Un cuento de la tercera edad.

Una tibia tarde de primavera, viernes por cierto; está sentado en una banca metálica del jardín, el ingeniero Zepeda leyendo un periódico en espera de sus amigos, Alfonso Solís el contador, Jorge Álvarez el juez y Antonio Ramos el maestro; irían al club “La edad de oro”, el último en llegar fue el contador Alfonso.

Cuatro viejos amigos que se reúnen todas las semanas; viven en el mismo pueblo Temascaltepec en el Estado de México es un lugar hermoso, se cultivan lindas orquídeas y muchas variedades de flores y vegetales más; tiene sus caídas de agua al rio y artesanías en una gran variedad. El día que empieza nuestra historia, era un viernes del mes de marzo con la primavera en apogeo, aves canoras, flores en abundancia, especialmente bellísimas orquídeas, artesanías multicolores, pasean muchas personas por los alrededores del pueblo y visitantes de otros estados.

Los temas de la reunión eran variados; el maestro comenta que no ha llegado la pensión y que se siente agobiado, Xavier lo interrumpe:

– Si necesitas algo, solo dime, sabes que te damos la mano.

– Toño, caray con razón te veo tan serio, pero te digo lo mismo, los tres te vamos a dar la mano. (Interviene el juez).

– Estoy muy aburrido, (Dice el juez) hay poco trabajo, de no ser robo de una gallina o jalones de trenzas entre las comadres o entre borrachines; nada interesante.

– Ya sabes mi buen, somos los “Mosqueteros de Temas”, todos para todos.

El desarrollo de la vida pueblerina seguía sin situaciones que no fueran el caminar de las mujeres al mercado, al centro del pueblo para comprar artículos para el hogar; abarrotes, pan o a la tienda de ropa; los muchachos y las niñas que van y vienen a la escuela, correteadero de chamacos en las tardes y el antiguo alambique de Don Gudelio; que ya se lo habían clausurado una vez por adulterar su producto.

El lugar que se notaba con menos movimiento es el club “La edad de oro”, debido a que como era exclusivo de personas de la tercera edad, lo han tomado también como sitio para eventos y reuniones políticas; razón por la que la clientela era muy selecta.

Las reuniones de los cuatro amigos no fallaban; cada viernes estaban casi puntuales, cuando no llega tarde uno llega tarde otro pero siempre llegan todos. El siguiente viernes llegaron todos excepto del juez Álvarez, quien llego casi a las seis de la tarde, muy alterado y de inmediato les dijo sin saludar:

– Tengo un problema muy serio.

– ¿Qué pasó? ¡Suéltalo!

– Regresó el “Azul” a “Temas”; acabo de salir del juzgado, hablé con él “Bujías” que es el brazo armado del “Azul”; quieren poner un casino aquí, ofrecen mucha lana en dólares.

– ¿Qué les dijeron?

– No, yo no le entro; van a buscarte a ti para que les presentes a tu hermano el gobernador Zepeda.

– No le hagas.

En ese contexto se desarrolló la conversación, a las ocho con quince minutos pagaron la cuenta entre los cuatro, como siempre y se retiraron. El juez Álvarez, repasó mentalmente los puntos de la entrevista, su convicción era firme y definitiva, no aceptaría.

El siguiente jueves Xavier Zepeda el ingeniero, estaba solo en una de las mesas que acostumbraban los cuatro amigos; como a los diez minutos llegó una camioneta negra con cristales polarizados; desciende un individuo de estatura regular, vestido de negro, al mismo tiempo bajan cuatro tipos de la misma unidad con aspecto de pocos amigos y se plantan dos en la puerta del  bar y los otros dos se van a la mesa del ingeniero, se sienta el tipo más bajito, los dos restantes a la espalda del “X” que no sabemos quién es iniciando la conversación de la siguiente manera:

– Sabemos que eres hermano del gobernador Zepeda, mi jefe necesita hablar con él en persona, si tú colaboras y logras que esta reunión se logre, te vas a llevar un millón de pesos; el jefe quiere hacer negocio con gente limpia como ustedes.

– ¿Manchando al gobernador y a mí de paso? (Responde el ingeniero).

– El jefe les ofrece amistad y protección.

– No sé, la verdad.

– Piénsalo, les conviene.

Se levantó de la mesa y le ordena a su guardaespaldas: ¡Paga! Quien responde arrojando un billete de mil pesos y se retiran. (Esto fue un día jueves).

Pueblo chico infierno grande, en cuestión de horas se corrió la voz de que el ingeniero Zepeda había hablado con los de la mafia, ya que quien había hablado con él, es el guardaespaldas del dueño de un casino en el DF; corrían comentarios desagradables de la familia Zepeda.

Al día siguiente, viernes; se reunieron Xavier, Alfonso y Antonio, solo faltaba el juez Jorge Álvarez; el ingeniero Xavier les dio a sus dos amigos una reseña de la entrevista de ayer y les comento también que tenía plan para evitar que la mafia penetre en su poblado; pero para eso necesitan al juez Jorge. Deciden ir a verlo, toman un taxi que los lleva a su domicilio que está a diez minutos del club.

– ¿Por qué no acudiste a nuestro sitio?

– Entiéndanme muchachos, me compromete su amistad, no puedo ser amigo de quienes tienen tratos con maleantes.

– Al menos, ¿Podemos pasar?

– Si claro.

– Gracias (Dijo Xavier). Quieren que les consiga una entrevista con mi hermano el gobernador, me ofrecieron un millón de pesos, pero eso tiene fondo y he aquí donde tú puedes entrar, el plan es el siguiente.

La vida en Temascaltepec siguió su curso, los niños acudían a sus escuelas, las amas de casa en sus actividades y como siempre en los tianguis se hacían pláticas eternas de las comadres que solo se veían cada ocho días; los amigos seguían en sus reuniones, incluyendo al juez, aparentemente el lío de la entrevista era asusto olvidado; un viernes precisamente el juez preguntó:

– ¿Qué pasó con lo de la entrevista?, ya no he sabido nada.

– Bueno eso les voy a decir ahora; tú no pierdas de vista los documentos del historial del Azul, van a servir todos. Tú Borja, con tus alumnos listos, ya sabemos la fecha y la hora. Y tú Alfonso, la pachanga de maestros del otro lado. El club debe estar cerrado por las cuatro calles; no pasa de mañana mucho cuidado somos viejos pero correosos.

La hora de la cita solo la sabrían el gobernador Zepeda y el señor “Azul”; así le decían a su jefe todos esos gandallas. A las 04:45 horas el gobernador recibió una llamada telefónica, de una persona con voz evidentemente en estado etílico que le informa:

– A las 10:30 horas en el club “La edad de oro”. (Sin esperar respuesta cortó la llamada).

De inmediato se puso en contacto con su hermano y éste con sus amigos; el juez llama a quien tenía que llamar y así se complementa la operación “La edad de oro”.

A la mañana siguiente a las 10:00 horas, todo en el club parecía normal. El gobernador Zepeda, sentado a la mesa tomando un plato de frutas aparenta tranquilidad, los meseros van a la cocina, a las mesas, a la barra; la cajera se nota muy nerviosa y consulta constantemente su pequeño reloj de pulso. Antes de pasar un minuto, se escucha un rechinar de llantas que frenan violentamente y bajan cinco individuos, cuatro altos y uno más bajo; de otra camioneta bajan tres más, uno de ellos con un traje azul rey perfectamente cortado, camisa del mismo color y corbata de seda italiana color blanco. Se dirige hacia la mesa del gobernador y con risa burlona le dice:

– Le ofrecí ayudarlo económicamente y con seguridad a cambio de un permiso para el casino en esta región, no me has dicho nada, está bien; última oferta: 10 en dólares, ¿Qué dice?

– Digo que no, date por arrestado.

En ese instante ya estaban cubiertos todos y cada uno de los miembros del “Azul”, lo mismo afuera en las camionetas; todos los meseros, empleados, además de un grupo de civiles, eran policías infiltrados; 25 maleantes fueron detenidos; armas y camionetas fueron fiscalizadas.

El papel del juez, con cierta maña, había preparado los expedientes del Azul y su gente para acumularles sus delitos y sin pasar por el ministerio público, fueran encarcelados por muchos años, quedando limpio el pueblo de esas alimañas.

La siguiente semana reunidos los cuatro amigos, Xavier el ingeniero comenta que triunfaron y comentando que van a hacer con la parte que les tocaba por la captura de tanto pillo.

Brindemos por la hazaña, “Viva la edad de oro” y eso que somos viejos.

Jorge Enrique Rodríguez.

10 de mayo de 2013.

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