Muy al sur de una de las avenidas más importantes del Distrito Federal, cerca de la salida a Cuernavaca, se encuentra una empresa que elabora medicamentos para seres humanos, a un lado de sus oficinas y edificios de producción está un gran jardín rodeado de tiestos de rosas y otras flores también hermosas, con algunas pequeñas bancas de tres sitios, en ellas descansan las trabajadoras a tomar su lunch. En una de dichas bancas sé encontraba una joven de aspecto sencillo, morena clara, pelo lacio, largo muy negro y sostenido en la parte trasera de la cabeza con un pequeño moño blanco y sobre su cabeza un tocado blanco también, saboreando una rica torta de jamón y frijol, ¡humm!
Muy entretenida con sus pensamientos y recordando tal vez a su madre, que se encontraba enferma, o tal vez pensando en algún novio, ¿Quién sabe? No se daba cuenta que desde el cuerpo del edificio administrativo a través la ventana de la gerencia de compras, era observada por el sub-gerente. Quien era un joven ejecutivo, bien parecido, pelo corto, poco abundante, color castaño claro, ojos del mismo color; pero muy claros; la miraba fijamente, casi sin pestañear. El sonido del teléfono lo regresa al mundo del trabajo y volvió a sus actividades. Cuando volvió a mirar al jardín la paloma había volado.
El nombre de esta joven es Clara, con educación básica completa, sin estudios superiores, la situación económica de la familia y su hermano enfermo les hizo a todos los demás hermanos a trabajar muy jóvenes, sin entrar en muchos detalles, el padre, ya mayor e incapacitado y la señora se encargaba de la atención de la casa. Al entrar a trabajar en los laboratorios, quedó como asistente de la señorita Isabel, con quien hizo muy buena amistad, a tal grado que por su buen desempeño le ayudó a lograr una promoción, quedando de asistente de la ingeniera química señora Schroeder responsable del laboratorio en el área de control de calidad, y su lugar de trabajo, justo colindaba con la pared de la sub-dirección de compras. Exactamente la oficina del joven ejecutivo que la observaba por la ventana el día aquel.
El observador era un joven muy prometedor, según sus jefes; pero tenía la desventaja de no caerle bien a su inmediato superior, con quien pronto tendría problemas. Al final de ese ejercicio, a la entrega de resultados, balance, informes y declaraciones se realizó la “Convención Anual”, en la cual el contador Jorge Del Río, presentaba anualmente un trabajo administrativo con miras a mejoras continuas, similar a “Círculos de Calidad” de los japoneses. El trabajo de ese año era sobre la relación de los departamentos de ventas con crédito y cobranzas, por suerte del contador Jorge Del Río, ese año había varias delegaciones de colegas de la misma empresa; de otros países, Brasil, Alemania, Francia, España y Estados Unidos. Por éste trabajo le otorgaron la promoción la sub-dirección de finanzas, con un premio de mil dólares y la publicación de su obra en varios idiomas de los países mencionados antes. Esto fue el detonador para que su jefe Sergio Salgado, lo acabara de odiar, y sobre todo porque al recibir el ascenso Don Sergio, quedo como su asistente.
Por la especialidad de su departamento el contador Jorge, tenía que desplazarse a diferentes áreas del laboratorio, para aclaraciones sobre los materiales de solicitaban, calidad de los mismos, en casos las marcas, deberían ser precisas, y cuando tuvieron que presentarse al departamento de control de calidad por la descripción de unos reactivos, al entrar a la oficina de la química Schroeder, se encontró de frente con la señorita Clara. Ahí está ella, la niña del jardín, quien al mirarlo se quedó atónita. ¿Quién es? ¿Por qué me miras de esa forma? Pasaron los minutos y ninguno de los dos se movían; estaban ambos como petrificados.
– Contador Del Río, venía a verme a mí, supongo.
– Si, señora Schroeder, perdón, recogiendo los papeles que había dejado caer al piso.
La mirada inquisidora de la química, hizo sonrojar al contador, mientras Clarita salía casi corriendo hacia donde iba. Esa fue la primera vez que se encontraron, para ambos fue impactante.
La vida siguió desarrollándose como siempre para los dos nuevos conocidos, con la novedad de que el contador encontraba cada vez más preguntas que hacerle a la señora Schroeder en el departamento de control de calidad y empezaron a cruzarse las miradas y las sonrisas entre Jorge y Clarita. Un saludo y pequeños diálogos, entrecortados por temor a ser vistos. “Qué barbaridad, que va a decir la sociedad”. En toda la historia del laboratorio jamás se ha dado que se hagan amistades los empleados y los obreros, mucho menos un noviazgo. Los encuentros se repitieron con frecuencia, provocados o casuales, se encontraban en el comedor, en el jardín, en los pasillos, como no había manera de verse a la salida, por tener horarios diferentes, él le pidió que se encontraran en el pequeño restaurante que estaba en la calle lateral del laboratorio, en el cual desayunaba Jorge. Ella dijo que no. Lo dejó boquiabierto y sus ojos claros brillaron como ascuas quedándose callado; al retornarse Clarita, solo dijo a media voz:
– ¿Qué? A mí me dice que no. ¿Quién se habrá creído? ¿Ah, sí? Pues ahora a fuerza chiquita, ya lo verás.
Los encuentros casuales, disminuyeron, solo se concretaban a lo indispensable y procurando que Clarita no estuviera en su departamento. La señora Schroeder, que tenía ojo de águila, ya se había dado cuenta del asunto y le pregunto a Jorge:
– “Oiga contador, ¿están enojados?”
– ¿De quién me habla señora Schroeder?
– De quien ha de ser, de usted y Clarita.
– Yo no tengo nada que ver con esa muchacha.
– ¿No? Se le ve en los ojos, ¿Quiere ayuda?
– No. Yo puedo solo.
– Pues no veo cómo.
– Atrae más una gota de miel, que un barril de hiel.
Aproximadamente quince días después de la charla de la señora Schroeder con el contador Jorge del Río, muy absorto en su trabajo estaba éste último, cuando la puerta de su oficina se abrió, sin previo aviso, y se escuchó una voz que parecía música angelical, solicitando permiso para entrar. “Es ella” atónito exclamó. La sorpresa le hizo perder la tranquilidad y se levantó, tiró el sillón, se tropezó con el cesto de papeles, tiró unos papeles que tenía en la mano, levanto el teléfono sin que éste sonara; ella a esto contestó con una risa transparente como de campanas de plata, la cual se prolongó hasta que ambos sin mediar palabras se dieron un abrazo, tan espontáneo, sin saber siquiera sus nombres, ni saber siquiera por qué sucedieron las cosas. El abrazo fue intenso y respetuoso a la vez pleno, sin reticencias, se podrían decir tantas cosas, sentir tanto; pero ¿Qué? Ninguno de los dos supo en ese momento, un “perdón” fundido en dos voces fue el final de ese inolvidable momento. A la hora de la comida, “casualmente” ella había salido un poco más tarde y se encontraron en el comedor, sentándose en la misma mesa, todas las mesas tenía cuatro sillas, esa, solo tenía dos, las otras, quien sabe dónde estaban. Clarita tenía amigas en la cocina. Era obligado conocerse cuando menos el nombre, ya que ni eso sabía, el primero en preguntar fue Jorge.
– Escuché que te llamas Clarita, pero ¿Cuál es tu nombre completo?
– Lilia Clara ¿y tú?, solo me dijo la señora Schroeder que eres el contador Del Rio.
– Mi nombre es Jorge Enrique Del Río.
– Qué curioso, mi abuelito se llamaba Enrique y le decíamos Quique Gavilán, ¿Te puedo decir Gavi? Para que sea diferente.
– Bueno, pero yo te voy a decir Pildorita, porque estas muy bajita, festejemos a los nuevos novios: Pildorita y Gavi.
– ¿Tan rápido?
La relación de noviazgo de estos dos jóvenes se hizo cada vez más firme; pero no faltaron las dificultades, tanto del trabajo como de los familiares de Jorge, no les era posible aceptar semejante relación con una muchacha de esa “clase”, Jorge se desesperó tanto que le propuso a Pildorita que se fugaran e hicieran su vida lejos de todo aquello. Cuando ya se habían subido al avión que los llevaría fuera del país, ambos, solo con la mirada se dijeron ¡No! y Jorge la regreso a su casa; afortunadamente, no se dieron cuenta de la huida. Esa noche Jorge no llegó a su casa y fue aparar a un bar de mala nota, donde apareció ebrio a las 6 de la mañana, y que sus familiares ya lo buscaban por medio de la policía.
Las dificultades por ambos lados se aumentaron, a Clarita la transfirieron a otra planta y al contador Del Rio, lo ascendieron y le dieron un puesto de dirección general; pero en la ciudad de Guadalajara. Tal parece que el destino del contador aquí se consolidó, era la planta donde directamente se procesaba la producción para la importación. Pareció que el trabajo borraba las penas del corazón. Pasaron más de cinco años, y a pesar de los esfuerzos del contador Del Río, no pudieron contactarse; en ambos corazones el amor no murió, simplemente se encapsuló. Del Río contrajo matrimonio, sin estar enamorado, según él lo expresó a sus amigos íntimos, solo llevó la ambición que abundaba en su alma, con la hija del socio mayoritario del grupo industrial del que ya era director general. Esta circunstancia lo hacía llegar a un sitio privilegiado. Pildorita se sepultó en su empleo de trabajadora en los laboratorios, tornándose una chica triste, nostálgica, yo diría que depresiva; Gavi en cambio, crecía en poder, dinero y en las finanzas con los socios del extranjero; su matrimonio no funcionaba.
En la cumbre de su carrera, el matrimonio fracasa, todo se convierte en un torbellino, en su trabajo y con la familia de ella, pero sale incólume, llegan a un arreglo y hereda en vida a su esposa y los hijos, él se queda únicamente con su sueldo y los privilegios de su nuevo empleo en New York, consejero financiero internacional. Una vez instalado ya en su nueva actividad, busco a su antigua novia; pero ya han pasado muchos, muchos años; él la encontró, se entrevistó con ella, permanecía soltera, solo que llevaba una vida muy apegada al apostolado y era catequista, con todo lo que esto conlleva. Su guía era un sacerdote, ya maduro, muy tradicionalista.
Empezaba a madurar su relación, y quedaron en que en el mes de diciembre próximo, él iría a platicar con sus familiares, en principio ella aceptó y quedaron que lo harían. El empezó a tramitar pasaporte y algunas cosas en New York, compró una casa pequeña en Manhattan, y algunos otros arreglos, todo pintaba de maravilla. Cuándo el contador Del Río le avisaba que iba a recibir un paquete de documentos para firmar, respecto al pasaporte, ella le dio una contestación muy agria y lo puso como en mala situación, acusándole de muchas cosas e incongruencias que para su madurez le extrañaron mucho, cometió el error de decir que “su confesor” le dijo que lo que iban a hacer era un pecado y ella, bla, bla, bla, le grito por teléfono, total lo dejó sin saber ¿Qué pasó? El contador Jorge Enrique Del Río, sin decir una sola palabra, derramó dos lágrimas y sin decir una sola palabra colgó el auricular.
“Gavi” el contador Del Río, ahora un hombre maduro, triunfador, realizando múltiples viajes, agenda llena hasta por un año, excelentes ingresos, elegantemente vestido, envidiado por los ejecutivos, deseado por las mujeres, pero su corazón está ocupado, y con una mansión en Manhattan que no ocupa; pero tan limpia como si sus dueños fueran a llega a comer o cenar de un momento a otro.
Clarita, catequista, en medio de tantos niños y niñas, soñando en aquella casita color azul cielo y blanco que nunca conoció y que alguien le hizo negarse a conocer el verdadero amor.
¿Pildorita y Gavi, serán felices?
Jorge Enrique Rodríguez.
5 de diciembre de 2005.