Se me heló la sangre al escuchar el ulular de una sirena, estaba arribando una ambulancia que entraba en ese momento al hospital de la Cruz Roja, era que por casualidad forma parte de la rutina diaria de mi rutina; ya que trabajo en una oficina de abogados y a tres cuadras está la oficina del MP y tengo que ir varias veces, de una a otra parte. El no traer nada en las manos en ese momento, la curiosidad, me hizo entrar y observar. Al entrar con la camilla móvil y entregar reporte y detalles del suceso, me llevé la sorpresa de mi vida; el paramédico decía:

– Varón de veinte a veinticinco años con tres disparos, dos en el pecho, uno le perforó el pulmón; el tercero en el estómago, perdió mucha sangre, pocas probabilidades de sobrevivir. Datos personales según portaba identificación, Eduardo López Cándido, de veintidós años, con domicilio en…

Mientras daban los datos del agredido en el pasillo se escuchó un grito escalofriante:

– ¡Hermano…Eres tú!

– ¿Lo conoce? Venga por aquí, por favor. (Le dice el doctor Dueñas). El joven está muy grave y muy pocas probabilidades de vida; pero necesita sangre.

– La mía puede servir, somos gemelos, solo que hace muchos años que no nos veíamos, si ahora puedo hacer algo por él, que bueno. Adelante doctor Dueñas.

La intervención duró más de tres horas y lograron reparar los daños hechos por los plomos: pero había un gran problema, habrá ingerido drogas y se dieron cuenta ya iniciada la intervención, de cualquier modo esperarían setenta y dos horas dado la gravedad del caso.

Justo a las treinta y seis horas de la operación, el joven Ernesto fue notificado que su hermano había fallecido, agravado por la intoxicación previa a incidente, que se presentara al MP del hospital a notificar el acontecimiento. Cuando hablaba con el doctor Dueñas le comentó las últimas palabras que dijo su hermano, y dijo:

– El Cobra. (Dejando de existir).

En el cementerio y cuando a su hermano le caía la primera palada de tierra, Ernesto gritó tan fuerte como pudo:

– Te juro Lalo, que te voy a vengar, ¡Por ésta! (Haciendo una señal de amenaza con el puño).

Ernesto López Cándido, siguió su vida normal, iba y venía del MP al despacho y viceversa, pero parece que su rostro se habría envejecido diez años, pensando solo en “El Cobra, el Cobra”

PASARON DIEZ NAVIDADES

En el noticiero policiaco en la televisión:

– Dos pandilleros muertos, de la “Banda de Los Cobra”, se piensa que son ajuste de cuentas.

Se hacen comentarios, que vieron a un ejecutor, trabaja sin banda…

Ernesto López Cándido, lee la noticia y solo mueve suavemente la cabeza.

Cuando Ernesto López Cándido, ahora ya licenciado en la rama de criminalística, habiendo presentado su examen profesional con excelencia, aspiraba a ser miembro del ministerio público. Cosa que logró y después de pasar los exámenes pertinentes, ocupó el puesto de secretario del agente en turno.

“Extra, extra” Reapareció “El Mata Cobras”. Como noticia en primera plana a ocho columnas en los periódicos. Se afirma en el medio que es una venganza entre tribus, ya que los asesinados fueron dos miembros de Los Cobra, el contador y el hermano menor del jefe de la banda; se teme una masacre en las calles y colonias del Jardín. Leía la noticia el licenciado Sergio Salgado García, agente del MP.

– Tenemos un enorme paquete con el caso del “Mata Cobras”, no ha dejado ningún indicio.

– ¿No se le ocurre que sea una venganza?

– Ninguna otra tribu se ha pronunciado, cuando eso sucede, ellos mismos se adjudican los hechos, hoy no ha sucedido. Al paso que va, terminará con los cabecillas de la banda; han matado al jefe de cada sector, y seguro van a seguir con todos los que faltan.

– Licenciado López, ¿Recuerda cómo terminó la pandilla de “Los Toros”? Mataron a todos menos al “Bonito”, que está sentenciado a más de cien años, a pesar de ser homosexual era el cabecilla de los toros. Nunca nadie se adjudicó los crímenes.

– Tiene razón, no lo recordaba.

El desarrollo de las actividades en el MP seguían con normalidad; detenidos, averiguaciones previas, licenciados que entran y salen, con papeles en la mano, con los detenidos del momento, conversaciones con el agente del MP y con el licenciado López Cándido, investigaciones, careos, etc, etc. Pasó un mes más, sin nada que llame la atención, hasta que se presentó un periodista amarillista e inquirió al licenciado García Salgado:

– Señor agente del MP ¿Qué novedad se tienen sobre los crímenes de “Los Cobras”?

– No puede haber resultados si nadie ha presentado la denuncia; me sorprende que no lo sepa señor periodista, se supone que usted es especialista en este tipo de asuntos, de sobra sabe que sin denuncia no hay averiguación. ¿Me permite? Tengo muchos casos que atender.

Al día siguiente, ya corría la noticia en los periódicos y en los medios electrónicos:

– ¡Reapareció el “Mata Cobras”!, encontraron asesinado al Azul y su guarda espaldas.

Este individuo era la mano derecha del Cobra. Tenía una cartulina que decía: “El próximo eres tú maldito Cobra”

La oficina del comandante Salgado se llenó de periodiqueros, como el mismo los llamaba, era imposible con el barullo que se traían los miembros de los medios de comunicación.

– Una sola vez más se los voy a decir, “No hay indicios ni averiguaciones, ya les he dicho que sin denuncia no hay investigación alguna. Hasta nunca señores”.

El licenciado Ernesto López Cándido, se nota muy abatido, cansado, diríamos que deprimido, pero seguía desempeñando su labor y atendiendo los asuntos del MP; además de los casos que llevaba particularmente, ya que había establecido un despacho, asociado con un colega con quien se graduó en la misma fecha.

Una madrugada cavilaba en el despacho de su casa, degustando una copa de buen vino, la conversación telefónica que escucharon el día de la entrevista, pensó:

– El rector sabe quién es el Cobra o es él o también puede ser el autor intelectual, esto está a punto de terminar.

En una colonia apartada del centro de la ciudad, como a las dos de la madrugada, en un cuartucho de mala muerte, una casa de igual figura está sentado en una silla, atado de pies y manos con la boca cerrada con “Cinta duct tape”, enfrente estaba un individuo vestido todo de negro con pasamontañas del mismo color y evidentemente fingiendo la voz:

– Escucha Cobra, más te vale decirme quien es el jefe, él no te va a poder defender, te van a echar al menos 80 años, (Dándole un puñetazo en medio del rostro, salpicándose de sangre y un diente salió volando), así varios golpes; El Cobra estaba exhausto; éste dio a entender que le quitaran la mordaza haciéndolo de inmediato y dijo entre balbuceos y sangre que le salía de la boca:

– El rector Gilbert, ya déjame en paz. (Por respuesta recibió un tiro en medio de la frente).

Estando en el MP los licenciados Salgado y López Cándido, llega un mensajero muy asustado:

– Licenciados, ya vieron el periódico, ejecutaron al Cobra, ya se acabó toda la cuadrilla de malosos.

– Vaya, (Dice Salgado), al fin se va acabar el asedio de los periodistas.

– Todavía falta el autor intelectual del robo y el crimen.

Una semana después.

– Licenciado Salgado; voy a visitar al señor Rector, para poder dar por cerrado este caso.

– Me parece bien, no deje de comunicarme el fin de la historia.

El licenciado López Cándido se presenta en el despacho del rector Gilbert, iniciando la conversación éste último:

– ¿Qué dice licenciado López Cándido, ya cerrará el caso de los Cobras?

– Casi lo tenemos, como sabe todos los operadores quedaron eliminados sin intervención de la policía; pero falta el autor intelectual, ya lo tenemos a un pasó; el sospechoso, es un eminente miembro de la Academia Internacional de Ciencias, y muy cercano a usted. (Según iba hablando el licenciado López, el rector Gilbert sudaba copiosamente), si lo involucran va a ser un golpe muy sonado en su círculo social, ¡Cuídese!

– No entiendo el sentido de sus comentarios.

– Hay pruebas que me llevan al culpable intelectual. Se imagina que vergonzoso va a ser que alguien sea detenido delante de sus colegas. (Glup…).

Al día siguiente, noticia de primera plana…

“El doctor August Gilbert se suicidó en la tina de su baño, se dio un corte en las venas y quedo dentro de la citada tina completamente desangrado”. Dejo una carta póstuma: “ME OBLIGO EL MATA COBRAS”.

Pasado un mes, se ve que la pequeña avenida interior de un panteón va caminando el licenciado Ernesto López Cándido, vestido de negro con un corte de traje a la última moda, lleva un regular ramo de flores blancas, deteniéndose frente a la sepultura en cuya placa decía Eduardo López Cándido y la fecha de su fallecimiento; se detiene, deposita las flores en la tumba, luego a manera de oración dice:

– Hermano, soy yo nuevamente, cumplí mi palabra, puedes descansar en paz.

Jorge Enrique Rodríguez.

29 de julio de 2012.

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