en la Universidad Salesiana; no me llenaba el corazón lo espiritual y ser sacerdote y opté por la carrera de administración de empresas; me especialice en sistemas de mejoras continuas; en una empresa voy a implementar el nuevo sistema pero que difíciles son los empleados mexicanos, no aceptan cambiar a un sistema mucho mejor y más seguro.
El escritor estaba absorto en el contenido de la narración que Aldo le describía; no le hacía preguntas ni observación alguna, cerca de la media noche Jorge se atreve a comentar con cierto tono de enojo:
– Entonces amigo mío, si tu trabajo es correcto, ¿Por qué tu mal talante?
– ¡Ay amigo! Es muy tarde y mañana a primera hora llega mi supervisor; ¿Te parece que mañana comemos donde nos conocimos y seguimos conversando?
– Ahí estaré sin falta
Al día siguiente, después de salir a correr en el parque de la colonia, se baña y sale rumbo al taller de fotografía para imprimir las fotos que necesita para su informe, las revisó, seleccionando las que eran útiles, las guarda en su portafolio.
Saliendo del lugar, encaminándose al restaurante y encontrarse con su amigo Aldo, con quien se encuentra entrando ambos al mismo tiempo.
– Hola Aldo, ¿Cómo te fue en tu informe?
– Todo marcha en el tiempo previsto
– Te felicito, ¿Quisiera retomar la conversación de ayer? ¿Aceptas?
– A mis amigos, lo que me sugieran.
– Te pregunté que si tus actividades van bien, ¿Por qué tu mal carácter?
– Espero que lo que te voy a decir no lo tomes a mal, no te conozco; pero algo me dice que confié en ti.
– Te aseguro que no te defraudaré, gracias.
– ¿Te has fijado en la chica de pelo largo y obscuro, de ojos negros y penetrantes?
– El que no la haya visto estará ciego; si le he visto ¿Qué con ella?
– Es el motivo de mi problema.
– ¡Qué! No puede ser, ¿Ese? ¿El de la mesa de trabajo en la UNAM? ¡Es gay! Así que muerta la perra se acabó la rabia. ¿Qué sigue?
– Desde el momento en que llegó a solicitar empleo, me impactó de tal manera que no supe si contesté el saludo o no. Afortunadamente los salesianos me enseñaron a separar los sentimientos de la obligación, porque de otra manera estaría como dicen ustedes los mexicanos “hasta las chanclas”.
Aldo sigue narrando su odisea desde el arribo de Clara a esa empresa; lo dulce que era aun en sus conversaciones personales y de negocios. Para Aldo esas horas de trabajo, al contrario, era tiempo de labores, solo escuchaba a su corazón que le decía: ¡Háblale, háblale antes de que sea tarde!
Jorge escuchaba con atención y respeto, al mismo tiempo captaba los errores cometidos por el italianito; primero, que el compañero es gay y segundo y más importante “No le ha dicho nada, ni siquiera, ¡Qué lindos ojos tienes!
– Mi querido amigo Aldo, se nota a kilómetros que estudiaste en un seminario.
– Espérate, todavía no termino.
– ¡Válgame! ¿Hay más?
– ¡Mucho más! El mesero que me atiende me ha dicho que Lilia Clara sale de su trabajo y alguien la espera en un auto negro con dos hombres en el asiento delantero y uno atrás, que según sus informantes es el rector de la universidad que está en las Lomas de Chapultepec.
– Por lo visto no hay posibilidades de acercarse, ¡Date por muerto amigo!
– No, claro que no, seré discípulo de Platón.
Resultaron tan certeras las sugerencias hechas por Aldo, la junta directiva le ofreció se encargara de establecer un área de mejoras continuas y establecer el sistema en las siete sucursales quedando él como director nacional y la licenciada Lilia Clara López como gerente de la región central. Cuando Aldo fue notificado, no lo podía creer, palideció, temblaban sus rodillas, no podía creerlo.
– Aldo, ¿Qué te pasa? Soy Clara, despierta.
– ¿Es verdad?, no me tomen el pelo.
Dos años de arduo trabajo les llevó la implantación del nuevo sistema de calidad, desde la creación de manuales hasta la simplificación de labores duplicadas. En ese tiempo la relación de Lilia y Aldo fue confortable exclusivamente laboral y de amistad, solo sus ojos se hubieran querido devorar; pero tenían un pacto de respeto tan fuerte como la muralla China; él no se atrevía, ella no daba ocasión a nada que no fuese motivo de trabajo.
Se acercaba el fin de año, ya se promovía el ambiente navideño y el sitio donde se llevaría a efecto el brindis y el reparto de regalos, un obsequió para cada empleado; no lograban llegar a un acuerdo y dos empleados dieron sus opiniones, pero casi llegan a los golpes, entonces Aldo y el director general determinaron que se realizara en los salones del Banco Central de la Ciudad y ahí fue realizado.
El director nacional de mejoras continuas, planeaba pedirle matrimonio a Lilia Clara en el momento del brindis para que ésta noticia por excelencia fuera recordada; Aldo estaba ansioso buscando con la vista a Lili, como él la llamaba, pero no la ubicaba; las conversaciones se realizaban en grupos de tres o dos personas, algún grupo se escuchaban risas no muy estridentes, Lilia Clara no aparecía.
En el momento ya programado, Aldo tomó el micrófono anunciando:
– Damas y caballeros, su atención por favor; vamos a iniciar la entrega de reconocimientos y los regalos que la empresa otorga a los colaboradores y a… (En ese momento entra Lilia Clara acompañada de un caballero de edad madura, no viejo diciendo).
– No es el momento ni la forma adecuada, sin embargo considerando que estamos todos reunidos compañeros y amigos; les comparto mi felicidad y les invito a mi boda; oportunamente les daré la información del lugar y la hora del evento; “Aldo perdóname, en el corazón no se manda”.
El licenciado Aldo Renssi presidente ejecutivo a nivel nacional, centro y sudamérica; no movió ni un solo músculo de su rostro, pálido, apretó el puño de su mano izquierda que contenía un pequeño estuche forrado con terciopelo azul cielo; el cual contenía un anillo con precioso diamante que hubiera querido entregarle y ofrecerle matrimonio con el pregón de Kukua; Aldo deseaba desaparecer y seguir siendo invisible como siempre lo fue para Lilia Clara.
El resto del mes no supe nada de Aldo, su celular, su correo, nada que contestaba; decidí visitar la empresa del señor Shumsky, así fue como me enteré que había renunciado y que se fue a Italia a la casa que fuera de sus padres; piensa establecer una empresa sobre los conocimientos que él maneja a su perfección.
Jorge Enrique Rodríguez.
18 de agosto de 2016.