Entre la realidad y la ficción existe una línea tan imperceptible que con mucha frecuencia se confunde una con otra, provocando quizá inocentemente grandes tragedias, esta historia aún nos hace pensar si fue o no realidad, a pesar de los acontecimientos.

Por la carretera que va a la costa del pacífico, corría a gran velocidad en un auto moderno de color rojo, convertible, con la capota retraída, un joven adulto de unos 32 años, vestía un “slack” azul, con vivos negros en las mangas y en los bolsillos de la chazarilla, lentes para proteger la vista de los rayos solares, con la pequeña visera echada hacia adelante para mayor protección, rematando su atuendo con un gazné de tono azul resaltando del conjunto.

Aproximadamente a un kilómetro, una joven hizo una seña con su brazo pidiendo un aventón; solícito, se acercó a la orilla de la carreta, se bajó del auto y le ayudó a subir y le llamó la atención su forma de vestir, no era ropa común, no era falda ni vestido o blusa u otra cosa semejante; era una especie de túnica ligeramente ceñida a la cintura y anudada al cuello con un nudo sin lucir apretado, de donde parte un lienzo color durazno sostenido en el antebrazo izquierdo; zapatilla que parecían hechas de plumas de cisne, no era mujer, era un ángel.

Danilo, joven adulto, soltero, con mucho más dinero de lo que podría gastar en toda su vida, pero tenía una virtud, ayudaba mucho a los estudiantes y tenía varios becados en el extranjero, muy respetuoso de las mujeres, entre los becados había varias jóvenes, y todas se expresaban de maravilla del joven, nunca se ha oído algún abuso de su parte a las trabajadoras y las becadas

Una vez que ayudó a subir a su automóvil a la joven desconocida, él quedó inmóvil, solo reaccionó cuando se escuchó el ruido de un motor de auto que pasó a gran velocidad por ese lugar. Danilo cerró la portezuela y fue al volante, lo hizo funcionar y se alejaban del lugar. Al correr unos kilómetros Danilo pregunta:

– ¿Cómo te llamas?

La dama solo voltea y lo ve con unos ojos de color azul tan intenso que parecían dos esferas de cristal llenas de agua tomada del mismo mar. El vuelve a quedarse quieto, y lo hace reaccionar otro automóvil, quien le grita barbaridades, sigue su marcha. No pasan diez minutos e intenta volver a hablar con ella, Pero, ¡¡NO ESTA!! La sorpresa es mayúscula a la velocidad que va, se enfrena, se escucha un chillido de llantas que patinan y un severo golpe por el encontronazo con un camión que venía en el otro carril; más llantas que patinan y gritos de una señora que estaba cerca del lugar del accidente. Dos autos más formaron el aislamiento de fierros y láminas retorcidas, llantos, gritos de dolor y un adulto joven vestido de azul, tendido en la carretera, con un severo golpe en el cráneo, manchas  de sangre en la cara, pecho, cuello y  bajo la cabeza .

En menos de cinco minutos llegaron tres ambulancias con sus equipos de paramédicos todos vestidos con chaleco color naranja, solo una joven vestía una túnica blanca que sobre sus hombros con una especie de chalina del mismo anudada sobre el hombre izquierdo; le tomó la cabeza y la colocó sobre su mantilla. Sobre las camillas empezaron a transportar a los heridos.

– El de azul está vivo, rápido al hospital.

– ¡No jueguen!, no está, ni la chava que lo atendió.

– ¿Qué? No puede ser.

Efectivamente, no estaba el conductor del auto rojo, solo el auto, el parabrisas hecho añicos y sangre por todos lados, solo el “gazné” manchado de sangre, enredado en el espejo retrovisor. Los paramédicos de las otras ambulancias fueron testigos de ese detalle, uno de ellos se atrevió a decir:

– Lo estaba mirando y en un instante, así… de repente lo deje de ver sin nada al derredor.

– ¿?#%/¨*(&$

– Se lo juro jefe, no, no estoy borracho, hay más testigos.

En un recinto muy iluminado y colgantes de un techo que no se alcanzan a distinguir, de un color blanco muy vaporoso, no se veían muebles ni columnas, ni ventanas o cualquier otro adorno, caminaba sin saber a dónde iba, no se aprecia final alguno.

En un momento determinado, sintió que algo cálido y suave le toma la mano derecha, al tiempo que se inicia paulatinamente a forma de un haz de luz cada instante más brillante. Se aprecian como si fuese el final de un túnel. Al volver el rostro a su derecha, ¡Oh sorpresa!, la joven de la chalina blanca y vaporosa, y de ojos azul de mar, que con una voz exquisita le dijo:

– El jefe dice que todavía no te toca, tienes muchas cosas por hacer.

– Que voz tan bella.

– No podías oírme, porque no estábamos en la misma dimensión.

En el momento en que desaparecía el haz de luz, se escucha:

– Ya está volviendo; pero no localizamos al paramédico que lo trajo, llego en la ambulancia No. 100.

– ¿Cien? Dice el jefe de servicio. En esta unidad no hay ambulancia No. 100, localicen al ambulante.

– ¿Quién trajo a Danilo? Fue atendido y se dieron a la tarea de localizar a sus familiares o representantes, sirvió de mucho que siempre carga sus documentos de identidad.

– Llegó tras de mí, la conducía un paramédico muy chavo y venía con una enfermera, en cuanto lo cambiaron a la camilla los perdí de vista, así, como un chasquido.

Fue sorprendente, pero no lo suficiente para detener las emergencias que se presentaron, pedían suero algunos médicos, medicamentos varios, presión, radiografías, etc. Era un auténtico caos.

El médico de guardia, quien atendió a Danilo, comentaba con su internista que fue un verdadero milagro el hecho que hubiese sobrevivido con la clase de heridas que presentaba. Sin embargo en menos de dos horas, empezó a mostrar señales de mejoría verdaderamente milagrosa; pero no volvía del coma.

El médico de los turnos nocturnos, podría jurar que todas las noches, aparece una enfermera muy hermosa con ojos azules, azul intenso y trasparente, que le proporciona un “algo” que contenido en un recipiente de cristal con asas de metal plateado. Cuando el médico ha tratado de entrar a la habitación, desaparece y no deja más que un halo de aroma indescriptible.

Justo a los treinta días, Danilo abrió los ojos, con cierta dificultad pudo enterarse del acontecimiento, platicó con el médico, las condiciones en que llegó y lo complicado de sus heridas, el médico le dijo:

– Es verdaderamente un milagro, el tiempo en que se recuperó, no le quedaron cicatrices, y sus extremidades, no, no, un verdadero milagro.

Quince largos y dolorosos días después, encontramos a Danilo. Vestido con un “slack” azul con vivos del mismo color, pero en otro tono, coincidió con la forma en que vestía el día del accidente. Quien le dijo al doctor:  

– Muchas gracias doctor, yo sabré recompensar este gran servicio.

– No se preocupe, ya está todo pagado y con largueza, hoy vienen por usted, una Señorita Dafne, liquidó todo, con un cheque de “La Estrella de Oriente, S. A.

– Doctor, esa es mi empresa, ¿Quién firmo?

– Déjeme ver… Señor Danilo Shumsky. ¿Usted? (Ambos quedan petrificados).

– ¿Quién es esa señorita?

– “Mírela es quien pagó”

– ¡Es ella! Los profundos ojo azules, atuendo blanco, ceñido a la cintura, con una chalina blanca anudada al hombro izquierdo y cubriendo el hombro derecho. ¡Es ella!

Sin decir una sola palabra, lo toma del brazo y le invita a caminar hacia la salida, en donde les espera un auto rojo nuevo, con un gazné anudado al espejo retrovisor. Galantemente Danilo abre la portezuela derecha, dirigiéndose hacia la otra puerta y abordar el auto, se colocan ambos el cinturón de seguridad y parten velozmente; poco a poco aumentaba la distancia del auto con el hospital, el auto se veía cada vez más pequeño, parecía que se elevaban perdiéndose entre la bruma, de inmediato en el cielo aparece una estrella de color azul muy brillante, esparciéndose las ondas como si fueran contenidas en una gran fuente, repitieran una y otra y otra vez, justo como una Estrella de Oriente.

Jorge Enrique Rodríguez.

24 de agosto de 2011.

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