Se menciona a través de generaciones el dicho de “Que una manzana podrida pudre al resto de la canasta” ¿Podría darse el caso de una fruta fresca y lozana, logrará lo contrario?
Una plomiza tarde de la temporada de lluvias, sintiéndose aún el frío que provoca la lluvia que recién había cesado, vemos caminar por la calle a un personaje común, anciano de unos sesenta y cinco años, con gruesa bufanda color verde seco enrollada al cuello, en su mano izquierda lleva una bolsa de plástico desechable y sosteniéndose al caminar en el puño de un pesado bastón de tubo de acero y sobre una cuadriga de gomas antiderrapantes con el cual equilibra su lento caminar debido a molestias en sus piernas, ocasionada por una cirugía mal practicada. Don Néstor Gudiño siguió su lento caminar y al dar la vuelta en la esquina, se le encaró un fulano que lo amenaza con una daga como de treinta centímetros, diciéndole:
– Suelta la lana viejo hijo de tu p…. y no grites, ¡Rápido! Güey.
El asaltante, no sabemos por qué, se distrae y voltea a sus espalda, momento que Don Néstor aprovecha y con su bastón, le propina un bastonazo en plena mandíbula y con dos de los regatones le golpea atrás de la oreja, en ese momento, apareció una patrulla y fue testigo del golpe y la caída del asaltante cae muerto por el golpe en el cráneo en el suelo, detienen a Don Néstor, por motivo de encontrarlo en flagrancia. Remitiéndolo al ministerio público, la acusación era asesinato en primer grado. No había elementos para alegar defensa propia, no había evidencias del asalto. ¿Pero y testigos? No hay indicios de que alguien hubiese visto momentos antes de los acontecimientos, excepto un grito de un vendedor ambulante
– ¡Ricos tamales oaxaqueños! (Grito perdido en el ruido urbano).
No entraré en detalles sucedidos en el MP. para empezar nos pidieron $ 5,000.00, según para que se declarara que había sido en defensa propia; pero no sucedió así.
De inmediato fue determinado como indiciado, en un proceso que nadie sabe cuánto tiempo durará, no se sabía que tuvieses amigos o conocidos, solo un hijo que vivía lejos de él, nunca se supo su dirección o algún número de teléfono.
Por la edad y su mansedumbre, nadie lo molestó, el mismo gañán de la crujía, le “otorgaba el favor”, de cuidarlo de cualquier agresión o abuso, no pagaba custodia, y siempre todos o la mayoría, se preocupaba por ver que tuviera comida y útiles de aseo personal. Viendo Don Néstor la amabilidad generalizada, se le ocurrió pedir permiso a las autoridades del penal permiso para enseñar a leer y escribir a quienes no supiera; le facilitaron unos cuadernos medio usados y algunos lápices y su primer grupo fue de quince inculpados de provincia que si les interesó el programa. Él era lento; pero no disminuía, cada semana aumentaba el número de inculpados que asistían a la escuelita de Don Néstor Gudiño, al cabo de dos meses ya se contaban veinte y cinco alumnos, y le decían “El Profe”, ¿Su hijo? Nunca se supo algo de él.
Seis meses después, justo antes de Navidad, llaman al Profe Néstor a la Dirección del Penal, el Sr. Director José Manuel Torres, diciéndole:
– Profesor Gudiño…
– Gracias por lo de profesor, soy un indiciado.
– Pronto dejará de serlo; pero le llamé para otra cosa, le van a construir una escuela dentro del penal, ¿Qué opina?
– Maravilloso, (contestó el Profe). ¿A quién se le ocurrió tan excelente idea?
– A usted y al secretario de recursos humanos y en atención a que ha sido un elemento modelo, se ha dedicado a ver por sus compañeros. Quiero que se ponga de acuerdo con el Ingeniero Venegas, lo va a buscar un día de la próxima semana, para que se pongan de acuerdo y le manifieste las necesidades de los reclusos, y no repare en dinero, pagará la Federación.
La impresión que recibió Don Néstor fue muy significativa, los ojos se le rasaron de lágrimas, no podía casi hablar.
– Siéntese un momento Don Néstor, lo entiendo, es usted un hombre noble, ojalá los inculpados lo aprecien así.
– Gracias, muchas gracias en nombre de los muchachos.
Antes de una semana, Don Néstor tenía ya en sus manos un proyecto de una escuela dentro del penal, estudiándolo minuciosamente, para poder decir al Ing. Venegas, si se sugería algún cambio. Solo le indicó que de ser posible, los baños fueran individuales, con mamparas y puerta, no colectivos como los propios del recinto.
La construcción fue más o menos rápida, a los dos meses, se podía ya ver el final, quedó muy cómoda, tanto para los inculpados como para él. A estas alturas Don Néstor contaba ya con un asistente, era un estudiante de medicina, estando en proceso por robo; luego veremos éste caso. El inculpado se llama Tomás Mata, le pusieron de apodo el Dr. TMata, que bromita, ¿No?
Los envíos de dinero de la Tesorería para la construcción, no eran rápidos ni frecuentes, tardando ésta casi un año, y Don Néstor fue llamado a la dirección del penal sucediendo que:
– Don Néstor, le tengo una buena noticia…
– No me diga, ¿ya nos podemos cambiar a la escuela nueva?
– No, no es eso, mañana se reabre su caso, ya tenemos testigos de lo que se le acusa, mañana a las diez esté listo porque vienen por usted para llevarlo al juzgado. Lo de la escuela el día 1 del próximo mes, se inaugura el local y el día 2 ya pueden pasarse, son cuatro aulas, sanitarios y regaderas. Y una salita de proyección para treinta personas. ¡Felicidades!.
La sorpresa fue más por la reapertura del juicio que por la escuela, dándose por enterado Don Néstor y su inseparable bastón, se alejaron lentamente.
Dando las diez de la mañana del día indicado por el señor director del penal, llamaron a voces a los Iniciados:
– ¡Néstor Gudiño!, ¡Profe Gudiño!, ¡Gudiño a la reja! (tres voces distintas).
A la velocidad de su costumbre, sin prisas, se dirigió a la rejilla de prácticas. En una pequeña oficina, establecida ese día como Sala de Juicios No.4 A, se encontraban, el Sr. Juez, el abogado de oficio, dos personas que no conocía y otra más, elegantemente vestido y quien se presentó como el Lic. Julio De la Barrera, reservando dar el nombre de quien lo había contratado para defender a Néstor Gudiño; en particular al Juez sí se le dejó satisfecho en cuanto a la información necesaria.
Se inicia la revisión del Caso No.EM-1995/105575, EN EL QUE SE OSTENTA QUE:
El Estado de México en contra de Néstor Gudiño, con cargo de asesinato en primer grado en la persona de Luis López Arias, el día 14 de marzo de 1955, y no habiendo más prueba que haber sido visto en flagrancia por la patrulla 009-52, se procedió a la detención y reclusión inmediata sin mayor trámite.
Nuestra defensa ahora presenta pruebas fehacientes de que se cometió un error, nuestro alegato es:
1.- Fotografía tomada en el momento del asalto, antes del golpe en que se perdió una vida, fotografía tomada por el señor comerciante en alimentos, con su negocio a diez metros del sitio del caso. Ahí podemos apreciar que fue en defensa del asalto, prueba analizada en el laboratorio del Centro de Inteligencia de la Policía del Estado de México.
2.- Se presentó al testigo del grito escuchado el día de los hecho, el señor Emigdio Cuautle, vendedor de tamales oaxaqueños y que vio desde que los asaltantes le compraron dos tamales, que después uno de ellos apareció tirado a un lado de la banqueta y vio claramente que asaltaban al acusado, que no dijo nada porque el otro asaltante que se echó a correr al pasar lo amenazó de muerte, y se asustó y se fue de la colonia sin vender más ese día. Por las pruebas ofrecidas y por la injusta estancia del respetable Sr. Gudiño se solicita la inmediata extinción del cargo y se vea como defensa propia, por lo que se solicita de inmediato la inmediata libertad del inculpado, solicitando al mismo tiempo la compensación que marca la Ley.
Después de analizar las pruebas y las consideraciones de la defensa y tomando en cuenta la labor social que el iniciado ha desarrollado en su estancia en este recinto, se le otorga el Auto de Libertad Total e Inmediata, otorgando una pensión vitalicia a través del Instituto Mexicano del Seguro Social.
CASO CERRADO.
El licenciado De la Barrera, recogió algunos documentos del escritorio, se despidió muy efusivo del Sr. Juez diciéndole:
– Sr. Juez, Lic. García Sánchez, gracias por sus atenciones, nos veremos.
– Hasta la vista Lic. De la barrera.
– Lic. De la Barrera, ¿No me va a decir quién es su cliente?
– Ya lo sabrá, Sr. Gudiño, ya lo conocerá, por lo que se ofrezca, le dejo mi tarjeta,
Haciendo una pequeña flexión con el cuello, De la Barrera se despide del Sr. Néstor Gudiño, quien sale solo de la sala de audiencia, acompañado de su inseparable bastón de acero.
Jorge Enrique Rodríguez.
23 de marzo de 2012.