(Con autorización del protagonista).
La Sagrada Biblia nos dice que “No hay amor más grande que el de aquel que da la vida por sus amigos”. Está sentencia divina sería una regla ideal, siempre y cuando los seres humanos no hubiésemos inventado nuestras propias reglas “Primero yo, luego yo y siempre yo”. No hay peor enemigo de la amistad que el egoísmo, nunca colocamos a alguien antes que a nosotros mismos; cuando eso sucede, es impuesto sobre todo en los trabajos y es cuando nos corroe la envidia.
Habemos seres humanos que preferimos la soledad sumergiéndonos en nuestras lecturas o música de nuestra preferencia; pero no hay que perder de vista que este estado de ánimo puede ser finito, la soledad suele ser profunda sobre todo si te asalta algún problema incapacitante, si son los ojos, para que te digo.
Existen casos muy especiales, tómalo como un foco amarillo, en el tema de escoger a tus amigos; se da el caso de que algún compañero del trabajo o del club deportivo, se acerca a ti posando su mano y brazo sobre tu hombro y te dice: “Amigo mio, eres mi cuate” ten mucho cuidado, a la larga llegas a tener problemas; investiga, después acepta o no, por favor escoge tú; pero aquí no funciona la amistad a primera vista ¡Ojo! ¡Elige tú! Esto tampoco es la perfección te lo digo por experiencia; Te preguntarás entonces, ¿Por qué dices “Hace falta un amigo”? Ahora lo sabrá.
Ponchito, un niño de tres años de edad, abandonado por su padre y cuya progenitora se vio obligada a emigrar hacia la capital, únicamente por el temor al respeto humano; era mesera en un restaurante llamado “El Principal”, el niño quedo al cuidado de la abuela. A los seis meses su madre cayó enferma, un mes y medio más tarde fallece y quinces días más adelante muere su tía la contadora. Ponchito y su abuela se quedan solos, con una deuda enorme en la farmacia “La Guadalajara” del doctor Bustamante; sin dinero, sin trabajo, debiendo un mes de renta.
Doña Domitila viuda de un coronel revolucionario y jefa de varias carabineras; tenía un carácter de los mil demonios; quería que conocieras el perfil de la persona que educaría a Ponchito.
Varoncito de ojos color almendra, tez blanca, orejas pegadas al cráneo, nariz hermosa, boca chica bien delineada, barbilla partida. (Estos datos los recabe directamente de un manuscrito de la abuela). Ahora si al grano.
Que podemos esperar como resultado, en el carácter de este adolescente en ciernes, estudioso por ser obligado. Vivian en una vecindad del centro histórico de la ciudad; los tres primeros años de la instrucción primaria los asimiló en una escuela de primer orden económico, por recomendación de su patrón; razón por lo que se acostumbró a esa manera de actuar, de hablar e imagínate con su físico tan especial, le decías que tenía nalgas de torero; murió su benefactor y la escuela también se terminó.
Así fue como empezó la forja de este muchachito; su vivienda estaba situada en la planta alta del segundo patio; vivían muchos niños y niñas más o menos de la misma edad; pero a Ponchito no lo dejaban bajar a jugar a los patios, ¿Saben por qué?, según la doña porque no eran de su “Clase social”; lo tenían estudiando, leyendo, dibujando y escribiendo; leía todo lo que le ponían a su alcance; se aficionó a la lectura de los clásicos, los grandes pensadores; en resumen, un ratón de biblioteca. Su manera de expresarse se hizo muy diferente al resto de los cohabitantes del edificio, incluida “La Coronela”.
La situación económica obliga a La Coronela a recurrir a sus contactos y logra ingresar a Poncho (ya convertido en un joven) en un colegio militarizado, iniciando en lo que ahora le llaman “Bullying”. Soportó todo el curso de estudios las maldades de sus compañeros.
En una de las visitas de La Coronela, le dijo a Poncho:
– Mira Alfonso acuérdate “El valiente vive hasta que el cobarde quiere”, ¿Entendiste zoquete? Alfonso, antes Ponchito bajo la vista, apretó los puños con rabia, mientras rodaron dos gruesas lágrimas de sus almendrados ojos.
Un día antes de la clausura de cursos y entrega de documentos; viernes por la tarde; la puerta de la ropería está muy concurrida, ya que estaban entregando los uniformes de gala, porque vendría el director general de los colegios militarizados. El turno era de Alfonso Rivadeneira (Ponchito) en el instante en que se iba a cerrar el cinturón, sintió que le jalan la trusa y la bajan violentamente junto con el pantalón; aún con la ropa fuera de lugar, Alfonso se voltea y se lanza como fiera herida sobre el causante del agravio; ¡Le ha puesto una golpiza!; le enchueco el tabique nasal, las dos cejas abiertas, le rompió tres dientes, le partió la oreja izquierda; al agresor no le dio tiempo de meter las manos que ya se había vestido antes de tal reacción del joven; ambos parecían tablajeros de rancho. Dicha acción dejó a todos impávidos, espantados, no cesaron los reclamos y lágrimas de rabia de Alfonso hasta que un profesor los separó; ambos quedaron con la ropa totalmente manchada de sangre, Alfonso hasta la trusa.
Este acontecimiento, marco la vida de Alfonso; no le entregaron su certificado de preparatoria, tuvo que trabajar, La Coronela era ya vieja y enferma; él se dedicó a leer y trabajar; se convirtió casi en un ermitaño sin amigos. La Coronela murió como era natural; este acontecimiento lo consolidó en su personalidad.
En la empresa que prestó sus servicios por dieciochos años; sufrió una decepción muy grande en relación a los “Amigos”; en sus labores se dedicó a ser un muy buen compañero con dos de ellos, llegó a tener más comunicación y aquí fue el golpe; llego a tener pláticas con cada uno de ellos, ambos cometieron el mismo error, hablar mal de su “Amigo” ausente entonces pensó: “Cuando yo no estoy entre ellos, ¿Qué dirán de mí?”; le hicieron recordar ese viejo refrán: “Con esos amigos, para que quiero enemigos”.
Se hizo muy selectivo tanto que en una ocasión le dijeron:
– ¡Alfonso, tú eres mi amigo! (Él contestó).
– Perdón, pero a mis amigos los elijo yo. (Marcando su territorio).
El tiempo no se detiene y acumulando hechos, tristezas, ausencias y detalles que pasan cien veces más en el alma; es cuando urge un amigo que en verdad te amé, (En el buen sentido de la palabra); pero recuerdas tu experiencia y entonces te cierras ¿Qué sucede entonces? Te conviertes en un ermitaño.
El ser humano no puede convertirse en una caja fuerte de seguridad; si así fuese, tu mente terminaría en un caos insoportable, por lo cual requiere de un auténtico amigo que le interese complementar contigo, no buscar información para divulgar. Como paloma mensajera vuela esta misiva en busca de una mano que no espere algo material a cambio de saber escuchar.
Bienvenida la buena voluntad, ven como si hace falta un amigo.
Jorge Enrique Rodríguez.
25 de marzo de 2014.