Este escrito no es un cuento, sino la narración de un acontecimiento sucedido en algún barrio de la ciudad. Deseo aclarar que no tiene un orden cronológico. ¡Ah eso sí! Se ocultarán nombres, aunque insisto todo es tal cual fue platicado por los protagonistas. Se omiten las preguntas del autor para darles mayor libertad de imaginación a los lectores.
Recorriendo las calles de la ciudad, encontré un lote en el cual un joven alto delgado, vestido con ropa de regular calidad, pero impecablemente limpia; en el lote había una serie de tres cuartos de regular tamaño y dos más pequeños, que después supe eran una cocina y un baño de un grupo de jóvenes. La curiosidad propia del aprendiz de escritor me llevó a querer hablar con el joven citado:
– ¡Hola! Buenas tardes.
– Buenas, ¿Quién es usted? ¿Es periodista?
– No, solo un aficionado, ¿Cómo te llamas? (saqué mi libreta de apuntes e insistí), ¿Cuál es tu nombre? ¿Puedo platicar contigo?
– Si, no te voy a decir mi nombre.
– De acuerdo, platícame un poco de ti.
– Escribe mi apodo, no me importa, bueno confío en ti, me dicen “Largo” por lo alto y flaco. ¡Újule! desde los 13 le pego a la yerba, el güerco de las nieves nos vendía barquillos de limón con “pelos”, es decir adentro un carrujo y encima la nieve, a diez baros. Sí, a partir del segundo se secu hacían fiestas en la casa y empecé con las chelas y me ponía unas pedas que no veas. Ni en cuenta, siempre que llegaba mi jefa estaba en su recámara, cada vez con un novio diferente. En la secu solo chelas y yerba.
– No, la coca hasta la prepa, cuando empecé a ir a los antros y me topé con tipos de grueso calibre y me acabé de hundir. Desgraciadamente dejé de asistir a la prepa y una chava y yo nos fuimos a vivir por nuestra cuenta. Hubo un problema serio, estaba embarazada y en el cuartucho en el que vivíamos amaneció muerta, tenía un cuchillo en la mano y la cama empapada en sangre, se rajó la panza. No yo no me di cuenta, estaba cruzado había ingerido mucho alcohol y tachas, si no me maté fue porque, no sé porque. Tuve miedo de que me acusaran, y como todavía no amanecía, me vine a este estado. Ya tengo varios años aquí, y ya no me drogo, ni fumo, al contrario, somos un grupito de amigos, que queremos dejar los vicios y nos ayudamos unos a otros. Sí, claro todos trabajamos y el dinero se utiliza en bien de todos, se compra comida y ropa cuando se puede, y ahí la llevamos. Bueno, cada quien se hace su comida, aquí en el terreno donde vivimos, el dueño nos dejó usar unos cuartos que nunca usó y tiene cocina y baño, cada uno lava su ropa, estamos juntando para una tele. Desde luego, todos estamos en grupos de ayuda, en distintos. Nada más la Lola se desapareció, vivió con nosotros como un mes y luego, pues quien sabe, nadie supo nada de ella.
Yo te dije, el dueño del terreno nos da chance de vivir aquí, es Director de una prepa, a todos nos está regularizando para ver cuantos pueden iniciar sus estudios y a otros a la secu, es muy buena onda, el profe a veces nos trae latas, pan o fruta y siempre está preguntando como la llevamos en nuestros trabajos. Hasta ahora nadie ha dicho que se quiera rajar, todos queremos salir adelante.
En ese momento sonó su celular y de inmediato contestó:
– ¿Qué pasó Coque?… ¿Ya saliste?… Voy volado.
– ¿Quién es?
– Es un niño de trece años, huérfano, sus padres murieron en un accidente y lo corrieron de la casa donde vivía con ellos, le dije que se viniera a vivir con nosotros, él no es adicto y lo cuido mucho. Bueno mi señor mucho gusto y espero no sea la última vez que nos visita.
– Hasta pronto Largo y muchas gracias.
Jorge Enrique Rodríguez.
26 de enero de 2012.