Cuando en el sofá de la casa de los abuelos, en medio de las angustias de la abuela y la ayuda atropellada de todas las hijas; platicas, chismes, cosas de hermanas que en mucho tiempo no se han visto y ahora se reúnen con el fin de pasar la noche de navidad con los abuelos. En la calle se oyen los gritos y alegrías de las pequeñas nietas y las quejas de las chiquillas: “Abue Nani me pegó”, así como la algarabía de la piñata “Dale, dale, dale no pierdas el tino”, los sonidos propios de la temporada. El mayor de los chicos, en este caso el hijo menor de los abuelos; un adolescente que está en el parque con los amigos; el otro hijo, en la computadora con sus pruebas y negocios, está desplegando sus alas.
Frente al árbol de navidad, pequeño, más o menos 1.80 metros, lleno de pequeñas lucecitas intermitentes, de colores y blancas la mayoría, mientras unas se prenden, otras se apagan; otras más disminuyen poco a poco su intensidad y otras se aceleran; al pie del árbol un pequeño nacimiento que nos recuerda la venida del Redentor al mundo; pequeñas figurillas muy bien hechas y vistosas, del Niño Dios, la Virgen María y San José; los reyes magos, pastores y animalitos del campo.
Sentado en medio de este ambiente y con la mirada fija en el árbol de navidad y sus luces; pienso ¡Que breve es la vida! casi como el destello de luces de colores y blancas, que de momento nos divierte y nos hace bien porque ilumina nuestro sendero; otras veces como luces aleatorias que festejan mis sentimientos, mientras unas tardan en apagarse y se va lentamente, tan lentas que llegas a añorarlas; otras tan rápidas y fugaces que no te dejan disfrutar el panorama; lo malo es que no sabemos apreciar las cosas pequeñas; sin embargo, no dejo de pensar en las que se pierden lentamente, quisiera detenerlas, quisiera que no se fueran, pero se van, se van y no puedo ver el ocaso de las lucecitas, quisiera gritar, quisiera exigir, quisiera cuestionar pero, ¿Quién soy yo frente a la voluntad del creador de la luz?
Esto, me lleva a la orilla del abismo más temido para todo ser humano, el abismo de mi propio ser, ¿Quién creo que soy? Si desde pequeño me inducen a ser manipulado por conveniencia o no de las personas que pretenden educarme; o si soy voluntarioso y seré yo el manipulador haciéndome la víctima o que se yo; o me arrastran a un mundo de vanidad y ostentación de virtudes de las que se carecen. La respuesta es obvia, yo soy el mejor, aunque serlo implique que pisotee a algunos cuantos. Si en la escuela primaria fui apocado, tímido, introvertido o acaso tal vez, violento, caí en drogas y en el vandalismo; lógicamente lo voy a ocultar, “yo soy el mejor”. Ahora bien, en la escuela superior sucede lo mismo o peor, porque ahora ya vendo drogas o soy el estudiante que se deja explotar por el gandalla del grupo y sus enanitos y por eso caeré en su red; ¡No claro que no! En la vida profesional sucede lo mismo, ser un “Gutierritos” o un “Mocha orejas”; en los dos casos yo no lo voy a obligar, la sociedad se encargará de promover mi imagen; en ese momento de reflexión frente al árbol de navidad y sintiendo la necesidad de saber la verdad y volverme totalmente sincero conmigo mismo; ¿Quién me va a responder la pregunta candente en este momento de mi vida?, ¿Quién soy realmente?
Jorge Enrique Rodríguez.
30 de diciembre 2005.