Por una de las muchas callejuelas empedradas que existen en Tepotzotlán, Estado de Morelos; a unos cuantos minutos de Cuernavaca frente a mi caminaban dos pequeños niños como de cuatro y seis años; sus vestiduras era evidente que pertenecían a la población humilde de aquel lugar.

– Señor ¿Nos das una monedita para llevarle un pan a nuestra mamá? No comemos desde ayer.

Las doce del día ¿Dos criaturas y su madre sin comer? ¿Y el padre dónde está? De inmediato les pregunté.

– ¿Dónde está tu padre?

– Solo tenemos mamá, ella trabaja pero ahora está enferma.

¿Cuántos seres humanos habremos que no tenemos papá? Ya sea por fallecimiento, abandono, o porque por razones mezquinas pertenecemos a otra familia; existe algo peor, pero no vale la pena mencionarlo. Si todos los hombres nos pusiéramos a meditar el contenido de la oración que nos regaló Cristo Jesús, no habría un solo niño sin padre.

Las dos primeras palabras, “Padre Nuestro”, se experimenta una satisfacción tan grande el poder decir que algo es mío, que me pertenece, alguien a quien puedo darle toda mi confianza y cariño; quien no me va a defraudar nunca, quien en mis tristezas sufrirá conmigo y reír al unísono con mis alegrías, que perdonará mis faltas, cualquiera que sea el tamaño.

Si a todo lo anterior aceptamos “Que vive en los cielos”, que mayor alegría estar predestinados a vivir en la casa del Padre. Que satisfacción tan grande saber que podemos ganarnos un lugar junto a tantas personas que solo conocimos en la Sagrada Biblia y así para toda la eternidad. La estancia en esos inimaginables lugares para enaltecer el santo nombre de Dios, una y otra vez, con todos los habitantes del celestial recinto. Nos unimos a las alabanzas de todos los espíritus que habitan en compañía de Dios Padre.

En la misma forma debemos alabar y bendecir al Señor aquí en la tierra, empezando en nuestros hogares, con nuestra propia familia, hacer algo para comprometer a nuestros parientes y amigos, en nuestros trabajos, en las escuelas y parques públicos, hacer viva la expresión “En el cielo como en la tierra”. ¿Esto será posible realizarlo sin temor al respeto humano? Eso es todo un reto.

Cuando le pedimos algo a nuestro papá y más si se trata del sustento diario. ¿Alguna vez, nos lo ha negado? No, porque lo hacemos con amor y confianza. De la misma forma nos dirigimos al Padre Celestial, “Danos hoy el pan nuestro de cada día”.

Además le pedimos perdón así: “Perdónanos, como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. ¿Estamos seguros de que perdonamos al que nos insulta, que nos roba o quien nos levanta una calumnia? ¿Lo hacemos? ¿Cómo entonces es que deseamos engañarlo con nuestras palabras?

Así como nuestros papás nos cuidan para librarnos de la perversidad del maligno, le pedimos llenos de angustia que nos “Libre de todo mal”, en esta ciudad llena de peligros. Dios los guarde, los bendiga y muestre su excelso rostro.

En conclusión: ¿Cómo es que le pedimos el pan de cada día? ¿Qué hemos hecho para merecerlo? ¿Acaso ayudamos a nuestro prójimo para que él nos ayude? ¿Se lo pedimos con palabras? Me da vergüenza a mí mismo por no hacerlo. Le suplicamos “Perdónanos así como nosotros perdonarnos a los que nos ofenden”; ¿Tú perdonaste a quién te injurió, a quién te lastimó en tu persona y en tus bienes o tal vez lastimó a tus familiares o amigos? Si yo no sé perdonar, ¿Cómo pido que me perdone Dios?

Lo que muchos debemos pedirle es que nos libre del maligno enemigo, de hacer el mal, de mejores tiempos a la empresa en que trabajamos, nos paguen completo; pero, ¿Nosotros trabajamos tiempo completo, no llegamos tarde, no nos robamos alguna cosilla de mis compañeros, somos fieles en nuestro matrimonio, somos cariñosos con nuestros hijos? En fin tenemos mucha tarea que hacer y presentarla a nuestro creador.

Jorge Enrique Rodríguez.

31 de enero de 2009.

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