A mediados de otoño, cuando las tonalidades ocres van invadiendo la naturaleza y cubriendo el campo con un manto de hojas de colores semejantes al paisaje dominante, dando con el crepúsculo los asombrosos tonos púrpura del cielo y tiñendo los bordes de las nubes, escondiéndose el astro rey de la bellísima Selene, diosa de la noche. Es un sitio muy atractivo para los visitantes, tiene un espacio muy amplio y lleno de pastizales, que en su época se llena de florecillas silvestres de variados colores. Las familias han elegido este sitio para que jueguen los niños y descansen los adultos. A las orillas del lugar y casi pegadas a la loma, hay rocas de variados tamaños, las personas las utilizan como mesas para tomar sus alimentos, se ha dado el caso de que hacen celebraciones de cumpleaños. En el entronque del camino vecinal junto al paso que lleva al pequeño campo, hay una roca como de dos metros y medio de largo por un metro de ancho, en la cual una lugareña de mediana edad, vende antojitos y aguas de frutas los días en que se llenaba el lugar de paseantes. Podría asegurar que los atardeceres en este lugar son maravillosos.
Ahí, sobre la roca, se encuentra sentado un chiquillo con sus antebrazos sobre las rodillas y recargando la mandíbula sobre las rodillas; sus ojos intensamente negros, con mirada profunda, anhelante, reflejando el horizonte, que miraba fijamente, tenía en sus pupilas el naranja fuego reflejado por el sol, daba la sensación de un tigre al acecho de una presa, el pelo abundante, algo quebrado y crecido hasta la altura del lóbulo de la oreja. Es probable que tenga de nueve a diez años de edad, y el niño tiene una historia muy peculiar. El muchachito vive con Doña Abigail, la señora que vive en la cabaña que está en la cima de la loma; esta señora vende alimentos y fruta los días que los paseantes van a convivir en la falda de la citada loma y exhibe su mercancía. El brasero sobre la roca en donde ahora está el pequeño.
Hace más o menos nueve años. ¿Coincidencia? Quién sabe. Se acercaron al lugar donde Doña Abigail expende su mercancía, una pareja; ella llevaba en sus brazos a un bebé, envuelto en finas cobijitas y le ordenaron algunos antojitos en dos platos, a la mitad de la preparación, la mujer le dice algo al oído a su acompañante, éste, presto le pide de favor a Doña Abigail, que si le encarga al niño, “Voy a llevar a mi señora ahí, atrás de esos árboles, ¿Entiende verdad? Doña Abigail acepta y sigue preparando lo solicitado. Los alimentos ordenados por el desconocido estando listos; se enfriaron y nunca volvieron, el niño lloraba y lloraba, Doña Abigail no tenía forma de alimentarlo ahí en el campo, dejando sus pertenencias recogió al niño, que seguía llorando y tratando de consolarlo, la señora ve sus ojos brillantes intensamente negros y reflejando el color naranja fuego del horizonte otoñal; al atardecer, sus ojos parecían los de un cachorro de tigre abandonado por una fiera de mala entraña. Doña Abigail como fiel creyente y sabiendo que en el pueblo se venera a Santa Lucía, decidió bautizar al niño con el nombre de Lucio, “El niño de los ojos de tigre”.
Desde hace varios años, se ha visto a Lucio ayudando en las labores de Abigail, es un niño muy ágil, es delgado; pero muy fuerte para su edad se ve robusto, le gusta correr en la planicie y la loma, sube y baja de la cabaña a la planicie, él es el que cobra, es muy bueno para hacer cuentas sencillas, viven como auténticos madre e hijo. Alguien aconsejó a Doña Abigail que enviara a Lucio a la escuela que acababan de construir en el municipio; todavía lo pensó y se decidió cuando Don Tomás, el dueño de la tienda le ofreció pagarle sus estudios de primaria, el agradecimiento fue muy grande y adornado con las lágrimas de la señora Abigail.
Diez años más tarde la situación había cambiado mucho, el deseo de aprender que le inculcó Doña Abi a Lucio, fue muy fructífero y él ahora, adulto joven, con estupendos resultados en la primaria, la secundaria y en la preparatoria del estado; hizo crecer el negocio de la señora Abi. El joven, con anuencia de Doña Abi, que ahora ya le decía mamá Abi. Construyó una gran cabaña con espacio para banquetes, la cabaña perfectamente decorada con estilo campestre, cocina, veinticinco mesas, atendían banquetes hasta de 150 personas, tenían ya personal capacitado. Su más próximo proyecto era un hotel con 50 habitaciones, ya estaban en la preparación del diseño.
Al cumplir los 20 años era, junto con Doña Abigail, dueños de un complejo turístico, sobre todo en tiempos de vacaciones, en resumen era un joven empresario que se hizo solo, empezando de la nada. Al paso del tiempo, menos de dos años; el hotel ya estaba terminado y preparaban la fiesta de inauguración de todo el complejo, vendría el gobernador y el presidente municipal, como un favor muy especial para mamá Abi, el obispo del municipio bendeciría el lugar y el letrero, que sería colocado en entrar al hotel, ostentando el nombre “Complejo Turístico Ojos de Tigre”.
Estando el sol en pleno cenit, se inició la ceremonia, habiendo sido colocado el altar a la sombra de los frondosos árboles que forman parte del paisaje de todo el complejo. Con una alocución llena de halagos al triunfo de Doña Abigail y Lucio y sobre todo al beneficio que le estaba haciendo al pueblo, se veía ya más movimiento en el turismo. Al terminar la celebración religiosa y la bendición de todos los rincones del complejo, se sirvió un abundante “tente en pie”. En la mesa principal, estaban el señor obispo, el presidente municipal, el secretario de gobierno y el gerente del Banco Central; junto a ellos está Doña Abigail y una silla más, desocupada. Lucio se encontraba atendiendo y saludando a los invitados.
De una mesa de cuatro cubiertos, colocada cerca de la puerta principal del local, se levantó, con mucho trabajo y ayudada por una enfermera del brazo de la joven, la señora camina muy lentamente rumbo a la mesa principal y justo en el momento que llegó Lucio llegaba a su lugar, encontrándose frente a frente con la anciana. Se miraron fijamente, los ojos de la señora eran idénticos a los de Lucio, negros, mirada profunda, mientras Doña Abigail se ponía pálida por la sorpresa. Ahí estaba, era ella, la que abandonó a Lucio a su suerte. Doña Abi, fue la primera en hablar, diciéndole a Lucio, “Es la mujer que te dejó conmigo”. Lucio sin dejar de ver a la recién llegada, quien derramaba un mar de lágrimas y solo alcanzó a decir: “Hijo mío”.
Endureciendo los rasgos de su cara le responde el joven:
– “Mi madre es Doña Abigail, madre es la que ama, la que educa, la que vigila las enfermedades; señora, yo no la conozco. Qué fácil es decirle a alguien hijo mío, después de veinte años de abandono.
– Señora, que Dios la perdone. Lucio, con voz más suave le dijo lo anterior.
La señora, sin dejar de llorar, se retira poco a poco rumbo a la salida, y junto con la enfermera desaparece tras la portezuela de un lujoso automóvil.
Jorge Enrique Rodríguez.
3 de junio de 2009.