“La fe es la forma de tener lo que esperamos, es el medio de conocer lo que no se ve” (Hebreos 11.1). Basándome en este pasaje bíblico, comenzaré la narración.

Sentía una especie de niebla acuosa y de textura viscosa, no sé si voy, vengo o si caigo o asciendo; no alcanzo a ver nada, siento que me hundo en lo que no veo, me siento aterrado por no ver a donde voy a caer o subir, floto simplemente… floto sin dirección alguna. Mis brazos, como alas quebradas se mueven torpes, lentos y sin poder asirse a cualquier cosa que me detenga, si es mi caída o si es mi ascenso; vueltas doy a un lado, al otro, muevo mis piernas buscando en que pisar y solo sé que se hunden en la bruma que parece piso, que parece piedra, sin embargo no lo siento, no estoy seguro, me siento como una hoja de árbol en otoño, que cae sin llegar al suelo y solo el capricho del viento es lo que me mueve.

Una bóveda oscura, tan sólo con puntos brillantes rocas que silban a centímetros de mi cuerpo, que no acaba de llegar a ningún lado. ¿Qué es eso que viene rumbo a mi cara? Me pasó muy cerca, pero me dejó lastimados los ojos por su brillo. ¡No! ¿Qué fue eso? Me pegó en la cara y no me sacudió, pasó mi cuerpo sin lastimarlo, ni mis manos, ni mis pies. No puede ser. ¿Estoy soñando? No, no es posible, soy transparente, ya no existo, ¿Qué pasó? Vueltas, vueltas, y sigo flotando, sin esperanzas.

Esta fuerza que me arrastra, me lleva sin poderlo evitar hacia ese punto oscuro, no… no quiero, sin embargo me jala, me arrastra sin remedio, tal parece que no podré remediarlo; que desesperación, no encuentro de donde asirme para evitar ser llevado, a ese punto que no le veo fondo.

En este momento no siento nada, sólo deslumbrar a nadie porque estoy vacío, sin esencia; ese vértigo, como trompeta apocalíptica lastiman mis oídos estas palabras: “Agustín, ¿Cómo crees posible que la grandeza de Dios quepa en tu cerebro?” El ser humano ha hecho gala de autosuficiencia, ¿Qué no sabes que existe un Ser Supremo creador del universo? Como golpe de mazo del Dios Vulcano, mis inercias físicas mermaron poco a poco, y un grito ensordecedor salió de mi boca:

– Señor, yo solo no puedo. Dame tu mano.

Poco a poco mi cuerpo se compactaba con firmeza, y mi pensamiento perdía su falta de esencia y volvía a la realidad, parecía que me daba vueltas el cerebro; el cielo, las nubes volvían a ser visibles, mi cuerpo al fin se posaba en firme, ya no había hundimientos en un piso ahora ya, existente, volvía la claridad a mi mente.

Creo, siento, gozo tu presencia y tu fuerza, quiero aprender a creer para no volver a caer. Enséñame a tener fe, enséñame a no perderla, regálame la Flor Más Bella del universo, LA FE.

Jorge Enrique Rodríguez.

24 de febrero de 2005.

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