Una fría tarde de finales del otoño, cuando ya casi termina el sol por ocultarse detrás de las montañas que custodian el valle, se siente un vientecillo muy fresco, anunciando la próxima llegada del invierno. Por el camino que viene del centro del pueblo, se ven venir varios niños y niñas; salieron de la escuela y todos se dirigen a sus casas; unos corren, otros se detienen a jugar brincando la cuerda, por el medio del camino vienen una nena y un niño, más o menos de once y trece años respectivamente, sus nombres son Chepina y Nacho, ambos estaban en el sexto año de la instrucción primaria, Chepina rompe el silencio:
– Mi papá me quiere mandar al Distrito Federal a estudiar la secundaria y vivir en la casa donde vive mi tía; pero a mí no me gusta.
– ¿Por qué Chepina?
– Ya estuve con ella un fin de semana, me di cuenta que ahí hacen cosas raras, entran muchos hombres en la noche y las mujeres luego andan borrachas, por eso no quiero, le dije a mi mamá; pero no me cree.
– Hace algo de tiempo escuché a mi papá, que era una persona de mala nota, no sé qué quiere decir con eso.
– Tampoco yo sé, se lo platicaron a mi mamá en el pueblo.
Nacho se retrasó unos metros, se le cayó al suelo uno de sus cuadernos, muy apurado lo recogió y lo sacude levemente, al tiempo que le dice a Chepina:
– Oye Chepina, espérame. ¿Me podrías ayudar a hacer mi tarea de mate?, me atoro en la raíz cuadrada, ¿Sí?
– Bueno, no más les doy de comer a las gallinas y vas a mi casa.
– También voy a hacer lo mismo. (Los niños se despiden con una gran sonrisa).
La vida de los niños en Ixtapan de la Sal, es muy sencilla, las niñas ayudan a sus mamás, en la cocina, cosiendo la ropa de ellos y los papás, quien la mayoría labraba la tierra, dedicándose a sembrar vegetales. Otros trabajan en los centros vacacionales y deportivos, algunos van a Toluca y al Distrito Federal. Las ocupaciones de las jovencitas es dedicarse a las labores de casa, tejer, aprender a cocinar, también las hay que estudian en Toluca la carrera de secretaria.
Chepina y Nacho, eran ya muy conocidos por todo el pueblo, siempre andaban juntos y tomados de la mano, nadie de los habitantes los tomaba a mal, así había sido desde pequeñitos. Cuando se hacían planes de separarlos por las necesidades de las familias, casualmente llegaron unos misioneros salesianos en promoción de vocaciones, les llamó mucho la atención el comportamiento de los niños, hablaron con ellos y con sus papás, ofreciéndoles becas para estudiar secundaria y preparatoria en el Seminario Don Bosco. Se reunieron las dos familias en la oficina de la parroquia, estaría con ellos el padre Samuel, titular de la parroquia. El primer obstáculo que puso el papá de Nacho, fue:
– Padre Tomás, no tenemos dinero para pagar un colegio de esa naturaleza.
– No por Dios Santo, ustedes no pagarán nada, se les da todo, ropa, comida, estudios, solo tienen que colaborar con el Oratorio Salesiano.
– Y ¿Eso qué es? Dice la mamá de Chepina.
– Todos los fines de semana nos reunimos con los niños y jóvenes de la comarca y necesitamos catequistas, nosotros prepararemos a sus muchachitos para que enseñen a los niños y niñas de su edad. Tendrían que vivir en los colegios, pero no se apure, hay madres monjitas que cuidan tanto a unos como a otros.
– ¿No podremos verlos?
– Durante el tiempo de clases no; solo los fines de semana; tendrán dos semanas de vacaciones al año.
– No sé, no me agrada dejar de ver a mi niña, (Dice Doña Josefina con lágrimas en los ojos). ¿Ustedes que dicen?
– ¡Déjenos ir, por favor! (Contestan ambos niños llenos de júbilo). Las dos señoras lloraban en silencio, Don Lucio escondía sus lágrimas fingiendo limpiarse la nariz.
El tiempo siguió su marcha, el sol y la luna en una eterna persecución sin poder alcanzarse uno a otro, los árboles mostrando su belleza con sus follajes plenos de verdes lienzos, a su vez mudando cada invierno su follaje. Chepina y Nacho, ya unos adolescentes de hermosos sentimientos, ella convertida en una devota aspirante a seguir la vida religiosa y él, un guapo mocetón, lleno de vigor, también aspirante a novicio. En dos meses presentarán sus exámenes para terminar la preparatoria y su director espiritual los reúne y les comunica lo siguiente:
– Mis queridos hijos en el Señor, están a punto de terminar sus estudios previos a tomar un camino definitivo, debiendo escoger que carrera universitaria a seguir, después de sus exámenes, mientras se les tramitan sus documentos oficiales, irán a sus casas cuando menos dos meses, en los cuales ustedes deben escoger a cuál de los colegios salesianos superiores o universidades oficiales. Tomen en cuenta que cualquiera que sea su decisión, no les costará un solo centavo, sus becas son totales.
– Padre Samuel, (interrumpe Nacho) yo quiero ser sacerdote.
– Si esa es tu vocación, no hay problema, solo pasarías un período de prueba e ingresaras al seminario. ¿Tú qué dices Chepina?
– Ya lo hemos platicado Nacho y yo, también deseo ser religiosa salesiana, y mejor si nos mandan de misiones al extranjero.
– Al término de los exámenes volveremos a dialogar, junto con sus padres.
TRES MESES DESPUÉS.
– ¡Bienvenidos, Doña Josefina, Don Lucio, Doña Camila, Don Rutilo! Como saben los he mandado llamar para tratar un asunto muy importante relativo a sus jóvenes. ¿Qué tienen planeado para su futuro?
– Nada. (Dijo Doña Josefina y las otras personas asintieron con la cabeza).
– Yo pienso que tal vez me ayude con la siembra. (Dice Don Rutilo).
– ¿Qué pensarían si les dicen los muchachos que quieren seguir estudiando e irse de misiones?
– Es una locura, ¿Quién nos ayudará?
– Un momento, (Interrumpe Nacho). Chepina y yo, estamos a días de cumplir dieciocho años y creo que estamos en edad de decidir por nosotros mismos, y los dos ya lo hemos decidido, aunque sé que nos vamos a separar, así lo queremos, ayudaremos a más gente no solo a una o dos.
– Creo que los muchachos tienen razón, por mi parte acepto, Camila también.
– ¿Ustedes qué dicen hijos?
– Nos vamos. (Exclaman al unísono).
Los dos jóvenes terminaron sus exámenes con calificaciones magníficas, afirmando así sus becas; pero sucedió algo que ninguno esperaba, Nacho fue enviado a Roma a la Universidad Salesiana, en donde cursaría la carrera de finanzas internacionales y ahora sería conocido como el hermano Ignacio. Chepina su destino fue España, en la Universidad de María Auxiliadora, donde estudiaría ciencias de la educación y sería la hermana Josefina.
Las primeras actividades de la hermana Josefina fueron combinándose entre su preparación y la atención de un grupo de pequeñas niñas de cuatro a seis años; su labor consistía en la enseñanza de su aseo personal como el de inculcarles el amor a su actividad en un colegio de religiosas, desde luego sin olvidar su preparación primaria, al mismo tiempo que ella practicaba los temas de su aprendizaje. Algo pasaba con la hermana Josefina, se le nota diferente, ha perdido la alegría de su rostro, aquella sonrisa tan fresca y espontánea de la Chepina del rancho, parecía deprimida, llegó a ser tan notoria su actitud que la madre Lucero se dirigió a la hermana:
– Hermana Josefina, por favor véame en su descanso en mi oficina, la espero.
– Si madre, como usted ordene.
En La oficina de la madre superiora.
– En el tiempo que lleva estudiando y trabajando en la universidad, ¿Cómo se ha sentido en cuestión de sentimientos familiares?
– Extraño mucho a mis padres, pero más a Nacho, que lo quiero como a un hermano; pero no sé, a veces me siento muy triste porque ya no nos vemos como cuando estábamos en el pueblo.
– ¿Es algo especial hermana?
– No se madre es algo que no sé cómo definirlo, siento que me hace falta verlo, mi corazón late más aprisa que de costumbre, en fin, no lo sé.
– En cuanto a la firmeza de su vocación hermana, ¿Cómo se siente?
– Le soy sincera madre, he llegado a pensar que a lo mejor solo acepté porque creí que íbamos a estar cerca uno de otro, y eso me alarma.
– Piénselo muy bien hermana Josefina, piénselo muy bien.
El tiempo no se detiene, sigue su incansable paso por las vidas de los seres humanos, Josefina e Ignacio siguieron el camino señalado por el destino y aún separados, seguían unidos en el espíritu. Pasados dos años y antes de ser enviado a una misión muy importante, Ignacio fue interrogado por el padre Gino, rector de la Universidad Salesiana, tenían la intención de enviar a Ignacio a misiones; el reverendo, ya en antecedentes de las conversaciones de la madre Lucero respecto a la hermana Josefina, decidió hablar con el hermano Ignacio, sobre la firmeza de su vocación. La conversación se desarrolló como sigue:
– Padre Gino, ¿Me llamaba?
– Si, hermano Ignacio, pase usted y tome asiento.
– Gracias padre.
– ¿Cómo se siente ahora que ya tiene fecha para tomar el hábito de diácono?
– Me siento muy tranquilo y seguro de mis convicciones.
– ¿Esta seguro? (Pregunta el padre Gino, con cierto tono de duda).
– Si lo estoy, ¿Por qué lo duda?
– Dígame algo sobre sus sentimientos personales.
– En primer lugar mis padres los quiero y extraño mucho, ¿Amigos? Nunca tuve, siempre fueron compañeros de la escuela.
– ¿Amiguitas?
– Ninguna, solo Chepina, que nos hemos querido siempre como hermanos; pero la extraño muchísimo, cuando me acuerdo de ella, el pecho siento que me salta y me hace llorar su ausencia.
– ¿Piensa en ella como compañera de clases, como religiosa o como mujer?
– Perdone, no entiendo su pregunta.
– Seré más claro, ¿Has pensado en que vivan juntos, casados en matrimonio, crear hijos?
– No lo había pensado de ese modo. Como no tenemos ejemplos de matrimonio en nuestras familias, solo pensaba en vivir en la misma casa, pero no en otro tipo de relaciones.
– No cabe duda, eres un humano casi ángel, pero ahora me toca a mí, abrirles los caminos.
– ¿A qué se refiere maestro?
– Antes de que tomes los hábitos tú y la hermana Josefina, van a ir a una prueba final, tendrán dos meses de vacaciones en sus casas, en ese tiempo decidirán qué hacer. Recibirán a un visitador en su casa y a él le darán la respuesta final, toman el hábito los dos o ser esposos, tendrán empleo como maestros en los colegios salesianos de México; yo prefiero un buen matrimonio y no dos salesianos arrepentidos de su vocación.
A su tiempo, aprovechando el vuelo de regreso de un grupo de alumnos del IUCE, regresaban Josefina e Ignacio a sus casas con el fin anunciado por el padre Gino, en diez semanas recibirán la visita del reverendo, el monseñor Corona a quien deberán notificarle si regresan a Roma o contraen matrimonio y serán Cooperadores Salesianos y maestros de los colegios de la comunidad.
Cuando los jóvenes llegaron a su casa, se reunieron en un paseo y comer en el campo, así platicarían de sus colegios y del pueblo, pues era lógico que hubiera mucho que platicar, lo más doloroso es que había muerto Don Rutilo, papá de Nacho. Se platicaron cosas del pueblo, de la gente que ha llegado de la ciudad a vivir al pueblo; ha cambiado mucho y se esperaría con ansiedad la visita de monseñor Corona. Los aspirantes se dedicaron a ayudar en la iglesia, con el catecismo, en las misas, en las celebraciones, en fin, se les veía muy activos y como siempre juntos y tomados de la mano.
Llegó el día soñado, se presentó monseñor Corona, llegó a la casa del hermano Ignacio y Doña Camila, muy solícita se afanó por preparar un sabroso almuerzo mientras llegaban los papás de Josefina; en cuanto llegaron empezaban a tomar el refrigerio cuando monseñor inicia la plática y dice así:
– En primer lugar mis más sentidas condolencias por el fallecimiento de Don Rutilo, he de comunicarles que sus muchachos han resultado excelentes estudiantes y están ya próximos a profesar; pero tenemos una gran incógnita, ambos muestran sentir más que afecto, amor el uno por el otro.
– ¿Qué quiere decir con eso Monseñor? (Dice Don Lucio).
– Se pertenecen espiritualmente uno a otro, aún sin expresarlo y eso nos lleva en pensar que en vez de profesar, deben contraer matrimonio, no dudamos que lleguen a ser una magnífica y cristiana pareja.
– Los dos jóvenes se sonrojan y se toman de las dos manos, inclinando la frente, Chepina derrama lágrimas.
– ¡No se pueden casar! Grita la señora Camila.
– ¿Por qué? ¿Me quiere decir?
– ¡No, no, no se pueden casar!
– ¿Mamá, qué dices? (Los dos jóvenes se quedan impávidos).
– Señora, lo que dice lo tiene que probar, es algo muy serio.
– ¡Lo sé, pero no puede ser!
– Señora en doce días regreso a Roma, necesito que para entonces me pruebe lo dicho.
Muy pesados se hicieron esos doce días, en los cuales a los muchachos no los dejaron frecuentarse, no sabían ni qué estaba pasando Doña Josefina y Don Lucio; ni idea de los acontecimientos. Solo a Lucio, se le veía un poco inquieto, como si recordara el pasado. La señora Camila se le vio un día antes de que se cumpliera el plazo, encerrada en su cuarto, escribiendo y llorando; al fin terminó su escrito y metiéndolo en un sobre, lo destina y lo cierra. Se reúnen nuevamente, la señora Camila se le nota muy decaída y llorosa; Don Lucio, algo nervioso, insiste en ver fijamente a Camila, los muchachos como siempre, tomados de la mano con ellas sobre la mesa; el primero en hablar es el padre Corona:
– Doña Camila, ¿Me tiene lo que le solicité?
– Sí. (Con esta cortante respuesta y hace entrega de una misiva, Doña Camila, llorando se retira.
– ¿Me permiten un momento? Gracias.
Monseñor Corona se dedica a dar lectura en silencio a la misiva de Doña Camila, con mucha atención abriendo un documento anexo con sellos oficiales del registro civil; frunció el ceño, lo leía y releía, como no dando crédito a su lectura, pero al final, se dirigió a Doña Josefina y Don Lucio.
– Me daría mucho gusto, pero no sé qué piensan ellos. (Dijo Doña José) ¿Tu qué piensas Lucio?
– Ojalá digan que no, ellos harían dos muy buenos religiosos.
– ¿Ustedes qué piensan?
– En estos días que pasaron, (Dijo Chepina) hemos platicado muy a fondo sobre este asunto, a pesar de que nos tenían aislados, pudimos comentar que estaremos conformes con cualquiera de las dos opciones, si nos casamos nunca tocaremos nuestros cuerpos, porque nos consagraremos al trabajo de enseñanza. Si nos dan el premio de la consagración, seremos colmados del favor de Dios y agradeceremos al Señor sus designios.
– Bien hermanos, prepárense que se regresan conmigo. Don Lucio, Doña Josefina, en dos o tres meses, recibirán unos boletos para viajar a Roma y asistan a la consagración de sus muchachos, le dicen a Doña Camila, le va a dar mucho gusto.
Al tercer día de esta conversación, volaban hacia Roma, donde serán consagrados en la Catedral de María Auxiliadora. En el vuelo de regreso a Roma, ya sobre el Atlántico, monseñor Corona, volvió a leer la misiva que le entregara Doña Camila, la cual decía:
“Estimado monseñor Corona:
He guardado un secreto que me ha corroído la conciencia durante muchos años, y es que para mí es vergonzante, sobre todo porque engañé a un hombre que me quiso toda su vida y murió sin saber la verdad. Nachito es hermano de Chepina; un año antes de casarse, Lucio y yo tuvimos una relación y nació el bebé, nunca le dije nada y se casó con Josefina y nunca se enteró del asunto, yo me casé embarazada y Rutilo tampoco supo cuál era el origen del embarazo que le atribuí al mismo.
Como usted ve monseñor sería injusto que ahora supieran Josefina y Lucio algo que me avergonzaría a mí y a Nachito. ¿Ve porque no pueden casarse? En el acta de nacimiento si lo registré como hijo de Lucio, porque todavía no se casaba.
Monseñor, guárdeme esto como secreto de confesión, por caridad monseñor. Que Dios lo bendiga y a mí me perdone”.
Camila.
– Así será, Camila, así será.
Jorge Enrique Rodríguez.
11 de septiembre de 2012.