A pocas cuadras de la plaza de Santo Domingo, en el centro de la Ciudad de México; entre el mercado de La Lagunilla, Tepito barrio bravo y La Merced centro de abasto de la ciudad. En este territorio se notaba la diferencia de habitantes, la mayoría de los jóvenes eran estudiantes, de la ESIME otros asistíamos a la ESCA. Estaban situadas tres iglesias católicas, San Lorenzo, Santo Domingo y la Inmaculada Concepción; frente a San Lorenzo, había una Iglesia chiquita que nunca supe con qué advocación fue consagrada, dos escuelas secundarias, la no. 11 para niñas y la No. 5 nocturna para varones; no teníamos campos deportivos, una arena de box y lucha libre El Coliseo, el Teatro Margo de revista y el Palacio de Bellas Artes y para paseo la hermosísima Alameda Central. No podía faltar la piedrita en el zapato, en el número 37 de Belisario Domínguez existía “La Jaula de las Locas”; los vecinos de ese edificio, se quejaban de que eran espectadores de que estas personas eran los pioneros en salirse del closet, ¿Entendemos, verdad?

También teníamos salas cinematográficas, El Modelo, el Cine del Pueblo, El Venus, el cine Aladino, caricaturas para niños, el Cine AC, el Mariscala, que era en donde se reunían las chicas de los servicios domésticos. Tal vez alguno se me olvida, ya lo agregaré cuando me acuerde.

No podía faltar el diablo entre los ángeles; a dos calles de mi casa estaba la cámara de diputados y dos cuadras más rumbo a La Alameda, la cámara de senadores. El ingreso era muy bajo, a penas teníamos para comer, pero eran rentas congeladas, un pequeño departamento de tres cuartos, cocina y baño, agua en abundancia, todavía, $25.00 mensuales. ¿Quién se va? Nadie.

En el jardín de La Concepción, es donde jugábamos todos los acólitos de la iglesia; me acuerdo de los hermanos Raúl y Alfonso Solís, por influencia de éste último escogí la carrera de contador público; Armando, Edmundo, Gildardo Eduardo, quien se casó con una catequista que llegó de provincia, muy linda muchacha morena de ojos azules.

Las catequistas eran con quienes tuve trato por el catecismo, fueron, Teresa Zabalegui, hija de españoles rubios de ojos azules; me encantaba, pero le llevaba 6 o 7 años de edad, Mayte y Begoña también hijas de españoles. Teresa Hernández, llegamos a ser alumnos de la misma escuela del Poli, la ESCA; Reyes y Fernando Hernández, hermanos de Teresa; Reyes llegó a ser catedrático en matemáticas y cálculo de esos muy especializados y nada menos que en la UNAM; un cerebrito y el hombre más sencillo que he conocido, faltan muchos, pero no los recuerdo. Había una maestra de catequistas de nombre señorita Marina que una vez que íbanos a coincidir en la salida, no sé qué imaginó, alejó de ahí a los muchachos, invitándonos a tomar chocolate con churros en el entonces famoso restaurant “El Moro”, en la avenida San Juan de Letrán, que es ahora Eje Central.

A dos cuadras, al norte de mi “Pent-House”, está el mercado de muebles y ropa de La Lagunilla, por el lado poniente se ubicaba un depósito de basura, en la siguiente manzana el Cine Modelo; más al norte como tres manzanas, existía una calle, que su forma era casi como un trazo geométrico, le llamaban la calle chueca, su nombre era calle Órgano, que era donde dispensaban sus favores las chicas de la vida fácil, así les llamaban entonces; ahora ya se han extendido por toda la ciudad y hasta dan servicio a domicilio, ¿Cómo cambia la vida, no?

Siguiendo el recorrido al poniente encontramos el Eje Central, antes conocido como avenida San Juan de Letrán, ahí es y era el final de toda parranda o serenata, está El Tenampa, Guadalajara de Noche, muchos grupos de mariachis, dispuestos a un arreglo económico y llevarle serenata a la noviecita o a la dueña de las quincenas para que se le quite lo enojada.

En la esquina del jardín, sobre San Juan de Letrán, lucía majestuoso el teatro “Folies Bergere”, donde conocí al mundialmente famoso Mario Moreno “Cantinflas”, a la bailarina exótica Tongolele, a Lin May y otros más cantantes y artistas.

Todo lo que estoy narrando, mentiría si les digo que lo viví, no; en aquel tiempo andaría entre los 13 y 15 años de edad, y me cuidaban más que a una niña; todo es resultado de escavadas para conocer mi barrio e ir a ver a los merolicos que se plantaban a un lado del teatro, y les aseguro que se quedaban cortos contra el lenguaje que ahora usan algunos programas de TV.

Hubo un caso muy extraño; en el parque que estaba junto al jardín de Garibaldi, en la guarnición de las banquetas, sentado con un portafolio sobre las rodillas, pasaba un hombre las horas y a veces los días enteros; los corrillos del barrio decían que este hombre era ingeniero y que los papeles que con tanto celo guardaba eran los planos del anillo interior, con el tiempo se fue al olvido y nunca volvimos a saber de él, siempre pensamos que estaba mal de su estado mental; solo supe que a pocos años empezó la construcción del anillo interior.

La muy atractiva Plaza de Garibaldi, era tan hermosa y divertida, según la edad que se tuviera; desde media mañana y hasta las 6 de la tarde, en esas horas estaba plagada de niños y adolescentes rodeando a los merolicos, payasos y algunos grupos (pocos) de mariachis. Más tarde empezaban a llegar los adultos, ya con parejas, algunos de ellos eran, como decirles “jóvenes y no tanto, de ademanes muy finos; eran el centro de burlas y agresiones verbales y a veces hasta insultos; pero ellos se divertían mucho.

Media cuadra al norte en la entonces avenida San Juan de Letrán, se encontraba el Cine Isabel y los baños “El Paraíso”, tenía albercota de cinco por cinco metros y nos dábamos unas divertidas los domingos; nos dejaban entrar gratis, porque nos habíamos hecho amigos de las hijas de los dueños. Los sábados en la noche lavaban todo el establecimiento, así es que nos tocaba alberca y agua limpias y como éramos puros chicos, nos metíamos pues, sin traje de baño.

En ese tiempo me enamoré como menso, de la más chica de las hermanas, su nombre es María Teresa, el apellido de la familia es Zabalegui; rubia de pelo largo, ojos azules, tez blanca; en ese tiempo lucía sus trece años con un porte de reina, una voz como deben hablar los ángeles. ¿Qué paso?, lo lógico… me bateó y yo tarde mucho tiempo en sacarla del pensamiento.

En la plaza donde estaba situada la iglesia de Santo Domingo, está el edificio de la Escuela Superior de Medicina; también el edificio que es histórico la Secretaría de Educación Pública y enfrente están los portales de los “evangelistas”, varias imprentas portátiles y establecidas en locales, existen en ese portal varias personas que se dedican a hacer cartas, llenar formatos y ahí concurren las personas que no saben leer, para que les lean las cartas que reciben y dictan las contestaciones; ellos son los evangelistas; pero a su manera, a los “evangelistas” les dan las ideas de lo que quieren mandar decir y ellos redactan las misivas.

En las imprentas que están dentro de locales, no a la vista, venden facturas, para disimular gastos, los clientes más asiduos son los contadores tranzas, esto se hace para disminuir el pago de impuestos, solo que si les hacen alguna revisión, cuidado, conozco a varios que les fue como en feria, muy mal.

El aspecto del sin igual tianguis de La Lagunilla es algo fabuloso; algunos de los vendedores usan prendas de ropa que los hace muy distintos de cómo son en realidad, a veces casi como payasos; se vende de todo, libros, ropa, zapatos de piel, tenis deportivos, ropa de vestir y milagrosamente antigüedades de reyes y de condes y hasta de artistas que han muerto que fueron famosos; tortas, tacos y gran variedad de productos para “resucitar muertos”; medicinas chinas, se intuye, para lo mismo, ropa usada y un verdadero desfile de turistas japoneses, estadounidenses, sudamericanos, europeos, con cámaras de video o de fotos fijas; en fin miles de cosas inimaginables, a veces de dudosa calidad o procedencia.

En la calle de República de Chile, entre el callejón de Mariana R. del Toro de Lazarín y la calle de República de Perú, estaban muchas fondas, una pegada a otra; pero no en locales establecidos, sino eran puestos de madera, sin drenaje el agua para lavar la loza, la acarreaban de las casa y lavaban los platos en plena calle, nunca se pensó, y menos yo, si había o no la limpieza necesaria, solo decía mi abuela que el pozole del “Güero” era riquísimo y lo hacía estilo Michoacán.

Hubo una anécdota de un chiquillo que mandaron por las tortillas, en ese tiempo se compraban por centavos, le encargaron 10 centavos de tortillas, pero el angelito, compró nueve centavos de ellas, corriendo fue a “El Jonuco” la tiendita, a comprar un dulce de a un centavo; pero no le hacían caso, y ya le apretaba el intestino y de repente “tras” salió con todo y todo, el suelo quedó sucio y de inmediato llamaron a su mamá, para iniciar el sainete, fueron dos cuerazos marca diablo, el resto no se supo, no vimos al niño en varios días.

Como habrán notado pocos personajes hemos mencionado, porque pienso que fueran los que fueran son personas que tenemos que respetar; los pocos que se han enfocado en éste trabajo, no se han mencionado sus nombres, porque algunos todavía viven. El recordar todos estos acontecimientos, me han hecho revivir plenamente mi niñez y mi adolescencia, espero que a ustedes también suspiren por el tiempo pasado. A pesar de tantos adelantos científicos y sociales o copas mundiales, “Todo tiempo pasado fue mejor”.

Jorge Enrique Rodríguez.

20 de junio de 2010.

https://www.facebook.com/enriquegarzaescritor/